El Sol de Hidalgo

El verdadero maestro

- Raúl Carrancá y Rivas Profesor emérito de la Univesidad Premio Universida­d Nacional @Raulcarran­ca www.facebook.com/despacho raulcarran­ca

Hace pocos días se celebró en la Universida­d el Día del Maestro, ocasión que se presta para meditar sobre qué es un verdadero maestro. Se suele creer que el conocimien­to lo es todo en quien enseña. Pienso entonces y en esa hipótesis en los anaqueles de mi biblioteca­llenos, digamos, de conocimien­tos, siendo el caso que quien más acumule conocimien­tos mejor puede enseñar; y pienso también en el maestro que transmitió aquéllos de manera impresiona­nte. ¿Qué ha quedado de él?

La respuesta es fácil: lo que estaba en los anaqueles y que sigue estando allí. ¿Pero y él qué ha transmitid­o como asimilador de esos conocimien­tos? Séneca lo explica admirablem­ente bien diciendo, en sus Epístolas: “Elige por maestro aquel a quien admires, más por lo que en él vieres que por lo que escuchares de sus labios”. ¿Y qué es lo que se ve en el verdadero maestro? No lo que aparece físicament­e, sino lo que refleja el físico, o sea, el carácter del maestro.

Lo cierto es que el carácter esculpido por el individuo se manifiesta más en su ser -personalid­adque en sus palabras. Las palabras han estado, están y seguirán estando en los anaqueles, y allí las puede encontrar quien las busque; de tal manera que lo que el maestro enseña como puro conocimien­to es meramente circunstan­cial. Es la circunstan­cia cultural, la ocasión cultural.¿y la esencia?

Ahora bien, el verdadero maestro “se enseña” primero a sí mismo, si se me permite la metáfora. ¿Y cómo puede hacerlo? Depurando su espíritu y haciendo que la palabra pedagógica sea el cincel que a golpe de cultura va esculpiend­o su carácter.

De tal suerte que se puede hablar de “carácter pedagógico”. Y esto es lo que queda del verdadero maestro, lo que en realidad transmite.

Yo recuerdo a mis grandes maestros no por lo que decían con sus palabras preñadas de verdad cultural sino por lo que veía en ellos.

Escuché la historia de que hablaban, la filosofía y el Derecho que explicaban con minuciosid­ad. ¿Pero de qué me servían sus palabras sin un carácter fuerte y sólido? En este sentido la cultura y el conocimien­to culminan en el carácter, dejando allí una huella indeleble.

En otros términos, la cultura —lo enseñado y aprendido— le da a la vida orientació­n, peso y sentido. Dicen que se enseña con el ejemplo, aunque yo diría que con el carácter. Un hecho del maestro, una actitud, dice más que sus palabras que pueden ser simplement­e recitadas, aprendidas El individuo culto no tiene porqué andar diciendo su cultura, pregonándo­la o anunciándo­la; en cambio la vive. Este es el valor vital de la cultura.

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