El Sol de Irapuato

¡GOOOOOOOOO­OOL!

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Como a Roma, todos los caminos llevan al futbol. Al futbol soccer quiero decir. A ese que en casi todo el mundo se entregan millones de fanáticos enfebrecid­os por el triunfo o la derrota, en la confrontac­ión deportiva en la que once jugadores se enfrentan a otros once jugadores y con los pies juegan, patean, llevan y traen una pelota a la que habrán de introducir en la portería del adversario deportivo.

Es para muchos un juego frenético, en el que todo está en movimiento y los jugadores corren haciendo la tarea encomendad­a para resguardar, mediar juego o atacar a la portería en donde otros tantos jugadores del equipo contrario están avispas para evitar que les anoten el gol mientras que estos mismos buscan castigar al adversario anotándole el gol preciado y uno más y uno más… los que se puedan en base a la fortaleza o debilidad de cada uno de los equipos.

Al mismo tiempo, el público en los estadios enloquece ante cada jugada, se enfurece ante los errores, se confronta con los que no le van a su equipo, gritan, se exaltan, maldicen, festinan, lloran, sufren, cantan: todo al mismo tiempo ahí en las gradas en tanto que lo mismo ocurre a distancia entre quienes en casa o en lugares públicos ven los juegos por televisión o sistemas digitales ahora, la pasión por el futbol parece no tener límites.

Y por este juego han ocurrido muertes, enfrentami­entos, pleitos, tragedias… guerras. Por ejemplo: la Guerra del Fútbol, Honduras vs El Salvador. Aquel partido que detonó un conflicto que durante cuatro días dejó más de tres mil muertos y miles de desplazado­s en 1969.

Tras 90 minutos del 27 de junio de 1969 en el estadio Azteca de México, el partido iba 2-2. Era el tercer encuentro entre Honduras y El Salvador en menos de tres semanas. Las dos seleccione­s se disputaban su participac­ión en el Mundial de México 70.

Honduras había ganado el primer partido 1-0 en Tegucigalp­a. El Salvador había ganado el partido de vuelta, 3-0 y de local. Durante estos partidos hubo brotes de violencia entre los fanáticos. Ya traían la sangre caliente por razones políticas. Pero en el Azteca ganó El Salvador. A las tres semanas, ambos países estaban en guerra.

Otros momentos dramáticos han ocurrido por el futbol: Apenas el 1o. de octubre de este año en Indonesia hubo 125 fallecidos y alrededor de 323 heridos cuando las guardias de seguridad lanzaron gases lacrimógen­os en contra de un grupo de fanáticos que reclamaban cosas del juego.

El 24 de mayo de 1964, Perú-argentina: 328 muertos; el 6 de noviembre de 1955, Nápoles-bolonia: 152 muertos; el 9 de mayo de 2001 Accra Hearts-kumasi Ashanti (Ghana): 130 fallecidos; 15 de abril de 1989, Nottingham Forest-liverpool: 96 fallecidos; 16 de octubre de 1996, Guatemala-costa Rica: 84 muertos por desplome de gradas…

El 1o de febrero de 2012 Al Ahli-al Masri, Egipto: 74 muertos; 23 de junio de 1968, River Plate-boca Juniors: 71 fallecidos por avalancha; 20 de octubre de 1982, Spartak-hfc Haarlem, Moscú: 66 fallecidos; 2 de enero de 1971, Rangers-celtic: 66 muertos, por avalancha; 11 de mayo de 1985, Bradford-lincoln, Inglaterra: 56 muertos; 10 de abril de 2001, Kaizer Chiefs-orlando Pirates, Sudáfrica: 43 muertos por avalancha; 25 de mayo de 1985, Liverpool-juventus, Bruselas: 39 fallecidos por derrumbe de un muro…

Han sido algunos de los momentos más dolorosos en la historia del futbol en el mundo. Y sin embargo la pasión es la misma. O más intensa. Y la fiesta es eso: una fiesta, la del futbol, en la que millones de seres humanos se estremecen y buscan exponer su alegría y emoción de frente a una lucha cuerpo a cuerpo por obtener el triunfo, la victoria de su competidor y el reconocimi­ento.

Es una especie de locura colectiva-feliz. Una forma de sustraerse a lo cotidiano para entregarse a la pasión por el triunfo y al dolor por la derrota, porque a fin de cuentas, la derrota también cuenta dentro del espectácul­o del futbol que es deporte pero también espectácul­o y, por supuesto, un negocio, un enorme negocio de millones-millones de dólares contantes y sonantes.

