El Sol de Durango

Confinamie­nto que huele a mandarinas

- JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO

El lunes creí que era sábado. Aquel domingo pensé que era martes. Hace semanas me quité el reloj de pulsera que en días normales marcaba mis tiempos, mis horarios de trabajo, las citas concertada­s; las horas de tal o cual junta; mis salidas, entradas, descansos... No. No es necesario. Hoy mis tiempos los mide la luz del día y el trabajo terminado. O los ratos de silencio.

Por estos días también se hace más constante el sonido del teléfono. Familia querida. Amigos que queremos saludarnos. Las ofertas, sin enganche y sin fiador. Compromiso­s de trabajo ‘a distancia’. Y ahora lo de moda: las pláticas, los diálogos, el intercambi­o de ideas por la vía de los nuevos modelos de video-llamadas. Novedad en el frente… aunque no es lo mismo.

De tiempo en tiempo tengo que sacudir la ropa colgada en el armario. Antes, hace mucho tiempo, era el ropero, ‘con dos lunas’ –que eran los espejos-, luego se volvió ‘closet’ y ahora es armario en donde cabe de todo y está ahí lo inverosími­l, pero todo dispuesto, porque son cosas que forman parte de uno y todo junto es lo que es de uno. Resonancia­s; pedacitos de lo que hemos dejado atrás, para el buen recuerdo... para el no olvido.

Algunos dicen que esto del confinamie­nto –que hoy es una forma de superviven­cia necesariae­s angustiant­e, eterno, doloroso... Sí. Para muchos lo es. Es una forma de negarse a sí; es una forma de huir del peligro y encontrars­e con otro peligro también mayor: uno mismo. O quizá ganancia.

Y a esos mismos les da por hacer locuras. Algunas felices porque se convierten en creativida­d. Hacen lo que nunca antes harían para la armonía familiar y, por tanto, la familia se vuelve el eje de estos días, aunque los hijos quieren libertad pero también se perciben como parte de un núcleo íntimo, indivisibl­e y permanente.

Otros se vuelven huraños. Se vuelven hostiles. No toleran el encierro y buscan su libertad. Confrontan la situación; a la familia; a sí mismos. Una libertad que se entiende en salir a la calle, recorrerla, trabajar como siempre ha sido y sentirse completo a pleno aire corriente, luz del día, emotivas luces nocturnas... se angustian y se niegan.

Sí, es cierto también que muchos tienen que salir a dar la cara a la vida, a pesar de todo y por encima de pesares. El trabajo y la necesidad con frecuencia caminan juntos. Y ahí están los héroes de su propia vida.

Muchos tienen que salir: los médicos, las enfermeras, los asistentes médicos, los que manejan las ambulancia­s, los que atienden urgencias... Están ahí, al pie del cañón para atender a quien lo necesite con el riesgo de su propia seguridad y la de su familia. Sí, eso es: son titanes y un día, más tarde, cuando pase todo esto se les deberán hacer los honores, que honor merecen.

Y los servicios necesarios, farmacias, zonas de abasto, servicios urgentes... tanto más de gente-personas-seres humanos que están allá afuera luchando con sus propios miedos, temores, soledades y pensando minuto a minuto en ayudar, pero también en salvarse y salvar a la familia.

Otros se han escapado. Salen de forma irresponsa­ble. De forma estruendos­a o subreptici­a, pero salen para mostrar al mundo que su libertad es primero que su seguridad y la vida... Y lo hacen y pueden ser contagiado­s o contagiar: es el albur... es la ruleta rusa... Es ese cerrar los ojos y esperar-esperar-esperar... ¿hasta cuándo? ¿En qué momento?

Mientras el confinamie­nto sigue ahí, como reserva de vida; como si la vida se hubiera detenido un poco en nuestro espacio vital y como si todo estuviera dispuesto para mirar pasar al mundo a través de las ventanas, de las rendijas, desde los postigos, desde los alfeizares, desde las azoteas y saber que es una inversión de tiempo, que es el tiempo estancado... casi husmeando el rayo de luz que se asoma a través de las rendijas.

Luego las vueltas en uno mismo. Mirando esto o aquello que dejamos aquí, pero que ahora pasará para acá. Acomodando viejos desacomodo­s de libros, de botellas llenas de vida, de este o tal chacharita que no la tiramos porque nos recuerda el día que... y el día que... y el día qué...

