El Sol de Hidalgo

La Fórmula 1 y la tradición de sus sonidos

- POR JOSÉ ÁNGEL RUEDA @ joseangelr­10

Entre las grandes paradojas de esta pandemia a nivel deportivo está la Formula 1, con su bólidos detenidos, esos mismos bólidos acostumbra­dos a correr a más de 350 kilómetros por hora. Es el reflejo de nuestro mundo, que de un día para otro se detuvo y ahora busca la forma de volver a caminar, poco a poco, eso sí. Recuerdo que la Fórmula 1 fue de los primeros eventos que comenzaron a caer. Eran esos días locos de mediados de marzo en los que todo se veía extraño, y aún nos resistíamo­s a la idea de una vida sin deportes. Hasta que llegó la noticia inevitable, y el Gran Premio de Australia, cuando casi todo estaba listo, quedó en el terreno de los sueños. De ahí todo fueron malas noticias, porque las carreras que seguían también fueron suspendida­s. Parece, sin embargo, que la luz verde del semáforo comienza a encenderse de a poco. El banderazo de salida, para aprovechar los términos, lo dará Austria, en un mes, y de ahí se espera que los motores no se apaguen más por los circuitos europeos.

Se espera también, para nosotros, acá en México, que nuestro Gran Premio se corra como estaba planeado desde un principio, en el domingo de muertos, y que sea como una forma de salvar un año que en su calendario tenía una serie de

Grandes Ligas y el ya tradiciona­l partido de la NFL, pero todo quedó en el hubiera. Esta también la expectativ­a del Checo

Pérez, tan ansioso de un nuevo podio, y que había mostrado cosas buenas en los ensayos.

El automovili­smo tiene esas cosas extrañas que generan odios y amores por igual. Para quien no le gusta resulta un deporte aburrido, hasta predecible, podría decirse, porque es cierto que para quien está desde las tribunas del Autódromo la emoción se resume a unos cuantos segundos. Y una vez superado el breve espectácul­o de los bólidos que pasan, la espera se hace larga, hasta que viene de nuevo el vendaval, y así, siempre lo mismo, por determinad­o número de vueltas.

Para los que les gusta, en cambio, resulta un deporte apasionant­e, con esas formas tan especiales que tiene la vida de significar cosas distintas, porque para esos que gozan de las carreras valen absolutame­nte la pena esos segundos que a los otros les parecen nada, en los que el espectácul­o de la velocidad alcanza su clímax, y el sonido de los motores anuncia y da cuenta de la evolución humana y tecnológic­a para controlar la vida a una velocidad impensada. En esa guerra de escuderías por ver quién construye el mejor auto.

Hablando del sonido, me acuerdo que cuando recién volvió el Gran Premio de México al Autódromo de los Hermanos Rodríguez, un amigo que vivía por ahí me dijo que desde su departamen­to se escuchaba el rugido de los motores, como gritando al mundo su poder. Y eso que el ruido ya no es el mismo de hace unos años, en los que era imposible estar sin protectore­s. Y que hasta cierto punto los aficionado­s lo lamentan, con esa nostalgia irremediab­le de los tiempos viejos.

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