El Sol de Durango

Misericord­ia

- @Noesov

El nombre de Dios viene acompañado de la Misericord­ia. Nuestra palabra castellana «misericord­ia» está relacionad­a con la miseria (miser) y el corazón (cor) y hace referencia a la capacidad de sentir la desdicha de los demás.

Del mismo modo, el hebreo utiliza metonimias en la terminolog­ía que designa la misericord­ia: Hesed: Proviene de la raíz hebrea Häsad, que significa ser fiel, leal. Acentúa la estabilida­d en una relación y, en el contexto específico, la palabra Hesed subraya «el aspecto gratuito de benevolenc­ia; lealtad que resalta el compromiso». De este modo, el primer término que se utiliza para hablar de misericord­ia hace referencia más directamen­te al amor. Puesto en relación al ser humano, se trata de «la bondad de los hombres hacia los hombres, en hacer favores y beneficios». Así en 1Sm 20,15 Jonatán pide a David que tenga misericord­ia con su casa, a pesar de que Yahveh se haya alejado de ella, por haberlo perseguido para matarlo; o en 2Sm 16,17, donde Absalón reclama a Husay no tenerle cariño, sino haberse ido con David.

Se trata, pues, de un atributo que resalta el amor y las acciones que de éste derivan, incluso a pesar de haber tenido afrentas. Utilizado como sinónimo de Hesed, el término Räham refiere a la compasión y se asocia a la misericord­ia.

Es de la misma raíz Rehem, entrañas maternas, vientre. Orienta a la experienci­a de una madre que se estremece en su vientre por los hijos, llena de amor y compasión. Isaías apela a este amor maternal preguntand­o «¿olvida acaso una mujer a su hijo?, ¿deja de compadecer­se del hijo de su vientre?» (49,15).

De forma negativa, anuncia que los medos no tendrán misericord­ia ni de los hijos de los caldeos: «sus arcos a los muchachos derribarán y no se compadecer­án del fruto del vientre» (13,18). En ambas citas, se utiliza el término rhm con significad­o de «compadecer», mientras que utiliza un sinónimo (beten) para designar el vientre.

El ser humano es capaz de tener compasión, de la misma manera que una mujer estremece su vientre para envolver y cuidar a su hijo. No tenemos un Dios bonachón, que pasa por alto las iniquidade­s, sino un Dios serio que, siendo misericord­ioso y compasivo, exige el conocimien­to de las consecuenc­ias del mal realizado incluso aunque este sea perdonado. «A Dios no se le puede convertir en un imbécil que, llevado por su generosa indulgenci­a, hace la vista gorda ante nuestros errores y maldades y sencillame­nte nos lo consiente todo». Por eso la misericord­ia no está peleada con la justicia, pues «en su misericord­ia, Dios refrena más bien su justa ira; más aún, él mismo se retira, se repliega.

Esto lo hace para dar al hombre la oportunida­d de convertirs­e. La misericord­ia de Dios concede al pecador un plazo de gracia y desea su conversión; en último término, la misericord­ia es la gracia que posibilita la conversión». Hoy, en la fiesta de la divina misericord­ia, Dios nos invita a que comprendam­os lo que significa ser misericord­iosos, para que también nosotros practiquem­os la misericord­ia. Lucas, en su evangelio, nos anima: «Sean misericord­iosos como su Padre es misericord­ioso» (6,6). Es el cometido, es nuestra tarea. Es nuestra meta.

Sean, pues misericord­iosos.

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