JORNALEROS DE BCS, EN LA MISERIA
Dejaron la pobreza de sus pueblos para vivir en la miseria y la marginación de los campos agrícolas en el Vizcaíno
Trabajadores agrícolas de diferentes partes del país llegan al Vizcaíno para apenas ganar unos pesos.
LA PAZ, BCS.- La migración de los jornaleros agrícolas a Baja California Sur inició en los años 70 durante el auge del algodón, y aunque algunas familias tuvieron la posibilidad de salir de la miseria de sus comunidades, para otros son cuatro décadas marcadas por la pobreza, la marginación, la falta de oportunidades más allá del duro trabajo en el campo. Los jornaleros también padecieron el confinamiento al que fueron sometidos en los campamentos de las zonas agrícolas, con condiciones infrahumanas, de miseria e insalubridad, habitando cuartos de lámina de zinc con temperaturas de hasta 50 grados centígrados en verano, sin prestaciones sociales de ningún tipo, constantes violaciones de niñas y niños, drogadicción, exceso de alcohol y frecuentes hechos de violencia. Luego de la desaparición de este cultivo, a medidos de los años 80, miles de familias regresaron a sus lugares de origen; otros siguieron su ruta hacia Estados Unidos para trabajar en los campos agrícolas de California y los menos echaron raíces en la entidad. A diferencia de años anteriores cuando la ruta de los migrantes incluía Estados Unidos, en los seis últimos años la pasada “al otro lado” se ha complicado y el precio del “coyote” se ha encarecido, de tal manera que los ingresos de las familias se han reducido y ahora se ven obligados a trabajar en los ranchos locales. Haber emigrado a Baja California Sur ofreció a miles de familias oaxaqueñas la posibilidad de salir de la miseria de sus comunidades en donde subsistían de siembras de autoconsumo como el frijol y el maíz de temporal; muy pocos han regresado a su tierra y si lo hacen es solo por unos días para participar en alguna festividad religiosa o para atender asuntos familiares o de propiedades. Los que llegaron al estado con edades de 50 años o más casi no hablan español; algunos jóvenes que vienen de la parte serrana de Copala tampoco entienden el castellano, aunque los que sí lo hablan mantienen en su núcleo familiar su lengua materna. Pero con todo y que esta ha sido para miles de oaxaqueños una tierra de oportunidades, la drogadicción y el alcoholismo les están causando estragos; pueblos enteros se convierten durante los fines de semana en gigantescas cantinas al aire libre luego de que miles de trabajadores reciben su pago semanal: la emisión de licencias de venta de alcohol se disparó en los últimos años y tan solo Vizcaíno en donde hay una población permanente de unos 5 mil habitantes se contabilizan solo en la orilla de la carretera más de 100 puntos de venta de cerveza, algunos disfrazados como canta bares o centros botaneros, a los que acuden los jornaleros del pueblo y de los campos agrícolas del Valle, en donde durante la temporada alta de cosecha llegan a vivir más de 10 mil personas. Fue a principios de los años 90 cuando se registró la segunda gran oleada de migrantes hacia Baja California Sur, pero ahora para atender la demanda de mano de obra generada por miles de hectáreas de hortalizas de exportación; predominantemente chiles y tomates y en menor medida fresas, calabacitas y espárragos, en una ruta que incluye hasta estos días campos agrícolas y empaques en Sinaloa, Baja California y Baja California Sur. Siendo la mayor parte de los migrantes campesinos sin tierra en su entidad natal, han echado raíces en Baja California Sur en donde tiene su domicilio permanente, aunque con temporadas de trabajo en Estados Unidos; han construido para sus familias viviendas dignas, sus hijos tienen oportunidades de cursar una carrera universitaria y de acceder a mejores empleos, y se han integrado en comunidades con amplio sentido de pertenencia como sucede en las 12 colonias de Vizcaíno, en donde prácticamente la totalidad de los vecinos comparten el mismo origen, la misma lengua, las mismas costumbres y las mismas tradiciones. Pese a que se trata de una cultura rica en tradiciones, las comunidades de jornaleros han permanecido por décadas al margen de los programas oficiales; si acaso, algunos son integrados como beneficiarios de apoyos asistenciales. Solamente en La Paz y esporádicamente se promueven sus bailes y su cocina típica. En medio de tanta pobreza y en tal aislamiento, los jornaleros han recurrido a la religión como único medio de defensa ante la adversidad; tan solo en Vizcaíno hay 13 centros religiosos cristianos cada uno con un promedio de 100 feligreses, que dan a la comunidad cohesión social y pertenencia, y evitan -o al menos contienen- fenómenos que en otros pueblos han provocado estragos y desintegración familiar, a causa de las adicciones. Según de la asociación de Oaxaqueños radicados en Baja California Sur, en la actualidad viven aquí más de 60 mil ciudadanos originarios de aquella entidad, en algunos casos con dos generaciones de nacidos en estas tierras; la mayor parte en Vizcaíno y el resto en el municipio de La Paz y más recientemente en Los Cabos. Estas circunstancias que prevalecieron durante varios años en la mayor parte de los campos agrícolas fue cambiando paulatinamente por factores de diversa índole; fue a principios de los años 90 cuando a causa de un brote de cólera en México, el gobierno de Estados Unidos exigió a los productores de hortalizas mexicanos que aplicaran una serie de medidas sanitarias y aunque no hubo grandes avances, al menos se les dotó de agua corriente y de letrinas. Por presiones de los compradores de Estados Unidos, algunos ranchos construyeron campamentos con casas de concreto, baños individuales y cocinetas; dieron seguridad social a sus trabajadores, restringieron el consumo de alcohol y prohibieron el trabajo infantil, pero otros, como el caso del rancho El Piloto, mantuvieron casi intactas las condiciones a sus trabajadores. Aunque no se han dado a conocer cifras oficiales, en los panteones de Vizcaíno se registra un marcado crecimiento en entierros de menores de edad hijos de migrantes, que fallecen por enfermedades propias de la pobreza. Pese a que las condiciones de miseria y explotación de jornaleros en los campos agrícolas de Baja California Sur eran del dominio público, fue hasta enero del 2010 cuando un accidente carretero en la cuesta de la Rumorosa entre Mexicali y Tijuana expuso ante la opinión pública las graves condiciones de los migrantes. En ese percance murieron 14 jornaleros que habían salido de Vizcaíno con rumbo a Oaxaca, viajando en una unidad a la que le fallaron los frenos; en pésimo estado, con varios años de antigüedad, y operada por extrabajadores agrícolas. Derivado de este accidente, salió a la luz pública la existencia de un tráfico de obreros agrícolas que eran enganchados desde diversos puntos de Oaxaca y Veracruz para ser traídos a los campos agrícolas, y en donde el negocio no era solo la comisión que los agricultores pagaban por cada trabajador: El transporte también era negocio.
A mediados de los 90, tras un brote de cólera y la exigencia de Estados Unidos de mayores medidas sanitarias, fueron instalados en los camapamentos de jornaleros letrinas y agua corriente