¡Prepárense, inició la Nueva Era Geopolítica!
El mundo
ha entrado a una nueva edad geopolítica. Sus indicios se proyectaron con anticipación y sólo un puñado de analistas y think tanks los interpretaron correctamente. Hoy se vive un contexto regional e internacional inédito que trastoca los cimientos del orden global de la post-Guerra Fría.
Esta geopolítica global contrapone a potencias manufactureras (China) y de recursos naturales (Rusia) contra la superpotencia financiera y militar (Estados Unidos), que abandonó su capacidad industrial en favor de una economía de servicios que dominan Silicon Valley y Wall Street, explica el analista Michael Lind.
Ello da idea del Gran Juego entre potencias, en una era que se decanta por la multipolaridad que tanto teme Occidente, liderado por Estados Unidos y los 27 miembros de la Unión Europea. De entrada, ese cambio de poder es convulsivo e incierto; por tanto, la inseguridad es el eje transversal de esta geopolítica.
Sus signos son claros. Hay desequilibrio geopolítico y geoeconómico y sin contrapesos, que exhibe un mundo de rispideces, armamentismo, corporaciones que sustituyen a los Estados, organismos multilaterales sin garras ni colmillos y una delincuencia trasnacional altamente sofisticada. Como todos los acontecimientos históricos, esta nueva era se anunció por anticipado. La pandemia de Covid-19, como el primer acontecimiento global, exhibió la excesiva dependencia de las cadenas de suministro globales y la falta de coordinación ante la emergencia sanitaria internacional. A la par, aceleró procesos, acentuó percepciones de vulnerabilidad e incertidumbre.
La nueva era consolida la pérdida de influencia de Europa y Estados Unidos ante la emergencia de China, Rusia e India en el llamado Siglo Euroasiático. A la vez, disputan su lugar en el tablero mundial, potencias medias como: Japón, Turquía, Arabia Saudita e Israel.
Ese proceso sepulta las premisas que por 40 años sostuvieron el orden mundial, señala John Micklethwait.
En medio de la mayor escalada mundial de precios de energía y alimentos en 14 años, que agrava la escasez de materias primas derivada de la crisis en Ucrania, América Latina —y México en particular— aparece como un oasis geopolítico. Nuestra región, productora y exportadora de bienes primarios, se posiciona bien en este nuevo Gran Juego Geopolítico global.
En ese complejo contexto global, el factor clave de la nueva era es la operación especial militar de Rusia en Ucrania desde el 24 de febrero; seguida del sabotaje de Occidente a la economía rusa, explica Rabah Arezki, desde la Escuela Kennedy de Harvard. Hasta entonces, sólo un puñado de estrategas vio que, tras la implosión de la Unión Soviética en 1991, Europa oriental —con Ucrania—, sería estratégico para Estados Unidos y la Unión Europea. Así, esa región emergió como vínculo entre los llamados dominios geoestratégicos marítimos y continentales. Ante la operación rusa, Bruselas actuó contra sus intereses geopolíticos y obtuvo una reacción inversa y expansiva: abandonó su imagen progresista, recurrió al hard-power, se entregó a su aliado trasatlántico (Estados Unidos) que hoy le suministra energía a precios sideralmente más altos de los que pagaba al Kremlin.
Y, al suministrar armas a Ucrania, Europa sirve como plataforma de lanzamiento de la Casa Blanca contra Moscú. A su vez, mujeres y hombres europeos reclaman que sus gobiernos los expone a la inseguridad laboral, energética, alimentaria y de telecomunicaciones. Y cuando aumentan los costos de vivienda, sanidad y protección, ellos exigen la salida de los más de 7 millones de ucranianos a los que la Unión Europea acogió. En esa escena convulsa, la nueva era geopolítica se caracteriza por un liderazgo ausente, de ahí que el analista Carlos Braverman pregunte: ¿Por qué Occidente no dialogó con Moscú, que insistió en ello tiempo atrás?
La Nueva Era Geopolítica tiene como característica las perturbaciones y tensiones por el abasto energético, hídrico, de materias primas y los efectos del cambio climático. La prioridad, para Estados y corporaciones, es su independencia en la producción de bienes, es decir evitar complicaciones en la extracción, proceso y comercialización de los bienes. Así se mantendrán en el poder global, así sea por guerras híbridas o permanentes como en Libia y Congo.
Es evidente que Occidente ha perdido el monopolio y control de las materias primas esenciales (PME) —de las que China posee el 62 por ciento—. De ahí que Washington y Bruselas se escandalizaran cuando el 9 de marzo, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció que restringía la exportación de paladio, zafiros industriales y otros recursos esenciales para el sector electrónico, que genera unos 3,4 billones de dólares. Por primera vez en su historia, Rusia reaccionaba con ese veto a un Occidente que tres semanas antes le había impuesto un boicot multisectorial. De ahora en adelante nada será igual, augura
Saúl B. Cohen. Así lo constató el 24 de agosto el sombrío mensaje del presidente francés, Emmanuel Macron: “Asistimos a una gran convulsión, un cambio radical. En el fondo, vivimos el Fin de la Abundancia y de la liquidez sin costo”. Macron aludía al inminente retorno del Estado francés para administrar “aspectos” de la economía. Al llamar a la austeridad, el Ejecutivo galo admitía el efecto boomerang de las sanciones contra Moscú como la escasez de combustible, alza en el costo de la vida y las crecientes protestas laborales en todo el planeta.
Y es que, el paradigma energético marca a toda nuestra civilización, señala Frank Umbach; la pésima noticia para Europa es que su seguridad en ese rubro depende de un proveedor al que ha maltratado. Esta edad geopolítica, con muchas armas y platos vacíos en un planeta sobrepoblado, gobiernos y poderes fácticos escenifican vigorosas batallas por la narrativa. Está en juego el dominio emocional del ciudadano, para evitar protestas y reclamos soberanos.
De ahí que hoy la pregunta sea ¿Cómo abordar las amenazas híbridas, desastres climáticos y emergencias sanitarias? Sin respuestas a la mano, este choque de intereses geopolíticos entre potencias se antoja de final impredecible.