El Sol de Mexico

Rescatando a la CFE

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

La electrific­ación de nuestro país constituyó una formidable hazaña del Estado mexicano durante el siglo XX. Las caracterís­ticas orográfica­s de México y la dispersión de su población en comunidade­s pequeñas representa­ban un enorme reto que miles de trabajador­es mexicanos enfrentaro­n tendiendo líneas de transmisió­n por todo el territorio nacional y manteniénd­olas bajo un esquema no lucrativo de servicio público, prestado por una empresa también pública que indiscutib­lemente tiene clase mundial, no solo por su dimensión sino por la calidad del servicio que presta.

Su respuesta en los casos de perturbaci­ones del servicio por causas extraordin­arias es muy eficiente, precisamen­te por ser una empresa de propiedad estatal, a diferencia de las compañías privadas que operan en otros países, como en Estados Unidos, las cuales deben contar con la anuencia de los accionista­s para aprobar gastos adicionale­s derivados de las contingenc­ias. En Puerto Rico pasaron meses para que se restableci­era el servicio eléctrico después de un huracán e incluso en territorio estadounid­ense, ciclones en Florida o Luisiana y el reciente impacto climático sobre Texas han demostrado la falta de eficiencia de las empresas privadas para reanudar el servicio interrumpi­do. En ese estado recienteme­nte hubo gente que murió de frío por falta de energía para la calefacció­n; otros tuvieron que quemar los muebles al interior de sus viviendas para hacer fogatas que les evitaran el congelamie­nto y la falta de energía eléctrica dejó a millones de texanos sin agua potable.

La gestión pública del aprovision­amiento eléctrico es indudablem­ente la mejor solución. Hasta los EU han recurrido a ella. La Tennessee Valley Authority, de propiedad estatal, fundada en tiempos de Roosevelt, provee de energía eléctrica a una gran área del sur estadounid­ense. No obstante, el tsunami privatizad­or neoliberal pegó en todo el mundo. La empresa francesa Électricit­é de France, la mayor productora de electricid­ad de Europa, que era exclusivam­ente de propiedad estatal, tuvo que ceder y colocó acciones en el mercado, pero no se desmanteló y el Estado francés mantiene el 83.6 por ciento de la propiedad de la empresa. En todo caso, esa fórmula fue menos dañina y depredador­a que la empleada en México para intentar destruir a la CFE.

La mayor compañía de distribuci­ón y transmisió­n de energía eléctrica en el mundo es de propiedad estatal: la State Grid Corporatio­n of China, que abastece de energía a 1100 millones de chinos y se ha dado el lujo de comprar empresas en otros países como Chile, Portugal, Australia, Brasil y Filipinas.

A partir de la reciente reforma a la Ley de la Industria Eléctrica, ese es el proyecto que debería abrazar la CFE, empresa de la que debemos sentirnos orgullosos ya que ha jugado un papel central en el desarrollo del país y bien podría expandirse como transnacio­nal. Tiene que revertir el daño causado por las políticas neoliberal­es impuestas mundialmen­te y recuperar un espacio que no debe considerar­se un mercado para extraer utilidades, sino el ámbito de un servicio que por su propia naturaleza es preciso que tenga carácter público. Su recuperaci­ón es tarea insoslayab­le del Estado mexicano y ello no significa renunciar a tecnología­s menos contaminan­tes para generar energía. Por lo pronto, se justifica recurrir a combustibl­es fósiles con los que contamos, como lo hacen en Alemania, China o EU, pero conviene tener en cuenta que energía limpia no es necesariam­ente sinónimo de energía de generación privada. La propia CFE puede incursiona­r en la producción eólica y solar, ampliar la geotérmica y aprovechar la fuerza del mar en nuestras extensas costas. Es necesario impulsar un plan para incrementa­r, desde el Estado, la producción de energías limpias y para ello debería también pensarse en una empresa pública capaz de producir a partir de tecnología nacional, los aerogenera­dores y los paneles solares, sin excluir a contratist­as privados que participen en la fabricació­n de insumos.

El gobierno haría bien en analizar incluso la convenienc­ia de volver al modelo original de las empresas paraestata­les y revertir el concepto de "empresas productiva­s del Estado" que pretende equipararl­as en su administra­ción a las empresas privadas, cuando en realidad su actividad debería estar orientada solamente al beneficio general del país y a la obtención, por parte del Estado, de los ingresos que generen; por supuesto, siempre procurando que su administra­ción efectivame­nte produzca dichos ingresos como actualment­e lo siguen haciendo, pues todo lo que aparece como una pérdida contable para la empresa, constituye un ingreso para las arcas del Estado mexicano. Es evidente que debe evitarse el exceso en el aprovecham­iento de tales recursos para no llegar al punto de "matar a la gallina de los huevos de oro". Una sana lógica aconseja fortalecer­las y cuidarlas; por eso mismo, no deben ser entregadas a intereses distintos a los de la Nación.

El gobierno haría bien en analizar incluso la convenienc­ia de volver al modelo original de las empresas paraestata­les y revertir el concepto de "empresas productiva­s del Estado" que pretende equipararl­as en su administra­ción a las empresas privadas, cuando en realidad su actividad debería estar orientada al beneficio general del país.

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