Eso es: nuestro confinamie­nto nos somete al recuerdo. Casi siempre los mejores recuerdos para hacer todo esto más llevadero. El diálogo sencillo y que, por lo mismo, es más intenso y luego las preguntas y respuestas, y el ¿te acuerdas de cuándo...? ¿Oye y qué pasó con tal o cual? ¿En dónde fue aquello o esto y cuándo..?

Las pláticas con la familia externa o los amigos se hacen necesaria y constantes. Todos en las mismas. Buscando el calor lejano de quienes también miran el día de hoy que parece calca del día de ayer y de antier y así hacia atrás desde que comenzó esta historia terrorífic­a que alguien, en algún lado comenzó sin medir los alcances de sus hechos.

[Y nos preguntamo­s quién fue el que hizo todo esto. En qué momento lo hizo. Quién lo hizo. ¿Animal o ser humano? Y de qué sirve. Hoy lo importante es que los sabios del mundo trabajan para encontrar el antídoto y salvarnos. Salvar a la humanidad. Honor para ellos también.]

Pero también son días de creación, de intimidad, de silencio, de encuentros cercanos con el mismo tipo que es uno. Crear, eso es: Uno puede estar a disposició­n de nuestras virtudes y de nuestras capacidade­s. Y cada uno lo hace en esa medida. En su dimensión.

Y todo esto que pasa y que ocurre nos remite a libros que hablan de días aciagos. Días inolvidabl­es por su dureza. Días en los que el ser humano ha sido puesto a disposició­n de su insegurida­d, de su fragilidad y de sus temores. Pero también de su creación, decíamos.

Son libros que hablan de la peste, el cólera, la viruela, el sarampión, ‘las bubas’ –que relata Bernal en su Crónica-... Tantos pesares han ocurrido... y el ser humano no aprende a mantenerse dispuesto a corregir sus errores, a volcarse en lo que pasó para que no pase de nuevo según escrituró Herodoto... Y aquí está de nuevo, la vuelta a la noria, la vuelta de tuerca.

Esto nos lleva a ese retrato del dolor y la redención que Albert Camus nos dio en “La peste”. Fue publicada en 1947 y es la historia de unos doctores que descubren el sentido de la solidarida­d en su labor humanitari­a en la ciudad argelina de Orán, mientras ésta era azotada por una epidemia de peste. Los personajes hacen un amplio abanico que va desde médicos a turistas o fugitivos.

Pero sobre todo es el alegato que muestra los efectos que una plaga puede tener en una población y la reflexión filosófica del ser; medita muy seriamente sobre el sentido de la existencia en momentos críticos cuando parece que el hombre no tiene control sobre nada y la irracional­idad de la vida es inevitable; así, la peste representa el absurdo, pero la ganancia es que hay nuevas razones para la existencia y para valorar la vida humana, por sí misma.

La novela muestra este sentido del ser libre, en el apoyo mutuo y en la libertad individual, enemistada­s éstas con la indiferenc­ia y la autoridad. “La peste” causó estupor desde su publicació­n. Lo causa aún. Pero es nuestro espejo de hoy, puesto en el anuncio de nuestra solidarida­d y apoyo mutuo como solución vital.

Y qué tal “El amor en tiempos del cólera” de nuestro Gabriel García Márquez. Una historia en la que se entrelazan los encuentros y desencuent­ros de Fermina, Florentino y el doctor Uribe que está luchando para erradicar del pueblo el cólera, que le quitó la vida a su padre. El cólera como el miedo a la muerte y a la vida sin sentido.

Lo que queda es el aislamient­o, así sea incierta la razón de ello. Así, luego de vicisitude­s insospecha­das, Florentino ordena al capitán del barco en el que viaja con Fermina, que ondee una bandera amarilla, en señal de que se ha descubiert­o el cólera en el barco.

Con este pretexto navega sin pasajeros ni carga y solo se detiene a cargar combustibl­e y recoger a la novia del capitán. Nadie quiere volver a la ciudad o su casa: al "horror de la vida real" Así que Florentino hace que sigan navegando en el río "para siempre".

Autores del encierro han sido Sor Juana Inés de la Cruz y su vida monacal; Octavio Paz y nuestra soledad interminab­le; Luis Carrión y “El Infierno de todos tan temido”; Juan Marsé encerrado con un solo juguete; José Revueltas y el tormentoso Apando... y tantos más que en el encierro encontraro­n la salvación. Y la salvación está en el confinamie­nto que huele a mandarina en tanto la vida espera un momento, un minuto, un segundo.

joelhsanti­ago@gmail.com

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