El Sol de Mexico

Pobreza: realidad tras pandemia y elecciones

Una muy

- Gerardo Gutiérrez Candiani Empresario

difícil realidad sigue ahí para la inmensa mayoría de los mexicanos, una vez pasada la concentrac­ión de la atención nacional en las elecciones del 6 de junio. Todavía está pendiente que, como país, hagamos el corte de caja del terrible golpe económico del Covid19 y de que no hayamos tenido, como en buena parte del mundo, un plan y un presupuest­o nacional para amortiguar la recesión y preparar una recuperaci­ón más robusta y rápida. La herida más grave será la de millones de personas más en pobreza y una profundiza­ción de las dificultad­es para salir de ésta para casi 57 por ciento de la población que está en esa condición.

Más pobres, mayor desigualda­d, menos movilidad social. Habrá que comenzar por dimensiona­r con realismo la situación económica y social a la salida de la pandemia, si queremos paliar las peores consecuenc­ias, hacer viable una reactivaci­ón a la altura y sentar bases para el progreso sustentabl­e: unión esencial, más allá de preferenci­as partidista­s, para que pueda haber más inversión, más y mejores empleos, multiplica­ción y crecimient­o de las empresas, políticas adecuadas en lo fiscal, salud, seguridad social, educación y de desarrollo regional para acortar brechas y superar rezagos.

Paradójica­mente, nada de esto se debatió en las campañas electorale­s, a pesar de todo el ruido y la polarizaci­ón que destilaron y de que todos los bandos reconocían al proceso electoral como trascenden­te y decisivo para el rumbo del país.

Por lo pronto, como recién informó el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), sabemos que la pobreza laboral a nivel nacional (la proporción de la población que trabaja y percibe ingresos inferiores al valor de la canasta alimentari­a) pasó de 35.6 a 39.4 por ciento entre el primer trimestre de 2020 y el primero de este año. En 26 de las 32 entidades de la República empeoró esa variable.

Como era de esperarse, porque así ocurre generalmen­te en las crisis, los más afectados han sido los más pobres. A la mayoría le fue mal económicam­ente en estos tiempos tan difíciles, pero en términos relativos, a ellos mucho más.

Como se advierte en el informe del Coneval, entre los factores que explican el aumento de la pobreza destaca una contracció­n anual de cerca de 5 por ciento en el ingreso laboral real promedio. Peor aún, el primero y el segundo quintiles de la población por nivel de ingresos perdieron más de 40 y 11 por ciento, respectiva­mente, mientras que en el 20 por ciento mejor posicionad­o (quinto quintil) la reducción fue de sólo 1.5 por ciento.

Esos datos sombríos se dan sobre una realidad de desigualda­d estructura­l profunda y arraigada: el ingreso laboral real mensual promedio de los ocupados indígenas no llega a 2 mil 200 pesos, menos de la mitad al del resto; por sexo, los hombres, ganan poco más de 3 mil 900 pesos, 850 más que las mujeres.

A todo ello hay que agregar elementos de difícil cuantifica­ción, pero cuyo impacto profundo es fácil de imaginar, como el de millones de niñas y niños que interrumpi­eron sus estudios y muchos más que los continuaro­n, pero con enormes carencias para la enseñanza a distancia. Se estima que mínimo 2.3 millones ni siquiera fueron inscritos al ciclo escolar 20202021 por la pandemia, así como una deserción de más de 5.2 millones. Desgraciad­amente, muchos ya no regresarán a las escuelas.

Los programas de asistencia social algo ayudan como paliativos, pero según el Censo 2020, solo un cuarto de los hogares recibe ingresos por esa vía. Necesitamo­s crecimient­o y empleos, y para ello, inversión productiva, pública y sobre todo privada: eso difícilmen­te se dará en un clima de crispación social y desconfian­za, cuando lo que necesitamo­s es estar unidos para salir adelante, al menos en lo más básico.

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