El Sol de Durango

Desde la aceptación generaliza­da del

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relativism­o, que ha alcanzado a la mayor parte de la sociedad y penetrando en la práctica totalidad de sus estructura­s, la nación, hasta entonces inconmovib­le, un valor objetivo y sagrado, ha pasado a ser algo fungible, un valor accidental más.

La aceptación de la filosofía representa­da por Rousseau y plasmada en “El contrato social”, convirtió las naciones en estados, frutos del voluntaris­mo, que se construyen o desmantela­n por el deseo (dirigido) de la “mayoría”. Pero ¿por qué la nación como valor objetivo, y no como valor subjetivo o temporal? Es la persona la que está en el centro de esta cuestión, porque sobre ella y para ella se va a configurar la comunidad.

El hombre, que es por su propia naturaleza un ser social, no puede vivir aislado, sino que se desarrolla en sociedad. Esa unidad colectiva que Platón llamaba “el gran individuo” tiene, al igual que las personas individual­es, una misión, colectiva, que la configura y marca su trayectori­a.

La nación, aquella comunidad que históricam­ente ha formado esa unidad espiritual, queda plasmada físicament­e en un territorio y aspira a un estado a su servicio, y, al igual que la persona concreta, es una unidad tanto en materia como en espíritu.

Sin embargo en su unidad espiritual, así como para el hombre concreto es necesaria una fe y un estilo para la maduración personal, en la comunidad ocurre algo parecido, es necesario

madurado de generación en generación por un pueblo, es el mejor modo de caminar hacia el futuro.

encontrar la fe común verdadera para que ese pueblo pueda descubrir y así operar en él las razones de su propia existencia.

Sin esa unidad espiritual generaliza­da, se vive en una esquizofre­nia nacional, y filosofías populistas y/o totalitari­as socavan los substratos de esta nación, pasando a depender, al menos espiritual­mente, de voluntades exteriores.

Ese estilo, madurado de generación en generación por un pueblo, es el mejor modo de caminar hacia el futuro. Por ello tiene importanci­a diferencia­r la Nación del Estado. El Estado es una unidad administra­tiva que responde a las necesidade­s de la Nación y no al revés.

Por eso si buscamos la verdad descubrire­mos que la realidad objetiva es la Nación y no el Estado. De nihilo nihil. – “Nada viene de la nada”.

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