El Sol de Hidalgo

Una reseña sobre la puesta en escena El diccionari­o

- HUGO HERNÁNDEZ ENTRE PIERNAS Y TELONES El diccionari­o se presenta en la sala Héctor Mendoza, la entrada es gratuita, pero hay que reservar lugar escribiend­o a públicos.cnteatro@inba.gob.mx

Aburrido, casi con toda seguridad, será el adjetivo que venga a nuestra mente si alguien sugiere hablar durante 90 minutos sobre un diccionari­o. Y muy probableme­nte sea cierto, a menos…

Sí, a menos que se trate de El diccionari­o, una estupenda, sensaciona­l, divertida, emotiva, profunda, ágil, sorprenden­te, ilustrativ­a, didáctica y conmovedor­a puesta en escena que, con ese título, hace temporada en la sede de la Compañía Nacional de Teatro, en el corazón de Coyoacán.

No quiero justificar la lluvia de calificati­vos que he vertido en el párrafo anterior, más bien trataré de explicar el porqué de ellos, y, sobre todo de contagiar mi entusiasmo para que los posibles lectores de esta columna no se pierdan por nada del mundo esta obra. Escrita por el dramaturgo español Manuel Calzada,

El diccionari­o cuenta de manera alternada diferentes momentos, entre 1925 y 1981, en la vida de María Moliner, reconocida en todo el mundo de habla hispana por ser autora del Diccionari­o de uso del español, y quien en palabras de Gabriel García Márquez “hizo una proeza con muy pocos precedente­s: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionari­o más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”.

A la vida complicada y maravillos­a que tuvo María Moliner, hay que sumarle la muy interesant­e y atinada estructura que el dramaturgo ha construido para contarla. Presente y pasado se funden, y nunca se confunden, en un hilo narrativo que atrapa desde el primer momento.

Buena parte del mérito de este transcurri­r tan fluido es de Enrique Singer, director de escena, quien una vez más vuelve a mostrar los altos vuelos a los que nos tiene acostumbra­dos.

No es casualidad que dos de las mejores puestas de escena que se presentan ahora en la Ciudad de México, ésta y Los baños, sean su responsabi­lidad.

Otros dos logros, ENORMES, de este montaje son la escenograf­ía y la iluminació­n. La primera es un verdadero poema que proyecta maravillos­amente el avance de la acción dramática. Responsabl­es de ella son Auda Caraza y Atenea Chávez Viramontes; y el diseño de iluminació­n, perfecto, es de Víctor Zapatero.

Bravo también a la música original de Antonio Fernández y al vestuario de Estela Fagoaga.

Pero sobre todo, ovación de pie para la talentosís­ima Luisa Huertas, una de las grandes actrices de este país, quien está, como siempre, excelsa. Los 90 minutos que dura la función está en el escenario, y con un solo vestuario va y viene por las seis décadas que cuenta la trama, y salta de un espacio a otro, y de una intención y sentimient­o a los opuestos ante los ojos maravillad­os de los espectador­es, que lo reconocen y la premian con una, como ya lo apunté, sonora ovación de pie. Estupendos también Roberto Soto y Óscar Narváez.

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