Llamarse para despedirse
La vida va y la vida viene, aunque tiene un principio y un fin terrenal, porque nada es eterno en este universo del que formamos parte.
Llegamos a él siendo miembros de una familia, de dos personas que deciden entretejer sus destinos para envejecer juntos, esperando que siempre se opte por cumplir sueños, hacerlos realidades, porque ahí prevalecerá la vida y lo mejor que se puede tener es contar con una buena actitud complementaria, que la propia vida nos ofrece y eso no es otra cosa que amor.
Un matrimonio de los de antaño, que decide tener doce hijos: seis hombres y seis mujeres. Entre ellos, sus hijos, hay una diferencia entre uno o dos años. Se comparte la vida, pasan los años y comienza la partida. Primero se desgrana la mazorca y cada uno toma su rumbo; cada uno, haciendo camino con otros proyectos. Pero el tiempo es el tiempo y se van perdiendo en el caminar, van muriendo poco a poco, tratando de alcanzar a los papás que ya han partido. Se van adelantando en ese transitar personal y no necesariamente por edad, sino conforme el Señor los ha ido llamando. Para algunos, su deceso ha sido esperado porque han estado en agonía; para otros las circunstancias ameritaron su partida de manera inesperada. En algunos de los casos sus familias tuvieron que tomar la decisión de dejarlos
tiempo es el tiempo y se van perdiendo en el caminar, van muriendo poco a poco, tratando de alcanzar a los papás que ya han partido. Se van adelantando en ese transitar personal y no necesariamente por edad, sino conforme el Señor los ha ido llamando. partir, porque las enfermedades estaban al acecho causando estragos y dolor. Quien parte comienza a retirarse cuando su luz se va apagando tenuemente. Los medicamentos mitigan el dolor, pero ya no se tiene conciencia, de donde se está y de quiénes están a su lado. Siempre hay desenlaces en el final de cada existencia y los proyectos que se tenían, personales y familiares, tocará a los que se quedan culminarlos: la pareja, los hijos, los nietos; nunca se sabe. De esa familia de doce, que inició la odisea van quedando pocos, y quienes quedan tendrán que buscar redirigir el camino, buscando otras opciones que hagan más ligero y digerible el también saber llegar.
Fue curioso que, sabiendo que iban partiendo, tratan de verse hasta el final como hermanos y sin que los hayan decidido en conjunto, han tomado la decisión de llamarse al menos por teléfono para despedirse, aunque haya años de por medio sin haberse vuelto a ver; aun así, la partida y despedida duele. Los que quedan saben de antemano que la vida continua y hay que seguirla saboreando en honor a los que ya se han ido, porque es un deber seguir haciendo latir corazones, porque si de doce quedan dos, ellos sabrán cómo seguirla compartiendo.
Cuando se parte, se comparte, para que el dolor se pueda mitigar más fácilmente. Transcribo un poema escocés que alguna vez llegó a mis manos y que al calce dice: “Puedes llorar porque se ha ido o puedes sonreír porque ha vivido. Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado. Tu corazón puede estar vacío, porque no lo puedes ver o puede estar lleno de amor que compartiste. Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda o puedes hacer lo que a él le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir”.
Pero el