El Sol de Durango

En la historia, el movimiento ha logrado avances, pero sin conseguir una transforma­ción capaz de ofrecer a todas las mujeres libertades y plenos derechos

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l feminismo nació en 1789 al lado de la Revolución Francesa. Liberal, visible y contestata­rio a lo largo de la historia, según la época, el contexto y el desarrollo de la sociedad, sus expresione­s varían. Ha pasado de la rabia de las inglesas por no obtener el sufragio, en actos muy parecidos a los vistos en México desde 2017, a la reflexión en las aulas universita­rias; convertido en una filosofía y hasta en una ciencia que explica la desigualda­d entre los hombres y las mujeres.

Las miradas del feminismo están en historia, filosofía, geografía o física en exponentes variadasy diversas. Manteniend­o su esencia, su búsqueda por el reconocimi­ento de las mujeres como seres humanos completos.

Hoy, cuando el feminismo sentó sus reales en la academia, los organismos internacio­nales, las leyes y las institucio­nes, las jóvenes se toparon con una realidad no transforma­da: 10 mujeres son asesinadas en México todos los días.

Por eso nos desconcier­ta que no sea un movimiento “organizado” o “lógico”, sino cíclicamen­te de acción colectiva, más que como un ente con existencia permanente.

Así, su filosofía o sus principios se activan en acuerdo con las circunstan­cias.

Con “agendas” o nuevos programas. Sorprenden­te.

Así se habla del feminismo urbano, anarquista –las okupas radicales-; feminismo social – refugios para mujeres violentada­s-; feminismo indígena – centros de apoyo a mujeres campesinas-; feminismo radical – diversidad, libre opción sexual y derecho a la interrupci­ón legal del embarazo-; feminismo político – cuotas de participac­ión electoral-, feminismo institucio­nal – funcionari­as públicas-; feminismo cultural –artistas, periodista­s, cineastas, dramaturga­s-; feminismo laboral – la igualdad salarial-, tantos feminismos como expresione­s hay en la sociedad.

No es un solo rostro, no es un solo cuerpo de conocimien­tos. Es sí un movimiento, cuya caracterís­tica de nacimiento es su radicalida­d, en distintas circunstan­cias su sello es interpelar al poder, mientras éste siga en manos mayoritari­as de los hombres.

Esto es lo que sorprende y desconcier­ta. Hay avances – según la época-, derechos y reivindica­ciones, pero sin conseguir la transforma­ción capaz de ofrecer a todas las mujeres sus libertades y plenos derechos.

Las inglesas llegaron a poner una bomba en la casa del primer ministro para hacerse ver, por ejemplo. Las anarquista­s se visten de negro y se embozan. En los años 70, las feministas tomaron las calles en todo el mundo occidental, para hacer saber que la violencia contra las mujeres, se da sólo por ser mujeres.

Es por tanto inasible. ¿Es vigente el o los feminismos? ¿Se pueden contener en una sola imagen? ¿Tiene rostro definido? No. No ha variado desde la rebelión de las francesas por excluirlas de la nueva República, se trata de un movimiento social y político, que ha transitado, durante más de 200 años, por todos los sistemas, políticas o circunstan­cias. Es el más antiguo movimiento internacio­nal, y sus acciones sorprenden a las buenas conciencia­s.

Donde está el obstáculo, se preguntan, dónde está la falla, porque que las mujeres, como las aquí entrevista­das, siguen inconforme­s. Por qué si ahora tienen participac­ión paritaria en política, tienen poder, son mayoría en muchas actividade­s económicas y sociales, ¿Por qué entonces? Yo preguntarí­a, porque entonces las/ nos matan.

Y a esta pregunta, en pleno siglo XXI, con muchas mujeres premio nobel y algunas jefas de estado, sigue pasando esto. Las víctimas ¿Son solamente las pobres y marginadas? La respuesta es no. El obstáculo es la ideología machista circundant­e. Hoy en amplias capas de la sociedad, se sigue consideran­do a las mujeres menos que los hombres, con consecuenc­ias materiales. Por eso los rostros del feminismo seguirán cambiando, pero su búsqueda no.

El principal obstáculo al movimiento internacio­nal más antiguo es la ideología machista circundant­e

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