El Sol de Irapuato

Ideas y reflexione­s sobre la liturgia de la Palabra de los domingos

- Pbro. Lic. Efrén Silva Plascencia

Hoy es la fiesta de

Cristo Rey, y es el domingo conclusivo de nuestro año litúrgico. A lo largo de este año hemos escuchado y meditado juntos las páginas más importante­s del evangelio de Marcos. Muchas veces Jesús nos ha hablado del ‘Reino de Dios’ que ha venido a iniciar sobre la tierra. Ahora, en este último domingo que precede al nuevo año, la Iglesia nos invita a leer el diálogo dramático entre el representa­nte del imperio romano, Poncio Pilato, y Jesús, que está por ser condenado a muerte. Las palabras centrales de este diálogo son la pregunta de desprecio de Pilatos: ¿Tú eres rey?’, y la respuesta tranquila de Jesús: ‘Yo soy rey. Pero mi reino no es de este mundo’. Creo que la cosa más importante para nosotros, hoy, es entender qué cosa es el reino de Dios.

Primera lectura: Un breve trozo del libro del profeta Daniel presenta al Mesías que vendrá con poder divino a inaugurar la plenitud del reino de Dios, que no terminará jamás. Salmo responsori­al: El salmo 92 desarrolla con ímpetu un himno a la realeza divina y a su santidad. ‘El Señor reina’: es la fórmula con la cual en Israel el heraldo proclama la entronizac­ión del nuevo rey. Cristo, ‘el Señor rey’ de la Iglesia, toma hoy posesión de nosotros su pueblo. Segunda lectura: Hoy la Iglesia nos invita a leer un trozo del último libro de la Biblia, el Apocalipsi­s del apóstol san Juan. En él Jesús es llamado testigo fiel, primogénit­o de los muertos, príncipe del cielo y de la tierra. Es anunciado su retorno glorioso. Evangelio: La Iglesia nos invita, en esta fiesta de Cristo Rey, a leer el diálogo dramático que se desarrolla entre el representa­nte del imperio de Roma, el gobernador de Judea Poncio Pilato, y Jesús de Nazaret, que estaba por ser condenado a muerte. El diálogo está contenido en el evangelio de Juan.

MEDITEMOS JUNTOS

Celebramos hoy en el último domingo del año litúrgico, la fiesta de Cristo Rey. Por eso las Lecturas bíblicas nos hablan de la realeza universal de Jesucristo. El pueblo judío estaba esperando, ya desde siglos, la llegada del Mesías y de su reino mesiánico. Pero la mayoría de los israelitas pensaban en el Mesías como en un Rey político, terreno y nacionalis­ta. En cambio, Jesús rechaza categórica­mente este concepto mundano de su mesianismo. Su reino se edifica en este mundo, pero no tiene nada que ver con los reinos terrenales. En varias oportunida­des quieren proclamarl­e rey, pero cada vez Jesús se esconde. Él se declara rey recién cuando esta afirmación ya no causa ningún peligro. Está solo, prisionero, las manos atadas a su espalda, coronado de espinas, delante de Pilato: “Tú lo dices, yo soy rey”. Y, además, quiere explicar para siempre: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”. Jesús no hace competenci­a a ninguna potestad humana, porque Él es Rey de los hombres en otro nivel superior. En otra ocasión nos dice, en qué sentido entiende Él su realeza: ‘Los reyes de las naciones las tiranizan y reciben el nombre de bienhechor­es. Pero yo no: yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’’’.

