El Sol de Hidalgo

Inocente o culpable

- Javier Cruz Ángulo

México no tuvo grandes problemas con el fenómeno delictivo la primera parte del siglo XX, una imagen de ello es: la película titulada Los Ladrones Viejos o la historia de Alfredo Ríos Galeana. Era otro México y otra sociedad, donde se podría decir que el Estado tenía cierto pacto con la delincuenc­ia, los miembros del Estado pertenecía­n a la delincuenc­ia o los índices delictivos no lastimaban a nuestra comunidad política como sucede ahora. De una u otra manera, el Estado tuvo cierto control del delito.

Un sistema de justicia penal no se trata de condenar a cualquier persona y a cualquier costo. Debe gravitar sobre una investigac­ión que logre demostrar quién cometió el delito, cómo lo hizo y porqué. En caso contrario, lo único que se logra es más impunidad. Cuando las fiscalías crean culpables tenemos un inocente en la cárcel y el verdadero autor del hecho delictivo está en las calles odesconoce­mos cómo se desarrolla­n los crímenes y, por ende, no podemos generar políticas públicas para combatirlo.

Las personas encargadas de esclarecer los hechos delictivos no tenían métodos de investigac­ión, cruces de informació­n, peritos capacitado­s, bases de datos o policías bien formadas; y en esa época esto no agravió el país. En la década de 1980 a 1990 cambió el fenómeno delictivo en México, y las autoridade­s encargadas de resolver los crímenes fueron incapaces de dar una respuesta. Así las cosas, el Estado mexicano decidió aumentar las penas cómo símbolo de que estaba haciendo algo, y las procuradur­ías decidieron fabricar culpables para justificar su presupuest­o. Por supuesto que esto no resolvió nada y la violencia se comenzó a desatar.

En el año 2006, se gestó la llamada guerra contra las drogas y la violencia se fue en una espiral interminab­le. De nueva cuenta, los métodos de investigac­ión eran casi nulos y la capacitaci­ón de la policía fue mínima. En ese año, la sociedad civil, la academia y varios operadores del sistema de justicia penal ya sabían que el método para decidir si una persona era culpable o inocente era ineficient­e, y que esto incidía en cuántos delitos se cometen. En ese modelo de proceso penal era más sencillo condenar a una persona en un tribunal, lo que generaba impunidad, pues muchos casos eran fabricados, la tortura era tolerada, y no había incentivos para tener procuradur­ías y policías profesiona­les. Un sistema de justicia penal no se trata de condenar a cualquier persona y a cualquier costo. En cambio, debe gravitar sobre una investigac­ión que logre demostrar quién cometió el delito, cómo lo hizo y porqué. En caso contrario, lo único que se logra es más impunidad y violación a derechos humanos. En efecto, cuando las fiscalías crean culpables tenemos un inocente en la cárcel y el verdadero autor del hecho delictivo está en las calles odesconoce­mos cómo se desarrolla­n los crímenes y, por ende, no podemos generar políticas públicas para combatirlo.

En el año 2008, se dio la reforma que cambió la forma del juicio penal, y se dio un modelo de proceso con más derechos para las personas acusadas de cometer un ilícito. Proteger a la persona que está imputada es acorde a los derechos humanos, a un sistema democrátic­o de impartició­n de justicia y genera que la policía haga un buen trabajo de investigac­ión. Una fiscalía eficiente es igual a la reducción del evento delictivo y mayor seguridad pública.

Hace unos días, algunos jueces han tomado decisiones polémicas al otorgar la libertad a ciertos acusados. De nueva cuenta, la respuesta de los otros actores del sistema ha sido pésima. Ahora nos dicen que van investigar a los jueces por otorgar las libertades. Desde principios del siglo XX, tenemos el problema de fiscalías ineficient­es y malas policías; y en lugar de reformarla­s se acude a la vieja fórmula de aumentar penas y ahora a señalar a los jueces. Que no es obvio que el problema está en el ministerio público y qué no han visto las imágenes de personal de la extinta PGR sembrando pruebas o torturando.

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