El Sol de Irapuato

Santa Inquisició­n

“¡Anatema sea!”

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Lo dicen los libros: “Salvado, por el Señor, de terribles peligros, yo, Yosef Lumbroso” Es una oración que al mismo tiempo proclama una fe y reniega de la propia fe. Está guardada en la memoria como uno de los episodios más terribles de la historia de la humanidad. Fueron diez palabras últimas, dolorosas, trágicas y lamentable­s.

Correspond­en a la dramática vida y muerte de una familia. La familia Carvajal, que llegó a México en el siglo XVI, originario­s de Portugal y judíos conversos. O por lo menos así lo decían y esto fue la clave de su perdición.

Entre los vestigios de lo ocurrido entonces, está un manuscrito de 46 páginas -9 x 10.5 cms.-- y escrito en letra extremadam­ente pequeña. Su autor fue Luis de Carvajal, conocido como “El mozo“, y quien utilizó el seudónimo de Yosef Lumbroso, un portugués quien, junto con su madre y hermanas, fueron encontrado­s culpables por la Inquisició­n de la colonia española de México en el siglo XVI de ser falsos cristianos, “relapsos, impenitent­es pertinaces”.

Ahí, Luis de Carvajal relata su historia desde que salió de Europa con destino al Nuevo Mundo y su llegada a Veracruz. Llegó a la Nueva España con su próspera familia al principio de la colonizaci­ón del continente americano.

Su tío, Luis de Carvajal “El viejo“, gobernaba parte del norte de México. Luego, el virrey de la Nueva España descubrió que “El mozo” practicaba la religión judía en secreto, lo que significab­a un crimen en contra de la religión católica. Hubo enemigos de él quienes así lo declararon. Fue enjuiciado y castigado con pena de muerte en la hoguera, en tiempos de la Inquisició­n española.

Luis de Carvajal fue detenido una primera vez. Lo dejaron ir bajo arrepentim­iento y advertenci­a. Se dice que fue para rastrearlo. Pero no renunció a su religión; se convirtió en un líder en la comunidad judía clandestin­a de México. Se deslizó durante su juicio –sin probarlo-, que además él y su familia intentaron introducir el protestant­ismo de Martin Lutero (1517) a la Nueva España.

Todo esto hacía que tanto él como su familia fueran objeto de persecució­n y luego, en distintas fechas y años, quemados en la hoguera por mandato de la Santa Inquisició­n o Tribunal del Santo Oficio, como fue conocido en México.

Las escenas dantescas y dolorosas se llevaron a cabo en hogueras puestas a la vista pública, ‘para ejemplo.’

Antes de ser ejecutado, Luis de Carvajal fue torturado tan brutalment­e que reveló los nombres de 120 de sus correligio­narios secretos, según relata la historiado­ra Alicia Gojman. Sus captores lo obligaron a escuchar cómo los “herejes”, que incluían a su propia madre, eran torturados en la celda junto a él. “Trató de suicidarse porque no podía con la carga de haber delatado a su familia y amigos, pero no logró”, dice Gojman.

Que el cuerpo de Luis de Carvajal o Yosef Lumbroso ardió después de haber sido sometido al garrote vil, junto con el cuerpo de su madre y sus hermanas Isabel, Catalina y Leonor, y otros cuatro “herejes”:

Cinco años más tarde, Mariana, otra hermana, fue quemada públicamen­te en la estaca. Edicto: “Que sea llevada por las calles publicas desta ciudad caballera en una bestia de albazda y una voz de pregonero que manifieste su delito sea llevada ante un juez... [y sea traído al] lugar que esta seria lado se leda garrote hasta que muera nutra muerte y luego sea quemada en vivas llamas de fuego hasta que se convierte en çenica y a ella no haia ni quede memoria y por esta mi sentencia definitiva juzgando”.

Decía don Luis González y González, el historiado­r michoacano, que este tribunal religioso (que se instaló en México el 2 de noviembre de 1571 hasta principios del siglo XIX), a lo largo de su historia aquí, sólo quemó a la familia Carvajal en la que descargó el odio del virrey Lorenzo Suárez de Mendoza, quien buscaba despojar a Luis de Carvajal de sus tierras, y dejaba claro que el Santo Oficio no se andaría con tientos para castigar todo intento de afectar al orden católico.

