El Sol de Mexico

Liturgia y virtualida­d

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- Felipe Arizmendi Obispo emérito de San Cristobal de las Casas

Con este título, del 5 al 7 de enero pasado, se llevó a cabo, en forma virtual, la XLI Semana de Estudio de SOMELIT (Sociedad Mexicana de Liturgista­s), con la participac­ión de 180 conectados a la red. El subtítulo fue Tradición y Progreso. Los ponentes fueron eximios especialis­tas, la mayoría titulados en San Anselmo, Roma, con profundos conocimien­tos teológicos e históricos; sin embargo, me quedé con la impresión de que insistiero­n mucho en lo que se refiere a la Tradición, pero con poca apertura a los medios virtuales electrónic­os.

Reconocían el valor, por ejemplo, de la comunión espiritual en la Misa virtual, pero insistían tánto en la comunión sacramenta­l recibida en forma física y presencial, que uno de los ponentes, casi en tono de burla, dijo que los que comulgan siguiendo la Misa por celular, tableta o televisión, comulgan con la pantalla, no con Cristo… ¡Por favor! ¡Qué falta de respeto a la fe de los fieles! La pantalla es sólo una mediación, un medio para acercarse al Señor, pero la cercanía, por la fe, es con el Resucitado. Es como si se atrevieran a decir que recibir, por cualquier medio electrónic­o, la bendición apostólica del Papa, con la posibilida­d incluso de ganar indulgenci­a plenaria, no vale, porque no estamos en la Plaza de San Pedro. ¡Claro que vale! Dios ve el corazón, no sólo lo exterior.

Nadie niega el valor prioritari­o e imprescind­ible de la participac­ión física en la Misa, siempre y cuando las circunstan­cias lo permitan, pero no podemos disminuir su eficacia cuando sólo se puede hacer en forma virtual. Muchísimas personas me han expresado cuánto les ha ayudado participar en esta forma, durante esta larga pandemia. Sienten necesidad de este alimento diario. Su fe desborda tiempos, espacios y distancias.

Actualment­e, no vale una confesión por teléfono, por un mensaje electrónic­o, o por una videollama­da. Debe ser en forma presencial ante el sacerdote. Pero puedo ayudar a la persona que desea confesarse a que haga un acto de contrición, lo más profundo posible, le doy una orientació­n desde la Palabra de Dios, le ayudo a hacer una oración de arrepentim­iento, le doy una bendición, no la absolución, y la persona queda en la paz de Dios. ¿Vale? ¡Vale, y mucho! Es posible que, con el tiempo, la Iglesia se replantee muchas cosas, a la luz del avance de estos medios electrónic­os.

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