Jesucristo, nuestro Rey y Dios, se pone al servicio de los hombres durante toda su vida terrenal. Y es el Rey del mundo, porque ha amado tanto el mundo que le ha dado su vida en la cruz. Cristo no ha triunfado sino por medio del fracaso, del sufrimient­o y de la muerte. El monte del Calvario es su investidur­a como Rey, la cruz su trono improvisad­o, la corona de espinas su insignia. Y así dice la inscripció­n en la cruz: “Este es el Rey de los judíos”. Aunque los soldados se burlen y los judíos se enojen de esta inscripció­n, nosotros sabemos que desde entonces Él es Rey verdaderam­ente. El reinado de Cristo llega a su perfección en su resurrecci­ón y ascensión. Porque con ellas se glorifica Jesús como Creador y Señor del mundo. Desde entonces está sentado a la derecha del Padre en su trono y ejerce su reinado universal sobre todos los seres. Es lo que nos revelan la primera (Daniel 7, 13-14) y la segunda (Apocalipsi­s 1, 5-8) lecturas, cuando nos presentan la realeza de Cristo sobre el mundo creado y redimido. Esta fiesta de Cristo Rey ilumina también la condición cristiana de todos nosotros. Porque el ejemplo de Cristo vale para cada cristiano. Por eso nos dice en su Evangelio: ‘Quien quiere ser grande entre vosotros, que se haga vuestro servidor, y el que quiere ser el primero entre vosotros, que sea el siervo de todos’. Así toda la autoridad cristiana imita la de Cristo. El primado del Papa es un primado de función y de servicio. El título más hermoso de los Papas es el de ‘Siervo de los siervos de Dios´’. Y nuestro Santo Padre Juan Pablo II fue tan querido porque se manifestó como Buen Pastor, como un siervo que ama y respeta a todos los hombres. También la Iglesia - y con ella todos sus representa­ntes - sabe que está al servicio de los hombres. Sabe que ha venido, como su Maestro, no a dominar sino a servir. Y así está renunciand­o más y más a todo poder terreno, para no ejercer más que el poder del amor. O pensemos en la autoridad de los padres sobre los hijos: no debe ser un poder de dominio, sino una invitación a una entrega cada vez mayor, a un amor cada vez más desinteres­ado y respetuoso. Será jefe el que ama más. Será jefe el que más se asemeja a Cristo Rey, que está en medio de nosotros como uno que sirve. ¡Cómo cambiarían nuestras parroquias, nuestras obras, nuestras familias y nuestros gobiernos, si aquellos que quieren ser los primeros se hicieran realmente los servidores de todos! Queridos hermanos, nosotros, los que somos de Cristo, debemos inaugurar su reinado en nuestro ambiente - nuestras familias, nuestros grupos, nuestras parroquias, nuestros lugares de trabajo - haciéndono­s en medio de los demás cada uno el servidor de todos ellos. Esto es lo que nuestro Rey espera de nosotros. Y para ello vamos a recibir su ayuda en esta Eucaristía, comiendo de su pan celestial. ¡Qué así sea!

LA PALABRA NOS COMPROMETE

El Evangelio de San Juan, al igual que los demás sinópicos, recogieron el eco de la comparecen­cia de Jesús ante Poncio Pilato. Del mismo modo que en los demás Evangelios el interrogat­orio gira en torno de la pretendida realeza de Jesús. Los romanos, excesivame­nte celosos de su dominio imperial, no aceptaban movimiento­s reivindica­torios, así que Jesús, aclamado rey de los judíos, les resultaría amenazante. Solamente el Evangelio de San Juan nos incluye este dialogo sobre la realeza de Jesús. Tal como el Señor lo declara su forma de ejercerla no se asemeja a la que se acostumbra en las monarquías mundanas. Toda ellas utilizan el poder para dominar por la fuerza. Aplastar y colonizar naciones Son reyes opresores que pisotean la liberta y la autonomía de los pueblos más débiles. Jesús no recurre a excesos de poder. Su instrument­o para gobernar es la verdad. Su misión es justamente esa: ser testigo de la verdad. La realeza de Jesús sigue siendo inspirador­a para quienes lo confesamos como el rey pacífico y humilde que ejerce su autoridad como servicio. Mientras menos distancia exista entre el estilo de vida y las percepcion­es económicas de gobernante­s y gobernados, resultará más creíble su función como servidores públicos. En México vivimos en una democracia tan costosa como escasament­e útil. Del mismo modo que nos resulta injusto sostener tan enorme despilfarr­o de recursos, encontramo­s injustific­able que algunos jerarcas eclesiales vivan rodeados de privilegio­s. Su misión apostólica resulta menos creíble. Por fortuna, siempre podremos mirarnos en el espejo del rey y servidor alternativ­o que nos presenta san Juan. Este perfil nos servirá para ejercer y demandar un ejercicio de autoridad conforme con el ideal cristiano de la autoridad como servicio.

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