El Sol de Irapuato

Nkins Reid

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por sus padres. Esto la rompe. Pero por esto mismo al crecer se convierte en un icono.

Nos encanta la gente que es hermosa y está rota. Y es difícil encontrar a alguien más roto y con una belleza más clásica que la de Daisy Jones.

Por eso es comprensib­le que Daisy empiece a encontrars­e a sí misma en un lugar tan glamuroso y sórdido como el Sunset Strip de Los Ángeles. Daisy Jones (cantante, Daisy Jones & The Six): Desde mi casa podía llegar caminando al Strip. Debía de tener unos catorce años y estaba harta de quedarme encerrada en casa sin saber qué hacer. No tenía la edad para entrar en ninguno de los bares o discotecas, pero iba de todas formas.

Me acuerdo de que cuando todavía era muy joven le gorroneé un cigarrillo a un roadie de los Byrds. Pronto aprendí que si no llevabas sujetador la gente creía que eras más mayor. Y a veces me ponía un pañuelo en la cabeza como los que llevaban las chicas guays. Quería encajar con las groupies que esperaban en la acera con sus porros, sus petacas y todo eso.

Así que una noche le gorroneé un cigarrillo a ese roadie fuera del Whisky a Go Go; era la primera vez que fumaba y traté de fingir que estaba superacost­umbrada. Me aguanté la tos y me puse a tontear con él lo mejor que supe. Si pienso en ello ahora, en lo torpe que debí de ser, me muero de la vergüenza.

Al final aparece un tipo que le dice al roadie: «Tenemos que entrar a preparar los amplis». Y el roadie se vuelve hacia mí y me pregunta: «¿Vienes?». Y así es como me cuelo en el Whisky por primera vez.

Esa noche salí hasta las tres o cuatro de la mañana. Nunca había hecho nada parecido. Pero de repente era como si existiera, como si formase parte de algo. Esa noche pasé de cero a cien. Bebía y fumaba cualquier cosa que me ofrecieran.

Al llegar a casa, entré por la puerta, borracha y fumada, y me caí redonda en la cama. Estoy segurísima de que mis padres ni siquiera se dieron cuenta de que me había ido. La noche siguiente volví a salir e hice lo mismo. Al cabo de un tiempo, los porteros del Strip me reconocían y me dejaban entrar en todas partes: en el Whisky, en el London Fog, en la Riot House... A nadie le importaba lo joven que era.

Greg Mcguinness (antiguo conserje del hotel Continenta­l Hyatt House): Oooh tío, no te sé decir cuánto tiempo llevaba Daisy frecuentan­do el Hyatt House antes de que me fijara en ella. Pero me acuerdo de la primera vez que la vi. Yo estaba al teléfono y de repente entra una chica altísima y delgadísim­a con flequillo. Y los ojos azules más enormes y redondos que te puedas imaginar. Y qué sonrisa. Era inmensa. Entró agarrada del brazo de algún tipo. No recuerdo quién.

Lo que quiero decir es que por aquel entonces muchas de las chicas del Strip eran jóvenes pero intentaban parecer mayores. Daisy era Daisy, no parecía que tratara de ser nada salvo ella misma.

A partir de ese momento, me di cuenta de que iba mucho por el hotel. Siempre se estaba riendo. Nunca parecía estar de bajón. Era como ver a Bambi aprendiend­o a caminar. Era muy inocente y frágil, pero se notaba que tenía algo.

Si te digo la verdad, me preocupaba por ella, estaba intranquil­o. A muchos hombres de aquel mundillo les gustaban las jovencitas. Estrellas del rock de treinta y pico que se acostaban con adolescent­es. No digo que estuviera bien, tan solo lo que había. ¿Cuántos años tenía Lori Mattix cuando salía con Jimmy Page? ¿Catorce? ¿Y qué me dices de Iggy Pop y Sable Starr? Él cantaba sobre eso, tío. Presumía de ello.

En cuanto a Daisy... A ver, los cantantes, los guitarrist­as, los roadies..., todos la miraban. Cuando venía procuraba asegurarme de que estuviera bien, estar pendiente. Me gustaba de verdad. Daisy valía más que cualquiera de los que iban por allí.

Daisy: Aprendí qué eran el sexo y el amor por las malas. Descubrí que los hombres hacían lo que querían y no sentían que debieran nada a nadie, que algunas personas solo quieren un pedazo de ti.

A lo mejor había chicas de las que no se aprovechar­an, como las Plaster Casters o algunas de las GTO, no lo sé. Pero, para mí, al principio fue una putada.

Perdí la virginidad con..., da igual. Era más mayor, batería de un grupo. Estábamos en el vestíbulo del Riot House y me invitó a subir a su habitación para meternos unas rayas. Me dijo que era la chica de sus sueños.

Me gustaba básicament­e porque yo le gustaba. Quería que alguien me escogiera entre las demás, que me tratara de forma especial. Así de desesperad­a estaba porque alguien se interesara por mí.

Cuando quise darme cuenta ya estábamos en su cama. Me preguntó si sabía lo que estaba haciendo y le dije que sí, aunque obviamente no tenía ni la menor idea. Pero todo el mundo hablaba del amor libre y del sexo como algo bueno. Si molabas, si estabas en la onda, te gustaba el sexo.

Estuve todo el rato mirando al techo esperando a que él terminara. Sabía que supuestame­nte tenía que moverme, pero me quedé totalmente paralizada, aterrada. Lo único que podía oírse en la habitación era el sonido de nuestra ropa al rozar la colcha.

No sabía lo que estaba haciendo ni por qué lo hacía si no quería. A lo largo de mi vida he hecho mucha terapia, y cuando digo mucha quiero decir muchísima. Y ahora lo entiendo. Veo claramente cómo era entonces. Quería estar rodeada de todos esos hombres, de esas estrellas, porque no sabía de qué otra manera podía ser importante. Y suponía que, si quería formar parte de su mundo, debía complacerl­os.

Cuando acabó, se levantó. Yo me bajé el vestido. Me dijo: «Si quieres volver abajo con tus amigos, me parece bien». En realidad yo no tenía amigos, pero entendía que quería que me largase. Así que me largué.

No volvió a dirigirme la palabra nunca más.

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