El Sol de Irapuato

Llamarse para despedirse

La vida va y la vida viene, aunque tiene un principio y un fin terrenal, porque nada es eterno en este universo del que formamos parte.

- Armando Hernández

Llegamos a él siendo miembros de una familia, de dos personas que deciden entretejer sus destinos para envejecer juntos, esperando que siempre se opte por cumplir sueños, hacerlos realidades, porque ahí prevalecer­á la vida y lo mejor que se puede tener es contar con una buena actitud complement­aria, que la propia vida nos ofrece y eso no es otra cosa que amor.

Un matrimonio de los de antaño, que decide tener doce hijos: seis hombres y seis mujeres. Entre ellos, sus hijos, hay una diferencia entre uno o dos años. Se comparte la vida, pasan los años y comienza la partida. Primero se desgrana la mazorca y cada uno toma su rumbo; cada uno, haciendo camino con otros proyectos. Pero el tiempo es el tiempo y se van perdiendo en el caminar, van muriendo poco a poco, tratando de alcanzar a los papás que ya han partido. Se van adelantand­o en ese transitar personal y no necesariam­ente por edad, sino conforme el Señor los ha ido llamando. Para algunos, su deceso ha sido esperado porque han estado en agonía; para otros las circunstan­cias ameritaron su partida de manera inesperada. En algunos de los casos sus familias tuvieron que tomar la decisión de dejarlos

tiempo es el tiempo y se van perdiendo en el caminar, van muriendo poco a poco, tratando de alcanzar a los papás que ya han partido. Se van adelantand­o en ese transitar personal y no necesariam­ente por edad, sino conforme el Señor los ha ido llamando. partir, porque las enfermedad­es estaban al acecho causando estragos y dolor. Quien parte comienza a retirarse cuando su luz se va apagando tenuemente. Los medicament­os mitigan el dolor, pero ya no se tiene conciencia, de donde se está y de quiénes están a su lado. Siempre hay desenlaces en el final de cada existencia y los proyectos que se tenían, personales y familiares, tocará a los que se quedan culminarlo­s: la pareja, los hijos, los nietos; nunca se sabe. De esa familia de doce, que inició la odisea van quedando pocos, y quienes quedan tendrán que buscar redirigir el camino, buscando otras opciones que hagan más ligero y digerible el también saber llegar.

Fue curioso que, sabiendo que iban partiendo, tratan de verse hasta el final como hermanos y sin que los hayan decidido en conjunto, han tomado la decisión de llamarse al menos por teléfono para despedirse, aunque haya años de por medio sin haberse vuelto a ver; aun así, la partida y despedida duele. Los que quedan saben de antemano que la vida continua y hay que seguirla saboreando en honor a los que ya se han ido, porque es un deber seguir haciendo latir corazones, porque si de doce quedan dos, ellos sabrán cómo seguirla compartien­do.

Cuando se parte, se comparte, para que el dolor se pueda mitigar más fácilmente. Transcribo un poema escocés que alguna vez llegó a mis manos y que al calce dice: “Puedes llorar porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido. Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado. Tu corazón puede estar vacío, porque no lo puedes ver o puede estar lleno de amor que compartist­e. Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda o puedes hacer lo que a él le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir”.

Pero el

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