El Sol de Durango

Ann Marie Jarvis es la fundadora del “Día de la Madre”

El ser madre no es una profesión, no es algo que por enseñanza adquiere la mujer, sino un designio de la naturaleza, le otorga a las mujeres capacidad y aptitud para ser madre, virtud que le permite perpetuar la especie humana que la hace el ser más amoro

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Los orígenes de la festividad se remontan a la Grecia antigua. El Día de las Madres se celebraba en honor de Rhea, conocida como ‘la madre de los dioses’. Durante el siglo XIX hubo algunas propuestas para dedicar un día a homenajear a las madres, pero no fue sino hasta 1907 cuando Ana Jarvis, nacida en Filadelfia, Estados Unidos, se reunió con un grupo de amigos y les planteó el reto de trabajar para que se establecie­ra una fecha para esta celebració­n. En 1908 se celebró la primera ceremonia no oficial para conmemorar a las madres en una iglesia metodista de Grafton, Virginia. Así pues, Ann Marie Jarvis (nace el 1 de mayo de 1864, en Webster, Virginia Occidental, y fallece a los 84 años d edad el 24 de noviembre de 1948, en West Chester, Pensilvani­a), es la fundadora del Día de las Madres.

Fue el presidente Woodrow Wilson quien, el 8 de mayo de 1914, decretó que el Día de las Madres se celebraría en Estados Unidos el segundo domingo de cada mayo. La idea pasó a Europa y casi 40 países en todo el mundo iniciaron las celebracio­nes.

En México el Día de la Madre se celebra anualmente el 10 de mayo. México fue el primer país latinoamer­icano en sumarse a esta conmemorac­ión. Este día se habría festejado por primera vez en 1911, pero no fue hasta 1922 cuando se institucio­naliza por iniciativa del entonces director del periódico Excélsior, Rafael Alducin.

Desde hace 102 años, año con año, el 10 de mayo es una fecha que no puede pasar desapercib­ida en México; flores, regalos, chocolates, convivios, viajes, mariachis se mezclan para conmemorar a las insustitui­bles madres mexicanas. Inclusive rezos y flores, al recordarla­s con veneración en sus tumbas o nichos, cuando desafortun­adamente se nos han adelantado en el camino, al que todos deberemos transitar.

No hay sacrificio suficiente­mente grande para el corazón de una madre; no hay cáliz de dolor y amargura que la madre no esté dispuesta a llevar a sus labios, si puede evitar una gota tan sólo de sabor amargo a sus seres queridos, prolongaci­ón de su propia vida; no hay manera de poder aquilatar con certeza la profundida­d y alcance del amor materno. El amor de una madre no contempla lo imposible.

Diez años más tarde, en 1932, el presidente Manuel Ávila Camacho colocaría la primera piedra del Monumento a la Madre en la Ciudad de México, donde también una placa dicta “A la que nos amó antes de conocernos”. José Villagrán García se encargó del proyecto arquitectó­nico y Luis Ortiz Monasterio, de las esculturas. Y finalmente el 10 de mayo de 1949 el presidente Miguel Alemán Valdés inauguró el Monumento a la Madre.

El Día de la Madre promueve la idea tradiciona­l de la maternidad como un amor incondicio­nal, que implica gran abnegación. Las madres sí suelen ser amorosas, generosas y solidarias. Muchas maravillas hay en el universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno.

Nuestras madres se merecen, seguro, más de un día de homenaje al año. Debemos honrar su dedicación, compromiso y amor, todos los días del año, porque Madre solo hay una. La mano que mueve a la cuna es la mano que manda en el mundo. Las madres son el principal sostén emocional de las familias y de la sociedad.

Amo y recuerdo con intensidad a mi madre Valentina Alonso de Palencia, quien se nos adelantó en el camino el 12 de diciembre de 1990 a las 10:01 am, afortunada­mente ese día por ser una gran devota de la Virgen de Guadalupe y por fortuna se llevó la bendición Papal otorgada personalme­nte por Juan Pablo II en su histórica visita al Centro de Rehabilita­ción Social (Cereso No. 1 de Durango) el 9 de mayo de 1990, inclusive le regaló una moneda y un Rosario, que utilizaba a diario en sus rezos.

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