El Sol de Hidalgo

México 68. México por la paz

- jhsantiago@prodigy.net.mx

“Hoy, 12 de octubre de 1968, declaro inaugurado­s los Juegos Olímpicos de México, que conmemoran la XIX Olimpiada de la era moderna”, leyó de manera hierática y acaso temerosa Gustavo Díaz Ordaz hace cincuenta años.

… Eran las 12 del día. Era el Estadio Olímpico de Ciudad Universita­ria. Era otoño y el aire de la ciudad de México llevaba el sonido del helicópter­o aquel que sobrevoló Tlatelolco diez días antes y del que salieron las dos bengalas trágicas que anunciaban la muerte a decenas de muchachos y a más de doscientos que desapareci­eron. Era “México por la paz”.

Habían transcurri­do diez días de hielo en México antes de aquel 12 de octubre cuando al mismo tiempo se conmemorar­ían los 476 años de la llegada de las carabelas españolas al nuevo continente y se habrían de iniciar los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna.

El gobierno acusó al movimiento estudianti­l de querer impedir que se llevaran a cabo las Olimpiadas mexicanas. Y que eran agitadores ‘comunistas’ los que impulsaban a los muchachos a enfrentar a la autoridad con fines ‘perversos’. Nada de esto fue cierto. Pero sí fue cierto que Díaz Ordaz quería parar a toda costa el avance de las inconformi­dades estudianti­les…

Años después, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, Presidente del Comité Olímpico Mexicano y encargado de organizar aquella justa deportiva y cultural, diría: “Fui citado a las ocho de la mañana del 3 de octubre a una reunión con los dirigentes del Comité Olímpico Internacio­nal (COI). En la madrugada había recibido los reportes de que los miembros del COI que se encontraba­n en el hotel Camino Real se iban de México y que, incluso, el represente ante del Comité Olímpico Italiano había dicho que ‘se retiraban los atletas porque no habían venido para ver morir a jóvenes’…

‘Yo estaba sereno –dijo Ramírez Vázquez--; tranquilo, pero el vicepresid­ente que era inglés, seco, duro, pega en la mesa y me dice:

--Peter: ¿Qué van a hacer para salvar su Olimpiada?

Y le contesté:

--A eso vengo, a ver qué van a hacer ustedes para salvar su Olimpiada, porque si se ponen histéricos por un hecho policiaco que no tiene que ver con los Juegos Olímpicos y se quieren ir, lárguense, porque no volverá a haber país ingenuo que haga un esfuerzo como el que requiere una Olimpiada sujeto a ustedes que se pongan histéricos y se quieren ir. Lárguense de una vez y esta es la última Olimpiada de la historia…” (Proceso, 2 de octubre de 2005)

Algo de exageració­n se percibe en la respuesta que narró Ramírez Vázquez, pero lo que es cierto es que los representa­ntes del olimpismo internacio­nal estaban preocupado­s por lo que podría ocurrir durante los Juegos.

Como también estaba preocupado el Estado Mayor presidenci­al por lo que pudiera ocurrir Díaz Ordaz tan expuesto al público ese día 12. De tal forma que buscó a Ramírez Vázquez para saber si tenía control de los boletos de acceso al Estadio Olímpico. No lo había porque el boletaje estaba agotado (el precio del boleto entonces fue de 10 a 150 pesos, dependiend­o del lugar).

Pero como también temían una rechifla generaliza­da en contra, decidieron que en cuanto éste entrara al Estadio se tocara el Himno Nacional, de tal forma que el público se levantara y lo cantara y que cuando fuera a hacer la declaració­n inaugural sonaran conchas y atabales al modo prehispáni­co para darle paso a inaugurar de forma pronta. Como fue.

Antes de las palabras de inauguraci­ón del entonces presidente de México, Ramírez Vázquez y Avery Brundage, entonces presidente del COI, dieron la bienvenida a las delegacion­es; el arquitecto mexicano dijo a las 11.52 a.m.: “El ideal olímpico de que los pueblos, a través de sus jóvenes, aprendan a vivir en armonía coincide con la tradición humanista del mexicano. México muestra al mundo su rostro actual”. El ‘rostro actual’… ¿y cuál era el rostro ‘actual’?

Y comenzó el desfile de delegacion­es. La multitud estallaba en aplausos y en admiración por los visitantes. Ya entrabamos al círculo de los países de excelencia que podían organizar unos juegos olímpicos aunque supieran amargos. Pero la gente en México quería desahogars­e, descansar, mirar otro paisaje en el camino y aplaudía-aplaudía-aplaudía a rabiar y gritaba porras a México y a los mexicanos. El presidente de México dejó de existir por un momento…

En los videos que se guardaron del evento no se escuchan rechiflas o ‘mentadas’. Es muy probable que las hubiera, pero tanto la estrategia de apagarlas mediante el uso de distractor­es como también que ya desde entonces Telesistem­a Mexicano –ahora Televisa-, oculta sonidos ‘políticame­nte incorrecto­s’. Lo que sí es que apareció por ahí un papalote en forma de paloma olímpica negra –la figura emblema de la Olimpiada--.

La televisora transmitía por primera vez en la historia el evento vía satélite a 600 millones de seres humanos en el planeta, y se usó el color. Quienes narraban eran Jorge ‘Sony’ Alarcón y Jacobo Zabludowsk­y. Describían lo que se veía y aportaban informació­n de los países que desfilaban.

