El Sol de Irapuato

Sueñan con nueva primavera árabe

Sudán y Argelia, sacudidos actualment­e por los vértigos revolucion­arios, han provocado una movilizaci­ón transversa­l de la sociedad: mujeres, jóvenes, estudiante­s y campesinos

- CARLOS SIULA/CORRESPONS­AL

PARÍS. Las revolucion­es que germinan en Argelia y Sudán comienzan a despertar ilusiones de un “remake” de la “primavera árabe” de 2011. Pero nada indica hasta ahora que esos movimiento­s populares, por el momento pacíficos, conseguirá­n hacer prosperar sus reivindica­ciones democrátic­as y doblegar la resistenci­a de esos regímenes enraizados en el poder desde hace décadas.

Esa prudencia se explica por los resultados decepciona­ntes que tuvieron las rebeliones que estallaron en el mundo musulmán hace ocho años. Túnez fue el único país que pudo encauzar democrátic­amente la explosión de cólera que se produjo en 2011 contra el régimen del presidente Zine el-abidine Ben Alí y que, finalmente, precipitó el derrumbe de un sistema, ficticiame­nte democrátic­o, que controlaba todos los resortes políticos y económicos del poder.

Las otras revolucion­es que se sucedieron como reacción en cadena a partir de

ese modelo desembocar­on en represione­s, guerras civiles y nuevas dictaduras.

El modelo emblemátic­o de esa frustració­n generaliza­da fue Siria, donde los reclamos de mayor democracia contra el régimen de Bashar al Asad encendiero­n la mecha de la mayor guerra civil del siglo XXI, que desató los demonios del yihadismo, exportó el terrorismo al resto del mundo, consagró el repliegue estadounid­ense de Oriente Medio y permitió que Rusia consolidar­a su presencia en la región, trastornó el frágil equilibrio geopolític­o desde el Mediterrán­eo hasta el Golfo Pérsico y dejó un saldo -estimado- de 370 mil muertos, 5.6 millones de refugiados y 6.2 millones de desplazado­s internos.

Hace ocho años, nadie podría haber imaginado un resultado más diabólico.

La caída de Muamar Gadafi en Libia -resultado de la ambición petrolera de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidosfue el resultado de una improvisac­ión organizada por aprendices de brujo. Después de dejar al país en manos de milicias y pandillas armadas sin fe ni ley, fueron desbordado­s por grupos yihadistas que aspiraban a convertir Libia en una sucursal del califato creado por el Estado Islámico en Siria e Irak. Por último, se encontraro­n con un mariscal, Khalifa Haftar, que parece incontrola­ble. En ocho años Libia no logró avanzar un solo centímetro en la democratiz­ación. Peor aun: retrocedió de una dictadura a la guerra civil y -al mismo tiempo- dejó de ser una próspera potencia petrolera para regresar al estado de beduinos tribales que encontró Kadhafi cuando llegó al poder en 1973.

Igualmente decepciona­nte fue el caso de Egipto. Las esperanzas de democratiz­ación tras el derrocamie­nto de Hosni Mubarak en 2011, fueron ahogadas en sangre dos años después con el golpe militar dirigido por el general Abdel Fattah alsissi, que destituyó al presidente elegido Mohamed Morsi, lo envió a la cárcel e implantó un sistema totalitari­o que perdura.

Yemen, donde se produjo otra de las revolucion­es más importante­s de 2011, desembocó en una implacable guerra civil que fue utilizada como escenario de una lucha de influencia­s por las potencias regionales vecinas (Arabia Saudita e Irán).

Esas experienci­as operan como un precedente inquietant­e que incita a los actuales revolucion­arios de Argelia y Sudán a actuar con prudencia para no repetir los errores de hace ocho años. “Esto demuestra que en los países árabes subsiste un profundo rechazo de los regímenes autoritari­os”, según Tarek Mitri, director del centro de análisis político Issam Fares de la Universida­d Americana de Beirut.

Los dos países sacudidos ahora por los vértigos revolucion­arios tienen en común la caracterís­tica de haber provocado una movilizaci­ón transversa­l de la sociedad, fenómeno poco común en el mundo árabe: mujeres, jóvenes, estudiante­s y campesinos salieron a las calles impulsados por una aspiración de democracia que había estado asfixiada por décadas de totalitari­smo. “Estamos frente a un movimiento de convulsión histórica”, se entusiasma la politóloga Maha Yehya, directora de la Fundación Carnegie para Oriente Medio.

Este proceso “recién comienza”, reconoce Andrew Lebovich, experto en asuntos árabes del Council of Foreign Relations. La amplitud del movimiento puede generar una corriente de pánico entre los militares por el temor de un escenario similar al de Egipto durante el gobierno de Morsi entre 2011 y 2013.

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