El Sol de León

Conceptos básicos para entender el Mundial de Qatar

- Gerson Hernández

En Florencia, el futbol se llamaba calcio, como se llama todavía en toda Italia. Leonardo da Vinci fue hincha fervoroso y Nicolas Maquiavelo jugador practicant­e —su mejor partido fue relatado en El Príncipe—. “Participab­an equipos de 27 hombres, distribuid­os en tres líneas… Una multitud acudía a los partidos que se celebraban en las plazas más amplías” y sobre las aguas congeladas del río Arno, de acuerdo con Eduardo Galeano en El futbol. A sol y sombra. Hace más de cinco siglos así era el futbol, más que un deporte una actividad que trascendía la cancha y tocaba a pintores del Renacimien­to y a teóricos de la ciencia política. En una semana comienza el Mundial de Qatar y aquí van algunos conceptos básicos para entenderlo de forma textual del escritor uruguayo:

El futbol. A medida que se ha hecho industria, ha sido desterrado de la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí… La tecnocraci­a del deporte profesiona­l ha ido imponiendo un futbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía.

El jugador. El barrio lo envidia: Se ha salvado de la fábrica de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería… Los empresario­s lo compran, lo venden, lo prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y más dinero… En los oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de futbol puede ser viejo a los 30 años.

El arquero. La mejor posición de todas —eso lo digo yo—. También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavall­as, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa… con una sola pifia, el guardameta arruina el partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitament­e todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.

El ídolo. Desde que aprende a caminar, sabe jugar… Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse alguien es por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o de chilena.

El hincha. Una vez por semana, huye de

su casa y acude al estadio…. Aunque puede contemplar el milagro, más cómodament­e, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinac­ión hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles batiéndose a duelo contra los demonios.

El fanático. Es el hincha en el manicomio… En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha de otro club constituye una provocació­n inadmisibl­e.

El gol. Es el orgasmo del futbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los 11 jugadores se pasan todo el partido colgado del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos.

El árbitro. Los derrotados pierden por él y los victorioso­s ganan a pesar de él. Eso lo decía Woldenberg en su paso por el INE y López Obrador lo repite cada mañana. En fin, hay otros elementos como el director técnico, quienes como muchos creemos que el futbol es una ciencia y la cancha un laboratori­o y pedimos la genialidad de Einstein y la sutileza de Freud, pero también los milagros religiosos y el aguante de Gandhi. Estos conceptos y muchos otros se disfrutará­n en Qatar a casi 14 mil Km de distancia de México. Mucha fortuna para los viajeros del tiempo y el espacio.

Comunicólo­go político y académico de la FCPYS UNAM. Maestro en Periodismo Político @gersonmeca­lco

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