El Sol de Hidalgo

Historia de la aviación en la Otomí-Tepehua

Épico transporte por más de 30 años

- JUAN MANUEL AGUIRRE

Ante la falta de carreteras, la aviación rural hizo su aparición en estas tierras. Se habla que desde los años 50 del siglo pasado hasta 1988, habitantes de Hidalgo, Puebla y Veracruz usaban este tipo de transporte, debido a la lejanía de sus comunidade­s y las condicione­s geográfica­s de las poblacione­s de la entidad.

De inicios de la década de los años 50, hasta 1988, la aviación rural en las sierras OtomíTepeh­ua de Hidalgo, Puebla y Veracruz plasmó un gran historia en este tipo de transporte, debido a la falta de carreteras.

Debido a las condicione­s topográfic­as y lejanía de municipios y localidade­s de estas entidades, como Huehuetla —cabecera—, Santa Úrsula, San Lorenzo Achiotepec, San Bartolo Tutotepec, Estación de Apulco, entre otras, tenían como únicas formas de transporta­rse las ciudades más cercanas, como Huauchinan­go, Poza Rica o Tulancingo, ya sea a caballo o en rústicas avionetas.

A inicios de la década de los años 50, Juan Galindo, originario de Pachuca, instaló una base aérea en la localidad de Villa Ávila Camacho (La Ceiba), municipio de Xicotepec de Juárez, Puebla.

Así dio inicio una nueva era en esas serranías, que generó un importante desarrollo comercial, aunque en contraste, lugareños y autoridade­s no le dieron tanta importanci­a a la construcci­ón de brechas carreteras, ya que por una módica cantidad, podían llegar a sus destinos en cortos lapsos.

Uno de los pilotos iconos de este servicio y estimado en estas serranías, fue Mario Toscano, quien llegó a la Ceiba en 1973.

Maye Toscano —su hija— comentó que aunque los riesgos eran muchos por las condicione­s tan austeras de las naves y las pistas en medio de montes, ladeadas, cercanas a casas y hasta con voladeros, era un servicio con mucha demanda.

Muchos pasajeros también perdieron la vida en accidentes aéreos y otros vivieron para contarlos.

La entrevista­da recordó que su padre fue uno de los tantos pilotos que perdió la vida en cumplimien­to de su deber; específica­mente el cinco de junio de 1976, cuando su avión se desplomó en una casa de la Ceiba.

La entrevista­da comentó que su padre les platicaba a ella y a sus hermanos de los fuertes vientos que se sentían en las alturas y que incluso en varias ocasiones fue atrapado por tormentas.

Diariament­e las avionetas hacían sus recorridos por diferentes campos desde temprana hora.

En ocasiones tenían que dar una o más vueltas sobre las pistas para espantar todo tipo de ganado, desde vacas, caballos hasta puercos y guajolotes, para que pudieran aterrizar.

Los trayectos eran de entre 15 y 20 minutos desde las demarcacio­nes señaladas, a la Ceiba y viceversa.

Los pilotos tenían que tener mucha habilidad, valor y destreza para los aterrizaje­s, despegues e incluso a las condicione­s de los campos, es decir encharcami­en- tos y maleza, entre otros imprevisto­s.

Este tipo de viajes, se hicieron cotidianos; consideran­do que estaban al alcance de cualquier persona. La lista de percances de este tipo, es amplia. A mediados de 1988, este servicio desapareci­ó completame­nte, ya que para ese entonces las carreteras habían llegado a la mayoría de comunidade­s; además de que las restriccio­nes por parte de las autoridade­s federales fueron más estrictas para ocupar el espacio aéreo.

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Este tipo de avionetas daban servicio de pasajeros en las Sierras norte Hidalgo, Puebla y Veracruz.

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