Reflexión de La Palabra
Domingo XXV del Tiempo Ordinario
Los hijos del mundo parecen a veces más consecuentes con su forma de pensar. Viven como si solo existiera lo de aquí abajo y se afanan en ello sin medida.
Quiere el Señor que pongamos en sus cosas - la santidad personal y el apostolado-, al menos el mismo interés que otros tienen en sus negocios terrenos; quiere que nos preocupemos de sus asuntos con interés, con alegría, con entusiasmo, y que todo lo encaminemos a este fin, que es lo único que verdaderamente vale la pena. Ningún ideal es comparable al de servir a Cristo, utilizando los talentos recibidos como medios para un fin que sobrevive más allá de este mundo que pasa.
Al terminar la parábola nos recuerda el Señor: Ningún criado puede servir a dos señores, pues odiará al uno y amará al otro. Y concluye: No podéis servir a Dios y al dinero. No tenemos más que un solo Señor, y a Él hemos de servir con todo el corazón, con los talentos que Él mismo nos ha dado, empleando todos los medios lícitos, la vida entera.
A Él hemos de encaminar, sin excepción, los actos de la vida: el trabajo, los negocios, el descanso. El cristiano no tiene un tiempo para Dios y otro para los negocios, el descanso. El cristiano no tiene tiempo para los negocios de este mundo, sino que estos deben convertirse en servicio a Dios y al prójimo por la rectitud de intención, la justicia, la caridad.
Para ser buen administrador de los talentos que ha recibido, El cristiano de la hacienda de la que debe dar cuenta a su Señor, el cristiano ha de saber dirigir sus acciones a promover el bien común, encontrando las soluciones adecuadas, con ingenio, con interés, con “profesionalidad”, sacando adelante, o colaborando en empresas y obras buenas, en servicio de los demás, teniendo seguridad que su quehacer vale más la pena que el negocio más atrayente. Son los laicos los que han de intervenir en las grandes cuestiones que afectan a la presencia de la Iglesia en el mundo, como la educación, la defensa de la vida y del medio ambiente, las garantías como el pleno ejercicio de la libertad religiosa, la presencia y testimonio del mensaje cristiano en los medios de comunicación social. En estas cuestiones deben ser los mismos seglares cristianos, en tanto que ciudadanos y a través de todos los caminos a que tienen legítimo acceso en el desarrollo de la vida pública quienes deben hacer oír su voz y hacer valer sus justos derechos. Así servimos a Dios en medio del mundo.
No podemos permitir que el dinero se convierta, quizá poco a poco, en nuestro señor, ni el objetivo de la vida puede ser acumular la mayor cantidad de bienes posibles, tener cada día más confort y comodidad.
Dios nos llama a un destino más alto. Con todos los medios a nuestro alcance hemos de trabajar con un entusiasmo y una energía renovadas, por rehacer lo que ya ha sido destruido por una cultura materialista y hedonista, y por avivar lo que existe sólo débilmente. No se trata ya de vigorizar sus raíces. En no pocos casos, en no pocos ambientes, se trata de comenzar desde el principio, casi a partir de cero. Por eso es posible de hablar hoy de una Nueva Evangelización.
Es una tarea inmensa, a la que el Señor, -a través de su Vicario aquí en la tierra- nos llama. No dejemos de poner lo que está a nuestro alcance: también el tiempo, el prestigio profesional, la ayuda material… Ya lo dijo el Maestro: ¡Ojalá los hijos de la luz pongamos, en hacer el bien, por lo menos el mismo empeño y la obstinación con que se dedican, a sus acciones, los hijos de las tinieblas!
<< No te quejes, ¡ trabaja, en cambio, por ahogar el mal en abundancia de bien!>>
común.