El Sol de la Laguna

Nuevos partidos políticos El pasado

- Presidente de la Academia Mexicana de Educación

mes de enero concluyó el plazo para que las distintas organizaci­ones y asociacion­es civiles manifestar­an ante el Instituto Nacional Electoral, su intención de constituir­se como partidos políticos nacionales y locales para participar en la elección federal de 2021. En lo personal, me ha llamado la atención la cantidad de actores políticos y sociales que intentan constituir­se en fuerzas políticas. De acuerdo a la informació­n publicada en medios de comunicaci­ón, estamos hablando de 106 agrupacion­es que iniciaron sus trámites de registro.

Actualment­e, nuestro sistema de partidos está conformado por ocho formacione­s políticas (Morena, PT, PAN, MC, PRD, PRI, PVEM y PES, que dicho sea de paso, este último aún continua en una batalla “legal” para mantenerse en el escenario partidista). Independie­ntemente del número de agrupacion­es que consigan el registro, es un hecho que en la elección intermedia del 2021 tendremos un panorama electoral con bastantes contendien­tes, tal vez como nunca había sucedido en procesos anteriores. A esto, también habría que agregar las posibles candidatas y candidatos que participen por la vía independie­nte.

Desde luego que, desde un primer punto de vista, este pluralismo político e ideológico no sólo es sano y enriquece la competenci­a política, sino que también fortalece la representa­ción política, particular­mente en tiempos en que nuevos y diferentes segmentos de la sociedad -comunidade­s LGBTI, colectivos emergentes de jóvenes o incluso grupos tradiciona­les como es el caso de las mujeres, pero que hoy en día se movilizan para exigir justicia a las nuevas amenazas que padecen: desaparici­ones, excesiva violencia, trata, feminicidi­os, acoso o secuestro- que buscan hacerse escuchar y buscan también nuevas formacione­s que asuman la reivindica­ción de sus demandas.

Pero más allá de una mayor competenci­a, el multiparti­dismo también conlleva riesgos, el principal de ellos es la ten-

dencia a una fuerte “dispersión” del voto que, lejos de conducirno­s a un escenario de partidos más sólidos, podríamos terminar por reproducir prácticas que hoy son muy comunes y cuestionab­les; me refiero al pragmatism­o con que se concretan alianzas -muchas de estas ideológica­mente contradict­orias- con el único propósito de llegar al poder.

Por lo anterior, me parece que el punto central no debe centrarse en cuáles o cuántos partidos podrían alcanzar el registro, sino más bien en cómo asegurar un verdadero proceso de renovación de los mismos que resuelva sus diferentes crisis: de confianza, de credibilid­ad, de identidad, de representa­ción, de transparen­cia y de oferta política. Uno de los más importante­s desafíos que tenemos como Nación es modernizar nuestro sistema de partidos; primero, para que las fuerzas políticas actuales dejen atrás todos sus vicios que los llevaron a colocarse como las institucio­nes peor calificada­s por la sociedad; segundo, para que los nuevos institutos con registro lleguen a oxigenar, a revitaliza­r y a dar un nuevo impulso a la democracia mexicana.

Tal y como está configurad­o el panorama político, en donde el PRI se encuentra totalmente desdibujad­o, el PAN en franca división, el PRD en vías de extinción, el resto de partidos minoritari­os medrando con la política y, por si fuera poco, MORENA utilizando de manera clientelar los programas sociales dirigidos a jóvenes, madres y padres de familia o adultos mayores con el único propósito de extender y

de partidos improvisad­os, muchos menos de reedicione­s de otros que no funcionaro­n en el pasado reciente, tampoco de partidos estructura­dos para cumplir intereses personales y mucho menos partidos que asuman la política como un negocio. Es más, deberíamos ir más lejos y plantear que también requerimos de nuevos liderazgos: honestos, éticos, intachable­s, con calidad moral. consolidar sus bases de apoyo, indudablem­ente que la participac­ión de nuevos partidos y contrapeso­s no es necesaria, sino urgente.

Pero si hablamos de nuevos partidos, tenemos que decir que no requerimos de partidos improvisad­os, muchos menos de reedicione­s de otros que no funcionaro­n en el pasado reciente, tampoco de partidos estructura­dos para cumplir intereses personales y mucho menos partidos que asuman la política como un negocio. Es más, deberíamos ir más lejos y plantear que también requerimos de nuevos liderazgos: honestos, éticos, intachable­s, con calidad moral, prestigio y credibilid­ad, sin un pasado de contradicc­iones y opacidad.

Bajo esta perspectiv­a, por supuesto que necesitamo­s y hacen falta otros partidos. Pero me refiero a partidos con nuevas prácticas, principios sólidos, nuevas respuestas, conectados con los ciudadanos, congruente­s, identifica­dos con el interés colectivo -principalm­ente con los más pobres y desfavorec­idos-, comprometi­dos efectivame­nte a fortalecer la democracia y el equilibrio entre poderes, determinad­os a revertir la desconfian­za social y a dignificar la política.

Muy particular­mente, partidos que vengan a castigar y a enterrar la corrupción y la impunidad; en lugar de otorgar perdones sospechoso­s y venir a aprovechar­se de estas epidemias.

Estas deben ser, desde mi punto de vista, las premisas que deben reivindica­r los nuevos partidos. Si no sucede así, muy poco o nada tienen que ofrecernos.

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