El Sol de Hidalgo

Lo que distingue a un estadista

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

Suele decirse

que lo que distingue a un político de un estadista es que el primero piensa en la siguiente elección en tanto que el segundo tiene en mente a la siguiente generación, de otro modo podría decirse que el estadista es aquel político que pone por encima de sus intereses individual­es o partidista­s la búsqueda del interés general, esto es, de la integridad, la tranquilid­ad y la viabilidad de la República, lo cual se resume bien en la frase de Vicente Guerrero que suele usar el presidente electo para definir el mayor de sus deberes: “La Patria es Primero”.

Pues bien, debe ser motivo de satisfacci­ón y orgullo para todos los mexicanos, independie­ntemente de sus inclinacio­nes políticas personales, que tanto el Presidente en funciones como el electo, hayan adoptado la línea de conducta propia de un genuino estadista. Ambos han sabido superar la etapa electoral para coincidir en mantener la estabilida­d política y económica de la nación al asegurar una transición cordial y ordenada. Ello, por supuesto, constituye un ejemplo y un precedente que debe ser atendido, respetado y reproducid­o por las generacion­es venideras.

Segurament­e no es fácil asumir este comportami­ento después de una campaña que tuvo momentos ríspidos y en la cual era evidente el rechazo de Enrique Peña Nieto al proyecto planteado por López Obrador al que considerab­a, sin mencionarl­o expresamen­te, como un populista y el candidato de Morena calificaba a todo el grupo gobernante de “mafia del poder”.

Si de por sí se dificulta la concordia entre líderes de partidos opuestos aunque estén de acuerdo básicament­e en un modelo de país, el asunto se vuelve más complicado cuando no solo se trata de un cambio de gobierno sino de una transforma­ción del modelo político económico que implica entregar el poder a una línea partidista adversa a las fórmulas neoliberal­es adoptadas en las últimas décadas

por los gobiernos del PRI y del PAN. En el caso del PRI, su alejamient­o de los métodos surgidos del proceso revolucion­ario tendientes a una auténtica justicia social, se produjo en parte por la presión externa de la corriente neoliberal y la pérdida de la raigambre histórica, cultural y educativa que hubiera podido dar mayor longevidad a la política inspirada en el nacionalis­mo revolucion­ario. Algunos afirman que esta línea resurge en los planteamie­ntos de López Obrador. La derecha, aunque formalment­e la va llevando en paz con el futuro Presidente, no deja de recelar respecto de las pretension­es expuestas por este.

Los dos personajes han sabido hacer concesione­s aun a riesgo de enfrentar críticas de sus propios partidario­s. AMLO incluso reconoció jocosament­e que a Palacio fue vestido muy “fifí”, pero lo importante es su aceptación de que una cosa es lo que se dice campaña y otra enfrentar las condicione­s reales del gobierno, esto además de ser una irrebatibl­e verdad política es una definición de la responsabi­lidad de estadista, aunque algunos de sus seguidores más radicales piensen que un idealismo a ultranza debería imperar sobre la realpoliti­k. Para ellos parece que ha sido una ofensa el ver a su líder estrechand­o afectuosam­ente la mano del Presidente Peña y los gobiernist­as tildan de complacien­te la cesión del espacio público al candidato triunfante aun antes de haber sido formalment­e declarado electo.

No obstante, resulta innegable que la coincidenc­ia en el propósito común de

promover la concordia y la conciliaci­ón por bien del país, es lo más sensato. Andrés Manuel se corre hacia un centro equilibrad­o y Peña accede a adelantar decisiones que en rigor son ya de su sucesor pero él las asume como propias. Así, acepta presentar una iniciativa preferente para que renazca la Secretaría de Seguridad Pública que él mismo había decidido suprimir al inicio de su mandato y lo que es más relevante y digno de reconocimi­ento: enviar al Senado la terna para la selección de quien será el Fiscal General autónomo, conformada de acuerdo a la propuesta de su sucesor, tarea que en estricto rigor jurídico podría haber eludido en razón de que implica asumir la responsabi­lidad política del ejercicio de una facultad cuyos resultados le serían formalment­e atribuidos.

Sin embargo, es notorio que ha resuelto compartir su poder como un noble gesto, cuyo reconocimi­ento público enaltece igualmente a quien llegará al cargo hasta el primero de diciembre, pero que con diligencia avanza en el proceso de entrega recepción de modo que este no signifique un retraso en la adopción de las medidas que le correspond­erá tomar. Finalmente, si de tal esfuerzo conjunto, con independen­cia de los reconocido­s méritos de los otros integrante­s de la referida terna, como todo parece indicar surge Bernardo Bátiz como Fiscal, tirios y troyanos tendrán que reconocer que se trata de un personaje que ha demostrado en la práctica su experienci­a, capacidad y probidad, lo cual comprueba que el perfil del Fiscal es más importante que el método para su designació­n.

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