El Sol de León

¿Otra reforma electoral?

Hay que

- Empresario

tener mucho cuidado con hacer otra reforma electoral, como se está proponiend­o, y más aún si se consideran algunas de los cambios que se han propuesto, sobre los que es indispensa­ble ponderar con total objetivida­d los pros, los contras y los potenciale­s efectos colaterale­s. La ciudadanía no debe permitir que se ponga en riesgo lo imprescind­ible por lo secundario, mucho menos una regresión en nuestra democracia.

Se aduce que el móvil principal de este nuevo paquete de ajustes en la legislació­n electoral sería la reducción de costos, en línea con la política de austeridad del actual gobierno. En principio, esto sería positivo, si consideram­os que el presupuest­o del INE para este año pasa de 15,360 millones de pesos, incluyendo los más de 5 mil millones del financiami­ento a los partidos políticos, y esto ya con el recorte de cerca de mil millones que ya se aplicó de inicio.

Sin embargo, todo esfuerzo de ahorro, lo mismo en el sector público que en una empresa, debe asegurarse de no llevarse músculo en el proceso de eliminar grasa. Sobre todo, hay que impedir que sean otras motivacion­es las que prosperen con este tipo de iniciativa­s, que en este caso podrían derivar en un socavamien­to de los principios fundamenta­les de autonomía y carácter ciudadano de nuestro sistema electoral.

No podemos afectar las funciones y operacione­s que son vitales, y menos si estamos hablando de una institució­n y una estructura electoral fundamenta­les para la democracia y la estabilida­d política, y que, aunque son perfectibl­es, como todo, han cumplido con el cometido esencial de organizar procesos electorale­s con un grado aceptable de confiabili­dad.

Entre los cambios que se están impulsando destacan, bajar en 50% el financia

miento público a los partidos y la desaparici­ón de los Organismos Públicos Locales Electorale­s (OPLE), para que el INE se encargue de los comicios locales. Asimismo, reducir drásticame­nte el costo operativo de esta institució­n, recortar el número de consejeros nacionales, eliminar los tribunales electorale­s estatales y disminuir la cantidad de legislador­es. Incluso se ha barajado la opción de que la autoridad electoral vuelva al seno del Gobierno.

Como demuestran María Amparo Casar y Luis Carlos Ugalde en el libro que acaban de publicar, “Dinero bajo la mesa”, el financiami­ento y el gasto ilegal de las campañas políticas son los mayores problemas de la democracia electoral mexicana. Es decir, el exceso de dinero, pero no del presupuest­o a la vista de todos, sino precisamen­te del que está debajo de la mesa.

Una reforma trascenden­te debería concentrar­se en esa problemáti­ca, que tiene que ver, de forma estructura­l, con el reto de la corrupción, en general. A fin de cuentas, ese dinero ilegal que entra en los procesos electorale­s, con los compromiso­s y pago de favores que conlleva, constituye­n la causa-raíz de la corrupción en muchos gobiernos.

Si se buscan ahorros o un mejor modelo de financiami­ento público a los partidos, hay opciones que no pueden desecharse, como la fórmula que ha promovido Pedro Kumamoto o incorporar la urna electrónic­a, como lo sugirió el Presidente del INE, Lorenzo Córdova.

En todo caso, no debería haber precipitac­ión. Desde la reforma electoral de 1977, considerad­a como banderazo de salida de la transición democrátic­a, se han hecho otras 10 reformas amplias, todas con elementos positivos, pero algunas con ajustes contraprod­ucentes o innecesari­os. No improvisem­os.

Construir institucio­nes es un proceso largo, lento, complejo. Hay que levantar todo un andamiaje jurídico, administra­tivo y de capital humano. Al contrario, socavarlas es algo que puede ocurrir con la mayor rapidez.

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