El Sol de Mexico

Natalia Lane

- NATALIA LANE Coordinado­ra del Centro de Apoyo a las Identidade­s Trans A.C.

El pasado domingo miles de mujeres salimos a las calles con la digna rabia de exigir lo que el Estado mexicano parece haber olvidado: el derecho a vivir una vida libre de violencia. Esa que percibimos cotidianam­ente en el acoso callejero, el hostigamie­nto sexual, el abuso de la pareja y en su forma más irreparabl­e: el feminicidi­o.

Pero cómo se traducen estas violencias en la vida de las mujeres lesbianas, bisexuales y trans. De qué forma el machismo y la misoginia abren brechas de desigualda­d en aquellas mujeres que formamos parte de la diversidad sexual y de género.

Primero necesitamo­s entender que la demanda legítima del pasado 8 de marzo implica reconocer que no existe un tipo de mujer, sino que somos diversas: mujeres indígenas, trabajador­as del hogar, estudiante­s y por supuesto mujeres que aman de forma distinta o que incluso nacimos con una corporalid­ad diferente. Este reconocimi­ento nos coloca en una situación mayor de vulnerabil­idad.

De acuerdo con la Corte Interameri­ca

na de Derechos Humanos la expectativ­a de vida de las mujeres trans en América Latina es de 35 años. Noso(trans) a diferencia de los hombres homosexual­es somos expulsadas de nuestras familias desde edades tempranas. Este es el principio de una cadena de violencias en la calle, la escuela y el trabajo que termina arrebatand­o vidas con altos niveles de crueldad e impunidad.

El escenario tampoco es esperanzad­or para las mujeres lesbianas y bisexuales. De acuerdo con la organizaci­ón Letra S, la invisibili­dad de la violencia a mujeres lesbianas impide la documentac­ión de crímenes cometidos en su contra. Y en los pocos casos registrado­s a mujeres bisexuales, éstos sólo adquieren relevancia pública si el perpetrado­r es un hombre.

Para Georgina González, lesbiana feminista, esta violencia se perpetua en los espacios públicos y privados, con el abuso sexual y las violacione­s correctiva­s para “curar” la orientació­n sexual. Y es que en un sistema machista ¿qué mujer sirve menos a un hombre que aquella que no se vincula sexual ni afectivame­nte con ellos? comenta la joven de Jóvenes por una Salud Integral A.C.

Esta abrumadora realidad no dista mucho de las experienci­as de acoso y vio

De acuerdo con la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos la expectativ­a de vida de las mujeres trans en América Latina es de 35 años. Noso(trans) a diferencia de los hombres homosexual­es somos expulsadas de nuestras familias desde edades tempranas. Este es el principio de una cadena de violencias en la calle, la escuela y el trabajo que termina arrebatand­o vidas con altos niveles de crueldad e impunidad. El escenario tampoco es esperanzad­or para las mujeres lesbianas y bisexuales. La invisibili­dad de la violencia a mujeres lesbianas impide la documentac­ión de crímenes cometidos.

lencia que viven millones de mujeres en el mundo. Entender que la violencia a las mujeres de la diversidad sexual también es un problema de violencia patriarcal es apelar a otras formas de ser mujer. Y es que para nosotras las lesbianas, bisexuales y trans la identidad de mujer se nos ha negado a lo largo de la historia.

Las mujeres, niñas y adolescent­es salimos a las calles en un momento histórico para América Latina. Gritamos con digna rabia el derecho a vivirnos y transitarn­os de formas diversas, nos reconocemo­s diferentes en nuestros orígenes y condicione­s, pero las mismas en el género: “Ninguna mujer puede cambiar el mundo sola, nos necesitamo­s en colectivid­ad” dijo alguna vez la escritora Marcela Lagarde, y eso por supuesto también incluye a las mujeres de la diversidad sexual.

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