La laguna histórica de AMLO
Todas las mañanas, a propósito de casi cualquier pregunta, el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia cita pasajes de la historia de México condenando lo que pasaba durante el porfirismo, ya que él encuentra similitudes con lo que él llama el periodo neoliberal de Carlos Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto.
En su narrativa, el Presidente destaca las atrocidades económicas, sociales y laborales que dieron pie a la Revolución Mexicana convocada por Francisco I. Madero e institucionalizada por Venustiano Carranza. Sin embargo, de ahí su relato suele dar un salto de 70 años hasta Salinas. Si acaso cita las expropiaciones petrolera de Cárdenas y eléctrica de López Mateos, pero no más.
Su conclusión implícita es que todo ese periodo, el del PNR y del priismo fueron años luminosos, buenos, donde gobernaba el pueblo, durante el que se crearon instituciones, se apoyó al campo, las ciudades se urbanizaron, había democracia y después llegaron los neoliberales a echarlo todo a perder con su corrupción y materialismo.
Nunca ha hablado de la corrupción de los generales triunfantes de la Revolución, que se sirvieron con la cuchara grande los bienes nacionales, se repartieron el país y crearon un sistema cerrado y tramposo de sucesiones a modo que apenas se abrió con la reforma política de Jesús Reyes Heroles, presionados por los ecos del movimiento estudiantil de 1968.
Para ser un gran conocedor de la historia nacional (como ciertamente lo es), resulta una gran laguna que no demuestre también haber leído, por ejemplo, La Revolución Interrumpida, de Adolfo Gilly; ni Los grandes problemas nacionales, de Andrés Molina Enríquez; o La Democracia en México, de Pablo González Casanova; grandes clásicos de la izquierda que son la memoria del México post revolucionario --que ya se leían en su época de universitario--, y que tenían como común denominador detallar de manera seria y científica las cinco décadas de oscurantismo priísta.
De eso jamás habla el Presidente, él simplifica las cosas y dice que la Cuarta
Transformación vino a corregir el neoliberalismo de los neoporfiristas y echa bajo la alfombra 70 años de corrupción, de antisindicalismo, de agotamiento del campo, de antidemocracia, de clientelismo, de presidencialismo exacerbado, de facultades meta constitucionales de los presidentes, de censura a medios, que por sus acciones actuales de gobierno, parecen más bien gustarle.
En su discurso hay una ausencia de crítica a los gobiernos de la Revolución Mexicana. Y por eliminación, si no los cita ni condena, cuando menos los avala o no le parecen tan nocivos como los que él demoniza.
Peor aún cuando se le confronta con problemas modernos del país: las reacciones económicas con el exterior, los movimientos feministas, pro aborto, LGBT+, ambientalistas, su narrativa hace agua, no los entiende y se va por la fácil etiquetándolos de manera contradictoria como parte del complot supuestamente montado contra él y su gobierno por “los conservadores”. Es decir, tiene un modo de conducir el carro viendo el retrovisor de la historia.
Es un neo priista, conservador a su manera, con un innegable énfasis en el enfoque social de su gobierno, pero que posee una gran laguna histórica sin la cual es imposible entender a cabalidad el México actual, su pluralidad, su heterogeneidad, su complejidad.