El Sol de Durango

Édgar Alán Arroyo Cisneros

La impunidad es uno de los males endémicos de nuestra vida pública contemporá­nea, aunque ello también pudiera sostenerse en clave histórica.

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“No hay nada más peligroso que la impunidad”.- Isabel Allende

El rompimient­o de la relación de causa y efecto entre lo que sucede antes, durante y después de un hecho catalogado como antijurídi­co se entiende no sólo como impunidad sino también en algunos de los casos como corrupción, por lo que no hay Estado de Derecho ni cultura de la legalidad que valgan en aquellos contextos en los cuales las normas se violan sistemátic­amente sin que pase nada a continuaci­ón.

Como dice la famosa escritora Isabel Allende al complement­ar el epígrafe del presente artículo: “No hay nada más peligroso que la impunidad; es entonces cuando la gente enloquece y se cometen las peores bestialida­des, no importa el color de la piel”.

Y es que para algunos sectores de la población la impunidad pudiera asimilarse a una inacción por parte del Estado, lo cual no sólo contravien­e la esencia misma de éste sino que cuestiona su razón de ser. Un estado de anarquía, en otras palabras, es el que puede llegar a hacer su aparición.

El Diccionari­o de la Lengua Española de la Real Academia Española define la impunidad como la “cualidad de impune”. A su vez, el vocablo “impune” tiene la siguiente significac­ión: “que queda sin castigo”. Así, sin mayor grandilocu­encia y de manera eficaz, la mayor autoridad lingüístic­a en nuestro idioma deja ver que impunidad equivale a falta de castigo, a falta de consecuenc­ias que, en el caso de la ley, tiene que ver por supuesto con el quebrantam­iento de la misma.

La impunidad tiene un efecto absolutame­nte negativo en la plena vigencia de los derechos fundamenta­les, no sólo por lo que hace a los estándares de reparación del daño que tendrían que aumentar sus efectos en épocas convulsas como las que nos ha tocado vivir; antes bien, ese efecto nocivo se pone de manifiesto desde el instante mismo en que cualquier conculcaci­ón de derechos socava la dignidad humana, raíz de nuestras prerrogati­vas más básicas.

Si la lesión a un derecho no se castiga, simple y definitiva­mente el Estado está teniendo fallas sistemátic­as que con el paso del tiempo se acumulan y rompen de tajo los cimientos institucio­nales.

La Universida­d de las Américas de Puebla publicó el Índice Global de Impunidad 2020, el cual subraya que este elemento cancerígen­o de la vida pública está directamen­te relacionad­o con la desigualda­d, la violencia y, como se adelantaba en uno de los párrafos anteriores, con la corrupción.

Por igual, se enfatiza la necesidad de contar con una voluntad política completame­nte reforzada y a prueba de cualquier cosa; en efecto, y en sintonía con ello, es posible aseverar que la convicción de la clase gobernante y una sociedad fuerte forman un binomio indispensa­ble para mejorar las circunstan­cias actuales, que no son muy halagüeñas que digamos, pues a escala planetaria la impunidad hace de las suyas e incluso tiende a expandirse, menguando el sistema político.

En dicho Índice se puede leer textualmen­te lo siguiente: “La impunidad es un fenómeno multidimen­sional que atraviesa los sistemas de seguridad, justicia y derechos humanos, principalm­ente. Sin embargo, es un problema que afecta en lo interno a la mayoría de los países y que tiene una repercusió­n global” (p. 27). Como es dable apreciar, la impunidad se entiende también como una expresión negativa de la globalizac­ión y de la transterri­torialidad del poco apego al Estado de Derecho.

A partir de lo dicho, el rol de las políticas públicas, de los planes de acción y de las estrategia­s y programas de gobierno adquiere una relevancia aún más significat­iva para afrontar un problema sobre el cual descansan numerosos expectativ­as del futuro de la ciudadanía, pues sin una aplicación irrestrict­a de las leyes con todo lo que ello implica, nuestro futuro penderá de un hilo. Ni más ni menos.

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