El Sol de la Laguna

Amigas y amigos, el 10 de mayo es en nuestro país, y en otros como Belice, Guatemala, El Salvador y la India, el Día de la Madre, y en él celebramos todas y todos a quienes nos dieron la vida: a nuestras mamás.

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En este día tan especial, la sociedad entera se congrega alrededor de la figura materna, que, en un México con un machismo tan arraigado, siempre ha figurado como la figura de paz y tranquilid­ad, el centro de cohesión, de cariño, de enseñanza, y de equilibrio de la familia. Para las y los mexicanos, la madre representa el origen, representa protección y calor humano.

Octavio Paz en su ensayo “El laberinto de la soledad”, atinadamen­te señala que, para el mexicano, el insulto más grave es el conferido hacia su madre, y no sólo en nuestra cultura vemos esto, sino también en nuestros primos los españoles y nuestros vecinos norteameri­canos; la madre, se vaya a la cultura que se vaya, ocupa un lugar casi divino en la psique de la humanidad.

Ser mamá en esta época, implica también reentender los conceptos. Hoy las madres trabajan, estudian, participan en política, y asumen responsabi­lidades que, en otros momentos de la vida nacional, se considerab­an exclusivas del padre. Hoy, el machismo define como “mamá luchona”, como si fuera esto un agravio, a la madre que busca salir adelante sin descuidar también su condición humana.

Ser madre no es cosa fácil, pero es al mismo tiempo, lo más satisfacto­rio que una mujer puede experiment­ar. La maternidad es el regalo que la vida nos da, y ese regalo, irónicamen­te, es poder dar vida. Para una madre, nada se compara a ver a sus hijas e hijos crecer y vivir sus sueños, y el dolor de parto sólo puede compararse con la eterna alegría de ser mamá.

Mi reconocimi­ento a través de estas líneas a todas las mamás. Todas, sin importar edad, sin importar número de hijos, ni mucho menos el tipo de alumbramie­nto, merecen nuestro máximo respeto por su sacrificio. Quienes aún tengan a su madre, valórenla. Es un auténtico regalo divino, algo que no podemos terminar de dimensiona­r nunca. Quienes ya no cuenten con ella, recuérdenl­a siempre, y vivan de un modo que les cause orgullo. Ellas nos cuidaron en vida, y estoy segura de que donde quiera que estén nos continúan cuidando.

¡Felicidade­s, mamás!

Octavio Paz en su ensayo “El laberinto de la soledad”, atinadamen­te señala que, para el mexicano, el insulto más grave es el conferido hacia su madre, la madre, se vaya a la cultura que se vaya, ocupa un lugar casi divino en la psique de la humanidad.

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