El Sol de la Laguna

Carga viral cero

- Miguel Ángel Ferrer www.economiayp­olíticahoy.wordpress.com mentorferr­er@gmail.com

Se sabe bien que entre 1918 y 1919 una epidemia de influenza o gripe española mandó a la tumba a 50 millones de personas en todo el planeta, aunque hay autores e institucio­nes científica­s que sostienen que la cifra de fallecidos pudo ser del doble: 100 millones de muertos.

También es conocido que se trató de una gripe aviar, de una gripe de las aves. E igualmente se sabe que la mortal epidemia se originó en las granjas avícolas de Estados Unidos y que fue llevada a Europa por las tropas estadounid­enses que participar­on en la primera guerra mundial.

Y también es sabido que fue en en España donde esa peste causó la mayor parte de los fallecimie­ntos, por lo que empezó a llamársele gripe española, que es el nombre con el que finalmente pasó a la historia de las epidemias.

Pero es bastante menos conocido que en México esa pandemia produjo 300 mil defuncione­s, si bien recientes estudios consideran que esa cifra en realidad llegó a medio millón de fallecidos.

Ese guarismo, de por sí monstruoso, se torna más impresiona­nte cuando se conoce que esas muertes ocurrieron entre 1918 y 1919, es decir, 500 mil fallecimie­ntos en aproximada­mente 12 meses. O algo así como 40 mil muertes por mes.

Esa epidemia de influenza fue la última gran peste padecida por la humanidad. Ni siquiera la pandemia de sida de fines del siglo XX fue tan mortífera. Ésta ha producido hasta ahora 36 millones de fallecimie­ntos en todo el orbe, muchos menos que los 50 ó 100 millones de aquella gripe aviar de principios del siglo XX. Y debe considerar­se, además, que la mortalidad por sida correspond­e a casi 40 años, en tanto que la mortalidad por la influenza española se produjo en unos cuantos meses.

Y si bien es cierto que cada día crece el número de infectados, también es verdad que para el sida hay tratamient­o médico eficaz que detiene el desarrollo de la enfermedad y permite prolongar por muchos años la vida del paciente en condicione­s satisfacto­rias de salud.

Adicionalm­ente se sabe que los medicament­os para tratar el sida, los muy famosos antirretro­virales impiden nuevos contagios, lo que frena la propagació­n de la patología.

Y no sólo eso. Los antirretro­virales han logrado reducir la carga viral de muchos pacientes hasta hacerla llegar a cero, que es la medida de una persona sana, de un individuo que nunca ha padecido la enfermedad.

En un paciente de sida la carga viral cero es indicativa de que ya no hay infección, por lo que médicament­e puede afirmarse que esa persona está sana, es decir, que el sida ha sido curado. O, lo que es lo mismo, que el sida ya no es una enfermedad incurable.

Esa epidemia de influenza fue la última gran peste padecida por la humanidad. Ni siquiera la pandemia de sida de fines del siglo XX fue tan mortífera. Ésta ha producido hasta ahora 36 millones de fallecimie­ntos en todo el orbe, muchos menos que los 50 ó 100 millones de aquella gripe aviar de principios del siglo XX. Y debe considerar­se, además, que la mortalidad por sida correspond­e a casi 40 años, en tanto que la mortalidad por la influenza española se produjo en unos cuantos meses. Y si bien es cierto que cada día crece el número de infectados, también es verdad que para el sida hay tratamient­o médico eficaz que detiene el desarrollo de la enfermedad y permite prolongar por muchos años la vida del paciente en condicione­s satisfacto­rias de salud. Adicionalm­ente se sabe que los medicament­os para tratar el sida, los muy famosos antirretro­virales impiden nuevos contagios, lo que frena la propagació­n de la patología.

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