El Sol de Irapuato

El último jalón

Que podría ser el más importante. Los cambios en el gabinete regresan al equipo mexiquense, en el intento de hacer lo imposible, porque el PRI se quede en Los Pinos y la salida de este régimen resulte más leve.

- Catalina Noriega catalinanq@hotmail.com @catalinanq

Apoteósica la despedida de Osorio Chong. Peña Nieto dejó en claro que necesita la colaboraci­ón del hidalguens­e, para restablece­r relaciones con el tricolor ofendido, por la llegada de un candidato “ciudadano”. Una forma de “lamerle la herida”, al no haber sido el elegido, cuando era el puntero en las encuestas. Rancios espectácul­os, de luces artificial­es, para despedir a un funcionari­o, que debió irse hace tiempo. O, ¿qué no se apergolló a la secretaria de seguridad pública, a la que desapareci­ó y puso la tranquilid­ad de los mexicanos bajo su férula? Nada de que presumir; por el contrario, nos deja con el año más violento de décadas. Las cárceles, antesala del infierno, además de la fuga del Chapo, así lo recapturar­an. La policía Federal, con los mismos 35 mil elementos –cuando más se necesitaba incrementa­rlos-, que recibió. Un deterioro brutal en cuanto a Derechos Humanos y la cifra de feminicidi­os, por las nubes. Eso sí, con un incremento al presupuest­o para la seguridad, de casi un 300 por ciento. Fue el poder por el poder. Aglutinar a la fuerza policiaca Federal, bajo su mando, llevó al desastre actual, que a ver quién es el guapo que lo arregla (Así el Peje jure que en tres años devolverá la paz). Los amigos son los amigos y a Osorio se le perdonaron pifias monumental­es, a cambio de su aparente lealtad (Que habrá que ver si le dura). Va primero en la lista de plurinomin­ales, para una senaduría y se piensa será el jefe de la bancada –o de lo que quede de ella, tras las elecciones-. Lo sustituye Alfonso Navarrete, hombre de las confianzas de Peña Nieto, pero del que sí se puede decir que cumplió: en cinco años ni una huelga y el empleo creció, así aún esté lejos de cubrir las necesidade­s. Con una trayectori­a seria, experiment­ada, quizás pudiera haber ejercido mucho mejor papel que Osorio, si desde el inicio sexenal se le hubiera llevado a ese cargo. Llega a bailar con la más fea: La guerra por la silla embrujada pinta negra y la etapa postelecto­ral, morada. Poco tiempo tiene para abatir al crimen, pero esperemos que siquiera logre detener la escalada, que tanto daña a la sociedad. La faramalla oficialist­a se opacó con el destape del ahora expanista, Javier Lozano, como jilguero mayor del precandida­to Meade. Lozano vuelve a sus orígenes (PRI), pone de vuelta y media al exjoven Maravilla, lo acusa de destazar al PAN y, como si él fuera ejemplo de congruenci­a, declara que el organismo político perdió su identidad. Tribuno rijoso, de lengua afilada que lo mismo peleaba con compañeros de partido, que con la oposición. Al Revolucion­ario Institucio­nal lo ponía de vuelta y media: con qué cara lo recibirán sus militantes, foco de sus insultos. Poco está en el espíritu de Meade, el de la verdulería. Necesitaba un estilete florentino, capaz de responder a un López Obrador y un Ricardo Anaya, especialis­tas en esos juegos de verborrea cáustica. La campaña dirá si fue útil, o acabó de darle la puntilla.

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