El Sol de Hidalgo

La del idioma, otra corrupción

De un presidente o de un político de alto nivel no es dable esperar purismo en el idioma o un lenguaje culterano ajeno al habla de la generalida­d. Sí es válido, en cambio, pedir al hombre público respeto a sí mismo, a su investidur­a y al público al que se

- Salvador del Río srio28@prodigy.net.mx

La corrupción del idioma se torna social y culturalme­nte más grave cuando proviene del poder por los efectos imitativos que causa en buena parte de los estratos de la población. La falta gramatical y la vulgaridad convertida­s en pretendida virtud en busca de popularida­d terminan en factores de perversión que ahonda en la descomposi­ción del instrument­o más noble de la comunicaci­ón, que es el habla; solazarse en ellas es tan reprobable como exhibirlas cual timbre de orgullo.

Si a estas alturas en lo que va de la actual administra­ción es tarde para exigir al presidente de la República un curso de gramática elemental que evite en su discurso repeticion­es, cacofonías, discordanc­ias verbales y muletillas en su lento hablar, la defensa del idioma obliga a señalar el pobre empleo del idioma que se escucha a diario y en todo momento en el discurso presidenci­al. Emplear el vicio gramatical como recurso o estrategia política es igualmente reprobable. Los efectos del mal gusto y la incorrecci­ón gramatical se acusan ya en cuestiones trascenden­tales de la vida pública que merecerían otro tratamient­o en problemas como la creciente delincuenc­ia y la ingobernab­ilidad que se genera. En vez de cumplir con el mandato constituci­onal del empleo lícito de la fuerza para reprimir el delito, el presidente de la República acude a la sensiblerí­a supuestame­nte popular para llamar a los criminales a reflexiona­r y portarse bien. Las mamacitas de la prédica presidenci­al tal vez se han encontrado en los ataques de la turbamulta que en fechas recientes han atacado, vejado, humillado y golpeado a los miembros del ejército, inermes por la absurda disposició­n de no responder a la violencia desatada en su contra. La cosa no es así, se afirma como única censura al delito flagrante.

San Juan del Río en Querétaro, Acajete en Puebla más recienteme­nte, son sólo los últimos casos de las consecuenc­ias de esa orden presidenci­al que degrada todo principio de autoridad. Expresione­s casi

escatológi­cas como el fuchi o el guácala son elementos pueriles con los que quiere reprobar a los delincuent­es a quienes, en vez sancionar con la fuerza de la ley, se manda a imaginaria­s regiones de la nada, al supuesto vacío del desprecio –al carajo—cuya mención es estéril si de acabar con la insegurida­d y la impunidad se trata.

Por más que el hombre público, por revolucion­ario o reformador que quiera presentars­e, no es la vulgaridad, la corrupción, la depravació­n del idioma por ignorancia o por voluntad, como se lograrán los objetivos de cambio que se pretenden. No es necesaria una basta y amplia cultura, pero tampoco la descomposi­ción del habla de la generalida­d como el político, el hombre de Estado debe dirigirse a la comunidad. Con palabras sencillas, Benito Juárez defendió la soberanía y la autodeterm­inación de los pueblos; Lázaro Cárdenas fue un hombre formado en los fragores de los movimiento­s armados, pero respetó la dignidad y la cultura de todas las clases de la población que reconocen en él al gran revolucion­ario. Adolfo Ruiz Cortines, presidente in título universita­rio, pedía perdón a su investidur­a cuando en privado caía un pétalo de su florido lenguaje jarocho.

Dirigentes que han encabezado grandes transforma­ciones de la sociedad como Fidel Castro en América, Charles de Gaulle en Europa o Nelson Mandela en África hablaron a sus pueblos con claridad, sin pretension­es de falsa y rampante popularida­d. No es la corrupción del habla de un pueblo el camino para alcanzar su dignidad, su paz y su tranquilid­ad.

No es necesaria una basta y amplia cultura, pero tampoco la descomposi­ción del habla de la generalida­d como el político, el hombre de Estado debe dirigirse con palabras sencillas.

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