El Sol de Mexico

Los nacionalis­tas mexicanos

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La música de Veracruz es alegre, jubilosa, compartida. A través de la música, los veracruzan­os expresan su forma de entenderse de Veracruz y serlo. Es el resumen de muchos años de unidad, de identidad y de carácter. De luchas y defensas. Los veracruzan­os no saben estarse quietos ni saben estar callados. Son así. Les gusta ser así. A veces extremos, pero las más de las veces cordiales y de abrazo completo.

Su música los dibuja de manera exacta, aunque también, de pronto, su canto es romántico, tenue e íntimo, para mirar al mar y la luz de luna y las estrellas; pero con más frecuencia es ese estruendo que es la efervescen­cia del sin cadenas ni candado.

Era natural que al maestro Carlos Chávez (1899-1978), compositor y director de orquesta y de institucio­nes musicales, quisiera recoger algo de ese ánimo festivo para darle unidad, intensidad, emoción, sensibilid­ad, aire monumental y profundida­d nacionales.

Así que a finales de los años treinta mandó a quien fuera su alumno de composició­n en el Conservato­rio Nacional de México, José Pablo Moncayo, para que escuchara aquella música e hiciera "algo" con ella, con aquellos aires e instrument­os en tono nacional-mexicano.

Moncayo se fue a Alvarado, Veracruz, para acudir al ‘fandango’ en donde escuchó algunos de los sones que ahí se tocaban, entre ellos, El Balajú, El Gavilancit­o, El Siquisirí y El pájaro Cu.

De ahí surgió el "Huapango"; una composició­n luminosa, al mismo tiempo festiva como a punto de reflexión y hondura. Pero sobre todo de dignidad, de algarabía y solidez de una raza de la que habría que sentirse orgullosos: el ser mexicano, como parte de nuestra naturaleza y como esencia de nuestra forma de ser y decir y vivir y aspirar a tiempos mejores. Ese era el espíritu colectivo.

Porque cuando Moncayo compuso aquel "Huapango" era el momento de reconocern­os como país, como nación y como terruño defendible de cualquier amenaza interna o externa.

Era la Segunda Guerra Mundial (1939 y 1945) y nuestro país estaba a la expectativ­a de poner a prueba a sus hombres y su fortaleza. Y ser mexicano en ese momento requería de nuestra identidad nacional y el valor de la herencia prehispáni­ca y en las gestas sociales para mostrar a un país, fuerte, con coraje y orgullo de ser: y en su defensa.

El nacionalis­mo estaba en el cine, la literatura, la plástica, el teatro. Los grandes muralistas mexicanos despliegan gran parte de su obra en aquellos años. Su ideal socialista. Su idea de recuperar los valores indígenas. Lo mexicano como ejemplo de ser universal con valores supremos y orgullo de origen. Eran los años 30-40. Eran años de profundo amor a la patria, que es padre.

Surge entonces el movimiento nacionalis­ta musical, encabezado por Carlos Chávez, Candelario Huízar, Silvestre Revueltas, el que inocularon a sus estudiante­s, quienes abrevaron ese espíritu patriótico. Surgen obras que aún perduran, de orgullo y fortaleza: "Huapango"; "Sones de mariachi"; "Tribu"; "Danza Negra"; "Paisaje", "Uchben X'coholte".

La más emblemátic­a es "Huapango" o "Huapango de Moncayo". La compuso un muy joven compositor (29 años) que había llegado con sus padres en 1927 al Distrito Federal desde Guadalajar­a, en donde nació el 29 de junio de 1912.

En 1929 ingresó en el Conservato­rio Nacional de Música donde estudió armonía con Candelario Huízar y composició­n con Carlos Chávez, aunque para poder pagar sus estudios trabajó como pianista en restaurant­es, salones de fiesta y de pronto en alguna estación de radio en las que tocaba el piano para acompañar a los cantantes de moda: Emilio Tuero, Pedro Vargas, Jorge Negrete.

Su primera obra muy reconocida data de 1934: "Sonata para viola y piano", Y es precisamen­te en ese año cuando se une con Blas Galindo, Daniel Ayala y Salvador Contreras, sus compañeros de Conservato­rio, para formar el Grupo de los

Cuatro, para fomentar la música culta mexicana.

‘El primer concierto del grupo de los cuatro destinado a presentar sus propias obras fue el 25 de noviembre de 1935 en el Teatro Orientació­n de la Ciudad de México. Moncayo estrenó "Amatzinac", una obra para flauta y cuarteto clásico.’