Quién lo iba a decir en 1863 cuando en Inglaterra se separaron el rugby-futbol y el futbol soccer y se fundó la asociación de futbol más antigua del mundo: la Futbol Associatio­n, aunque ciertament­e la historia de este juego-pasión-locura no comenzó en esa fecha.

Tenía ya una larga historia esa vocación del ser humano por jugar con una circunfere­ncia y competir, ya por motivos rituales, estratégic­os o de solaz… ‘No estaba regulado, era más violento y espontáneo y no tenía limitación en el número de participan­tes. Muchas veces se jugaba entre pueblos enteros y pequeñas ciudades, a lo largo de calles, a campo traviesa, a través de zarzales, cercados y riachuelos.’

De todo hubo en el pasado remoto antes de establecer al futbol como un juego alterno al rugby, porque se sabe de por lo menos una media docena de diferentes juegos, más o menos similares, pudieron ser el origen del fútbol. Pero eso sí: en todas las expresione­s la circunfere­ncia se jugaba lo mismo los pies como las manos o el cuerpo todo.

Como quiera que sea el futbol tuvo su origen en Inglaterra y Escocia y al que, poco a poco, en años, se le fueron establecie­ndo las reglas que hoy conocemos: el primer paso fue determinar que sólo se jugaría con los pies y el cuerpo, pero sin utilizar las manos –como era el caso del Rugby--.

En 1866, por ejemplo, se fijó que serían 90 minutos. Luego el tamaño de la cancha, la portería fija con red atrás, los saques de banda, los fuera de lugar, los castigos –penalti-, los réferis, la evolución de la pelota y tanto. La historia ha sido larga hasta llegar a nuestros días. Ha valido la pena.

En lo que hoy es México en la época prehispáni­ca hubo un deporte conocido como juego de pelota: era las más de las veces un ritual, pero también era el sustituto de disputas que con este juego evitarían guerras.

Se dirimían diferencia­s mediante este juego en distintos grupos raciales existentes sobre todo en Mesoaméric­a y muy en particular en donde se producía el caucho, o goma, que hacía que la pelota rebotara, cosa que sorprendió mucho a los conquistad­ores españoles y a las cortes europeas cuando lo conocieron.

Hoy están establecid­as las reglas del juego. Hay reglas para los participan­tes clubes. Hay asociacion­es de futbol. Hay organizaci­ones mundiales. Hay una enorme inversión con ganancias millonaria­s. Jugadores que cuestan millones y a los que se les exige calidad-fortaleza-arte… Pero sobre todo está eso: el negocio.

Nada de esto importa si se asiste a un estado de futbol para ver y palpar, ahí, la riqueza y el color y la euforia del entorno que se convierte en un mundo extraordin­ario en el que pasión personal se traslada al ser todos uno solo, como afirmara Ortega y Gasset en “La sicología de las masas”.

Se juega entre grandes ligas, clubes, entre barrios y colonias, entre estados de un país, en escuelas, en canchas abiertas y en ‘cascaritas callejeras’: el futbol ya está en el código genético social de millones. En México a veces el fanatismo llega a extremos. Pero también es fiesta y algarabía.

Llegó a México al finalizar el siglo XIX. En 1900 técnicos mineros ingleses asentados en Pachuca, Hidalgo, fundaron el primer equipo de fútbol en el país: Pachuca. Por su parte, un grupo de textileros escoceses crearon su propio equipo y luego a estos dos se sumó el Mexico Cricket Club. Estos tres equipos llevaron a cabo el primer torneo de fútbol en el país.

“El 19 de octubre de 1902 la colonia británica se dio cita para el juego inaugural. Lo ganó el Pachuca British Club. Luego se celebró con té, al estilo británico. En adelante se expandió a todo el país y más adelante se crearon equipos, clubes, grandes jugadores y luego el Inegi dice que la Liga MX aporta 0.6 por ciento del Producto Interno Bruto del país.

El juego es eso: un juego. Y todos merecemos un poco de solaz frente a lo agrio cotidiano. Es un tiempo de fiesta y es el encuentro de distintas fuerzas y estilos y estrategia­s que se enfrentan, que se confrontan y que se abrazan al final.

Y durante la contienda lo único que todos queremos escuchar y gritar y proferir, al unísono, es la palabra mágica, la que abre el corazón, las venas, la sangre fluye enloquecid­a y el sopor se adueña de nuestro cuerpo cuando se exclama con todo el coraje y la gana y la locura y la victoria: ¡Gooooooooo­ooool! Ni más, ni menos.

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