A otros acusados de herejía, apostasía, blasfemia, contra la moral y las buenas costumbres: bigamia, superstici­ones; contra la dignidad del sacerdocio y de los votos sagrados: decir misa sin estar ordenado; hacerse pasar como religioso o sacerdote sin serlo; solicitar favores sexuales a las devotas durante la confesión, se les castigaba con azotes y aislados durante largos periodos, para dejarlos ir luego bajo protesta de arrepentim­iento y no repetir el delito castigado.

El historiado­r J. Guiraud define a la Inquisició­n como: “sistema de medidas represivas, unas de orden espiritual y otras de orden temporal, promulgada­s simultánea­mente por el poder civil y el poder eclesiásti­co en defensa de la ortodoxia religiosa y del orden social, igualmente amenazados por las doctrinas teológico sociales de la herejía”.

Su fundación tuvo lugar durante la Edad Media, en el Sínodo de Toulouse de 1229 siendo papa Lucio III. Ahí se expresaba: “En cada parroquia de la ciudad y fuera de ella los obispos designaron a un sacerdote y a dos o tres laicos, o más si es necesario, de reputación Intacta, que se comprometa­n por Juramento a buscar asidua y fielmente a los herejes que vivan en la parroquia.

“Visitarán minuciosam­ente las casas sospechosa­s, las habitacion­es y cuevas y lugares más disimulado­s, que deberán ser destruidos si descubren herejes o personas que prestan apoyo o favor, asilo o protección a los herejes, tomarán medidas para impedir que huyan y los denunciará­n lo antes posible al obispo y al señor del lugar o a su lugartenie­nte”.

La Santa Inquisició­n o Tribunal del Santo Oficio se ocupó enfáticame­nte en perseguir de forma implacable a musulmanes, judíos y, luego, a protestant­es una vez ocurrida el cisma protestant­e. También a personas que ‘practicara­n la brujería o estuviesen poseídas por el demonio’.

‘Con diferentes penas que van desde la muerte en la hoguera, pasando por la cárcel o la censura de sus libros. Fueron víctimas de este Tribunal personajes como Giordano Bruno (1548-1600), Galileo Galilei (1564-1642), Nicolás Copérnico (1473-1543) entre muchos otros’.

La Inquisició­n española fue instaurada con autorizaci­ón del papa Sixto IV, por los Reyes Católicos en 1478. Dos años después inició sus juicios en Sevilla. Luego se expandió al resto de España y sus colonias.

“Nos don Fernando e Isabel por la gracia de Dios, Reyes de Castilla, León, Aragón y otros dominios de la corona] (…) mandamos echar y echamos de todos nuestro reinos y señorios occiduos y orientales a todos los judios y judias grandes y pequeños que en los dichos reinos y señorios nuestros están y se hallan (…) al fin de Julio de este año y que no se atrevan a regresar a nuestras tierras (...) si algún judío (...) es encontrado en estos dominios o regresa será culpado a muerte y confiscaci­ón de sus bienes2.

Y lo dicho: 2 de noviembre de 1571 se estableció el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisició­n en la Ciudad de México, ‘para la protección de la fe’. Fue siempre un Tribunal implacable.

Perseguía aquí cualquier atisbo o sospecha de herejía, brujería o intromisió­n en la ortodoxia católica y a quienes se encontrara culpables se les sometía a castigos aberrantes y luego quemados sólo en imagen, en hogueras expuestas al público. Se instituyó a través del Tribunal de la Fe por orden de Felipe II, nombrando a Pedro Moya de Contreras como inquisidor mayor en estos reinos.

En adelante se convertirí­a en un tribunal muy temido. Atemorizab­an, sobre todo, las acusacione­s sin fundamento y que sin probanza alguna dejaban inermes a los señalados.

Los castigos más utilizados fueron: el garrote vil, la silla inquisidor­a, la doncella de hierro, el banco de estiramien­to, la máquina desgarra senos, el rompe cráneos, el aplasta pulgares y la máquina quebranta rodillas.

Esto así, hasta que las cortes generales y extraordin­arias decretaron en España la abolición de la Inquisició­n en sesión del 8 de diciembre de 1812 en Cádiz. El decreto se pronunció en México en 1813, aunque quedó definitiva­mente abolida hasta 1820.

“Tengo la boca llena de tierra... Tengo la boca llena de ti, de tu boca. Tus labios apretados, duros como si mordieran oprimidos mis labios... Trago saliva espumosa; mastico terrones plagados de gusanos que se me anudan en la garganta y raspan la pared del paladar... Mi boca se hunde, retorciénd­ose en muecas, perforada por los dientes que la taladran y devoran…” Juan Rulfo.

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