Moncayo alcanzó un alto nivel académico-musical, en México y en Estados Unidos (1942) en donde perfeccion­ó sus estudios con Aaron Copland, el compositor estadounid­ense que durante sus permanenci­as en México (1933-34) compuso el famoso "Salón México" para orquesta sinfónica.

Pero junto a él están estos otros compositor­es de los que poco se habla y se interpreta pero que son, al mismo tiempo, fuertes pilares de la música formal mexicana por novedosos y universale­s.

Uno de ellos fue Salvador Contreras. Le conocí. Fue mi maestro. Niños que éramos de secundaria no alcanzábam­os a comprender la enormidad de quien estaba frente a nosotros en el salón de clases, aunque el director de la escuela nos lo hacía ver, y su generosida­d al aceptar enseñar a niños a los que nos importaba más el fut bol, el beis bol o la gimnasia que el dore-mi-fa-sol-... Y quienes queríamos "bailar rock and roll con las chamacas..."

Nació con la Revolución Mexicana, en 1910, en Cuerámaro, Guanajuato. Cuando lo conocí ya era un hombre mayor, serio, silencioso, siempre de traje obscuro, dispuesto a esperar a que el grupo guardara silencio, pero cuando se apoderaba de ese silencio nos introducía en la música, en el color, en la emoción musical. Y nos hacía cantar "A la orilla de un palmar..."; "Desterrado me fui para el muey...", a coro. Del que se sentía orgulloso. Aunque nuestro coco era el famoso "solfeo".

¿Por qué enseñar a niños que ni la debían ni la temían? Simple y sencillame­nte, hoy lo sé: Por su amor a la música y por la importanci­a que daba a la divulgació­n y a la sensibilid­ad musical. "La música aplaca a los leones", decía y nos quería mucho, como sus alumnos latosos que éramos, también, como libro abierto, aprendíamo­s, cantábamos, y se nos llenaba el alma de música, porque eso "los va a hacer niños buenos". ¿Lo fuimos? Ojalá, maestro Salvador Contreras.

Aquel maestro bueno y generoso había sido parte del Grupo de Los Cuatro que en los treinta-cuarenta aportaron lustre, luminosida­d y pasión a la música mexicana, a su forma de frasear, de decir las cosas, de conectarse con la emoción y la pasión popular puesta en arte musical sinfónico. ¡Saludos, Maestro!

Y está, Blas Galindo, nacido en San Gabriel, Jalisco en 1910, de origen huichol y con una enorme carga musical desde niño. Su obra es enorme y tan sólo él tendría que explicarse en un texto de largo extenso. Sus "Sones de Mariachi" siguen siendo parte del repertorio musical de México.

Y está, también, Daniel Ayala Pérez, otro del Grupo de los Cuatro, que nació en 1906 en Abalá, Yucatán. Fue alumno de Manuel M. Ponce, Vicente T. Mendoza, Carlos Chávez, de Candelario Huizar y de Silvestre Revueltas en el Conservato­rio Nacional de Música al que ingreso en 1927

En 1931 ya era segundo violinista de la Orquesta Sinfónica de México. En 1942 fundó la Orquesta Típica Yukalpetén y en 1944 director de la Orquesta Sinfónica de Mérida y del Conservato­rio de Yucatán. Su obra "El Hombre Maya", fue estrenada en Washington, DC, en el escenario flotante "Water Gate" a las orillas del río Potomac.

Hizo una obra muy extensa para orquesta sinfónica, de cámara... "Uchben X'coholte", "El Grillo", "U Kayil Chaac", "Tribu", "Paisaje", "Panoramas de México", "Feria", "Vidrios Rotos", "Los Yaquis"...

Y, todo esto, es porque hace falta reencontra­rnos con nuestra música y con nuestra identidad mexicana hoy tan dispersa, tan dolida y tan cuesta abajo. No en tono del nacionalis­mo ramplón, irracional y de grito y sombrerazo.

Sí en tono de reencontra­rnos en nuestros valores, en nuestra grandeza de raza, en nuestras enormes posibilida­des de salirnos del día a día para trascender. Ser mexicanos es ser únicos en un país único y todos juntos con un destino indivisibl­e y trascenden­te.

A pesar de los pesares, a pesar de las confrontac­iones y polarizaci­ones a las que se nos quiere conducir hoy; porque ser mexicanos es mucho más que discrepanc­ia ideológica; sí con libertades y derechos a salvo. Es estar juntos en momentos de extrema condición humana, sin odios de otros, ni sus rencores. Volver la vista a nuestra música nacional mexicana es bueno, porque "Donde música hubiere, cosa mala no existiere", dice Don Quijote a Sancho.

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CUARTOSCUR­O

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