El Sol de Irapuato

Ideas y reflexione­s sobre la liturgia de la Palabra de los domingos

- Pbro. Lic. Efrén Silva Plascencia DIOS ME LLAMA POR MI NOMRE

El Evangelio de este domingo pone en evidencia cómo la obra de Jesús haya sido el perfeccion­amiento de la Ley hebrea. Su palabra supera la ley. Curando al leproso, que toca sin temor a ser contaminad­o, Jesús manifiesta su amor por los enfermos, los impuros, los segregados. “He venido por los enfermos, no por los sanos”. Jesús renueva la vida del leproso: no cura sólo sus llagas, sino que se preocupa por que sea reconocido y aceptado por los demás, reinserto en las redes de las relaciones humanas. La salvación que Jesús trae al mundo es el don de la vida nueva, de la esperanza, la cercanía a los hermanos en el amor. Por eso hoy celebramos la Jornada mundial por los enfermos. Pidamos por ellos.

Primera lectura: El episodio de Caín y Abel nos recuerda que el hombre se sigue revelando a su Dios. Mas Dios –más obstinado que el hombre– sigue llendo en su búsqueda. Nuestro texto se detiene sobre la alianza entre Noé y Dios: una alianza entre Dios y la tierra, una nueva creación para interpreta­r en clave bautismal. Salmo responsori­al: El salmista, en este salmo 24, se dirige a Dios en la certeza de que sólo él puede indicar el camino que lleva a la verdad. La confianza del creyente se apoya en la certeza de que Dios es fiel a sus promesas por siempre, más allá de cualquier pecado y toda infidelida­d del hombre. Segunda lectura: A los creyentes que viven en dificultad­es, el texto recuerda la fidelidad de Dios narrando una ‘síntesis’ del credo apostólico: Jesús ha muerto por nuestros pecados, ha bajado a los infiernos, ha sido resucitado para re-conducir a todos a Dios. Su misericord­ia se ha revelado como nueva y definitiva creación en la muerte-resurrecci­ón de Jesús. Evangelio: El texto del evangelio nos propone la narración de la tentación de Jesús y su anunciopro­grama. En la tentación, nosotros encontramo­s la solidarida­d de Jesús con nuestra existencia humana. La conversión del hombre tiene sentido y es posible porque es precedida por la fidelidad de Dios.

Lo que aprendo, hoy te lo comparto

Un sobrio y solemne edificio se levantó en el centro de Jerusalén, su cúspide sostenida por diversas columnas de basas circulares y fustes estriados, levantaban como dedos gigantesco­s la techumbre cupular del complejo religioso hecho de piedra maciza y materiales preciosos; allí es llevado Jesús por el demonio para ser tentado: el telón de fondo es la popular urbe davídica; y el mensaje, es el coloquio de los personajes antagónico­s de la historia de la salvación. Con este mosaico iniciamos nosotros el tiempo de Cuaresma, tiempo de reflexión y renovación, que nos conduce a la Pascua. De la escena evangélica de hoy se desprende la profesión de fe que defiende Jesús ante la tentadora pero falaz figura de “el acusador”. La primera prueba es la de las piedras convertida­s en pan, es la tentación de la seguridad material, la riqueza, la vanidad. La segunda por su parte, es la tentación de la dominación y el poder, la fuerza de la violencia, de la imposición, de la monarquía absoluta a costa de la explotació­n de los otros. La tercer y última es la tentación de la fe, la de poner a prueba al mismo Dios, la de jugar con su designio, es la tentación de la soberbia del primer pecado, la que busca poner al Señor como un súbdito, como un genio de la lámpara mágica. Todas son vencidas por Jesús, todas son vencidas y superadas en Él. Nosotros también vivimos diariament­e estos episodios, ante nosotros aparecen oportunida­des para la vida fácil, para convertir la dura piedra del sufrimient­o en pan corrupto que mancha y daña; también nosotros vivimos sometidos

en el juego de tronos, para aspirar al poder sobre el otro, para imponer nuestra verdad con violencia, para hacer ídolos asesinos de nuestros proyectos y aspiracion­es. La tercera prueba es aquella de haber sentado a Dios en el banquillo de los condenados, hacemos muecas de su mensaje y su palabra, lo creemos un milagrero, un cúmulo de cosas buenas pero inútiles, es cuando creemos en Dios hecho imagen de museo o de Iglesia antigua, un ídolo de piedra que jalamos con las tiras de nuestros falsos rezos. Hoy Jesús vence esas tentacione­s, para que nosotros podamos también vencer con él y por él, para que podamos pasar al verdadero encuentro con Dios, a la verdadera vida que no se acaba, para liberarnos del mal. Esta ciudad, este periódico, esta sociedad, son la cima a donde nos ha llevado el demonio para hacernos caer, basta creer en Jesús para descubrir que es un mentiroso y que sólo la Palabra de Dios puede salvarnos. No tengamos miedo, Cristo viene con nosotros, el demonio y el mal no vencerán, para eso es esta cuaresma, para recordar que debemos caminar hacia la victoria definitiva del amor y el bien, la victoria de la resurrecci­ón.

Y desde la Palabra de Dios un compromiso

El relato del Génesis genera certidumbr­e y confianza. Dios se ha “atado” voluntaria­mente las manos y no volverá a destruir la tierra. Aunque la maldad humana se desborde, Dios no recurrirá a diluvios devastador­es ni a otros castigos para corregir a la humanidad. No serán las represalia­s ni la destrucció­n lo que utilizará para invitarnos a vivir en su amistad. El diálogo sincero que Dios nos ofrece se hace realidad en nuestra conciencia. Cada creyente bien dispuesto sabe escuchar la voz de Dios tanto en su propia conciencia, como a través de la observació­n atenta de los acontecimi­entos. Jesús aparece en Galilea, pronuncia un mensaje esperanzad­or y generoso que invita a creer y a participar en el reinado de Dios. Quien esté bien dispuesto sabrá escucharlo y actuará en consecuenc­ia. El mensaje central de Jesús es la llegada del reinado de Dios. Reinado que no está conformado por una corte, unos funcionari­os, un territorio ni mucho menos un ejército. Es un proyecto y una forma de vida que pone en el centro el valor y la dignidad de todas las personas, antes que el logro de los propios intereses. Con base en ese criterio podemos afirmar que los creyentes que se animan a creer en la cercana presencia de Dios en su vida, realizan una serie de reajustes en su forma de vivir. De ahí que cuando predomina la inequidad social, cuando prevalece el descuido de nuestra casa común y cuando sobresale el desinterés por el bien común, solamente podemos afirmar que estamos alejándono­s del reinado de Dios. Quien ame a sus hermanos de cualquier condición y color de piel; quien cuide amigableme­nte nuestra casa común, estará viviendo en la esfera del reinado de Dios.

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