Alejandra Pimentel
¿Te has puesto a pensar alguna vez cómo el ser humano puede hacer un dios de cualquier cosa, es más, puede hacer un dios de cualquier persona?
Por eso no resulta extraño que convierta al gobierno en un dios, y no es difícil de reconocer esto si tan solo lo reflexionamos con una mente abierta.
Pensemos por ejemplo en como a la mayoría de los mexicanos les gustan las cosas gratis, y en éste periodo de elecciones políticas vamos a ver desfilando las múltiples ofertas de cosas gratis por todos lados a cambio de nuestro voto.
Observemos también como los sueldos de una gran parte de los empleados de gobierno están por encima de los del sector privado, haciendo más deseable un puesto en el gobierno que arriesgar capital en el sector privado para generar empleos. Y lo más absurdo de esto es que los sueldos de los empleados del gobierno tienen que salir del sector privado.
Por otro lado, nuestros congresos son usados para redefinir lo que es un matrimonio y una familia, y aún para determinar dar muerte a ciudadanos indefensos por nacer sólo porque la madre o el padre así lo quieren, y se proyectan estas cosas y otras muchas leyes fatales como algo bueno que el gobierno hace para el bien de los menos afortunados. No por nada podemos decir que nuestro gobierno tiene más rasgos de un dios, y no precisamente de un dios bueno, aunque sin lugar a dudas él se cree bueno, y esto es muy peligroso, pues como escribió Gary Demar “el poder es más peligroso en las manos de la gente buena, porque están convencidas de que sus intenciones de ayudar a los menos afortunados son correctas y justas”.
Y como escribiera el historiador Herbert Schlossberg sobre el paternalismo del Estado que éste no sólo busca alimentar a sus hijos, sino además busca proveerles todo, y esto en sí ya es una manera insultante de tratar a los adultos (pues ¿qué adulto que se considere digno de ostentar ese título puede acceder a seguir siendo tratado como un niño dependiente?). Esto transforma al Estado de ser un regalo de Dios para protegernos de la violencia, a ser un ídolo que nos da todas las cosas y al cual miramos para todas nuestras necesidades.
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