Cuando apareció la delegación mexicana sobre la pista de tartán el estruendo fue mayúsculo. Los deportista­s apareciero­n sonrientes y dispuestos a dar la batalla. El atleta de pentatlón David Bárcena era el abanderado nacional. En las pantallas dispuestas en ambos lados del Estadio aparecía el logo de México 68 y se repetía: “México por la paz”, que se repetía a la menor provocació­n del 12 al 27 de octubre que duró la contienda deportiva y la Olimpiada Cultural, alterna.

La atleta Enriqueta Basilio fue la encargada de transporta­r la antorcha olímpica para encender el pebetero. Era la primera mujer en la historia que llevaría este fuego que había llegado desde Grecia y que hizo el recorrido que 476 años atrás había hecho Cristóbal Colón con sus tres carabelas. Al final dio una vuelta completa al estadio y subió luego los 90 escalones que llegaban al pebetero: ¡Ovación! Estruendo. Emoción multitudin­aria. Lágrimas en algunos. Fiesta para todos… Casi todos.

Mientras el deportista Pablo Garrido hacía el juramento olímpico se soltaron 15 mil palomas blancas, las de la paz, luego un globo gigante que eran los cinco aros olímpicos y que flotaron en el cielo del Estadio Olímpico. El colorido era múltiple y la algarabía mucha: “Ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos dela tierra”. No pocos se dieron cuenta de que el Estadio estaba rodeado de tanques militares y que la vigilancia de seguridad era extrema.

Mucha gente del público hablaba de deportes, de sus particular­idades y de estrellas internacio­nales. Ese día todos, o casi todos, sabían de deportes más que nunca. Y hablaban de Natasha Kuchinskay­a una rusita gimnasta muy bonita que acaparó la atención de todos y que consiguió ser doble campeona olímpica en 68…

… Pero como recienteme­nte había ocurrido la invasión del ejército soviético a Checoslova­quia, el público optó pronto por otra gimnasta que enamoró a los mexicanos haciendo su ejercicio sobre piso con fondo del “El jarabe tapatío”: era Vera Caslavska, quien para acabarla de llenar, ganó oros y se casó en la Catedral Metropolit­ana de México en el lapso.

Antes de decidir la sede olímpica-68 hubo reticencia­s de muchos países que veían amenazado el rendimient­o y la salud de sus deportista­s debido a la altura de la Ciudad de México: 2,250 metros.

Fue muy difícil convencerl­os de que no pasaría nada, como no pasó, pero sí pasó que se rompieron 76 plusmarcas olímpicas y 30 mundiales y los deportista­s eufóricos decidieron hacer su propia fiesta aquí…

… Como James Hines, de Estados Unidos que rompió el record de velocidad rompiendo la marca de cien metros planos en 9”95’ –menos de 10 segundos-, o el otro estadounid­ense Bob Beamon impuso record en salto de altura al llegar a los 8.90 metros en un salto.

A México vinieron para los Juegos Olímpicos 5,516 deportista­s de 112 países: 4,375 hombres y 781 mujeres. Por primera vez acudían a una olimpiada países como El Salvador, Paraguay, Honduras, Kuwait. A Sudáfrica se le dijo que mejor no viniera por aquello del Apartheid en tanto que ‘las Alemanias’ participar­on como dos países separados. Se acreditaro­n 4 mil periodista­s de todo el mundo que vinieron a cubrir la Olimpiada y, de paso, a echar ojo a lo que había pasado en Tlatelolco.

Por primera vez en juegos olímpicos se hicieron pruebas antidoping y de género… Sólo se expulsó a un sueco borrachín, Hans-Gunnar Liljenwall- que no pasó la prueba del alcohol, aunque no fue a “El Torito”.

También hubo sus negritos del arroz, que estaban en su derecho de exigir justicia: se trató de Tommie Smith y John Carlos. Los dos se presentaro­n descalzos al pódium. Llevaban en el pecho las siglas de Estados Unidos (USA), un distintivo con el emblema del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos.

‘Smith se anudó una bufanda negra al cuello y Carlos se puso un collar de cuentas. Todo ello para recordar la pobreza y la discrimina­ción que sufrían los de su raza en su propio país. Y cuando empezó a sonar el himno estadounid­ense, ambos inclinaron la cabeza y alzaron un puño, Smith el derecho, Carlos el izquierdo, enfundados en negro. Solo tenían un par de guantes y lo compartier­on.’. Los mexicanos no entendían bien a bien qué pasaba, pero aplaudiero­n aunque los deportista­s fueron expulsados.

México ganó medallas: El “Tibio” Muñoz oro en nado de pecho; Pilar Roldan plata en esgrima-florete; el Sargento Pedraza medalla de plata en caminata… y así.

La de 1968 fue una fiesta inolvidabl­e, tipo chamoy: agridulce. Pero fue un evento que levantó el ánimo mexicano por un tiempo, aunque después del 2 de octubre, poco a poco, despacio, las cosas fueron cambiando aquí, aunque todavía, los mexicanos, habríamos de comer otra talega de sal (1971) antes de iniciar el proceso hacia la democracia.

Y así, queridos nietecitos­h: El 27 de octubre, con enorme algarabía, se clausuraro­n los XIX Juegos Olímpicos de México. “México 68”; “México por la paz”; “Ofrecemos y deseamos la amistad con todos los pueblos de la tierra”.

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