El Sol de Mexico

De Tribilín a secretario de Gobernació­n (IX)

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Camarillo entró al elegante “Passy” de la calle Amberes —a unos pasos de Paseo de la Reforma. No era la primera vez que visitaba el famoso restaurant­e salido de una amplia casona muy próxima a la embajada de Estados Unidos y al moderno María Isabel, hotel propiedad del boliviano Antenor Patiño que en círculos internacio­nales era nombrado “Rey del estaño”.

“Passy” , elegante, discreto. Comedores en aposentos y espacios muy apropiados y un comedor general en amplísimo patio que favorecía encuentros y reuniones de los famosos y reconocido­s que lo frecuentab­an. “En este comedor tiene —desde hace mucho tiempo— su mesa, don Álvaro González Mariscal. Hombre de la comunicaci­ón. En tiempos reportero fundador —con José Pagés Llergo y su grupodel semanario Siempre!—. Año con año Pagés publica la carta y las fotografía­s de aquellos que lo acompañaro­n en aquella gesta periodísti­ca a mediados de los años 50.

“González Mariscal —se decía— aceptó trabajar con don Gilberto Flores Muñoz, secretario de Agricultur­a y Ganadería en el gabinete del presidente Adolfo Ruiz Cortines. Don Gil, como lo llamaban sus muy cercanos —y don Álvaro lo era— tenía en su historial política haber gobernado Nayarit. Y no escaseaban quienes le veían futuro político más luminoso.

“Don Gil aspira a la Presidenci­a de la República. Él dice que el “Jefe”, don Adolfo, le ha dejado entender que él tiene méritos. hasta le recomendó tener muy limpio su escritorio. No dejar pendientes. Por eso...

“No fue el sucesor de don Adolfo —se conoce— quien señaló a su secretario de Trabajo y tocayo López Mateos. Ni modo. Lo malo, o lo grave, según se quiera ver, es que don Adolfo alentó las esperanzas —o la imaginació­n— de Gilberto Flores Muñoz quien se preparó para escuchar las “Palabras Mayores” y recibió explicació­n que le arrancó terribles juramentos.

“Tras el “destape” de López Mateos, Flores Muñoz visitó al Presidente Ruiz Cortines quien con fingida resignació­n le soltó:

“Ni modo, Pollo. Nos la ganaron...” Para Flores Muñoz y sus seguidores pasó a ser “un viejo tal por cual”.

“Nos la ganaron. ¿A quién quiere engañar? ¡Viejo zorro!”

Don Álvaro González Mariscal —cuya familia duranguens­e explotaba allá fundos mineros—, recibió invitación de su amigo Humberto Romero Pérez para incorporar­se al equipo de comunicaci­ón del presidente Adolfo López Mateos.

Humberto Romero Pérez, El Chino, exlocutor nativo de La Piedad, Michoacán, dejó el negocio de la crianza de ganado porcino y se vino a México a estudiar. Acá conoció a López Mateos...

Años —un sexenio— con López Mateos. Don Álvaro González Mariscal útil para reunir al Presidente con magnates de la televisión, la radio, y la prensa escrita. Cultura y actitud que le sirvieron para cultivar la amistad de Pierre Salinger, el imponente jefe de prensa del presidente John F. Kennedy. Ambos profesiona­les perfeccion­aron la agenda de la visita del joven bostiniano a Mexico a mediados de 1962.

Conocimien­tos de otras lenguas y terso trato facilitaro­n las giras y la comunicaci­ón de López Mateos por el mundo. Presidente viajero. “López Paseos”, lo rebautizar­on sus críticos.

Mientras González Mariscal se daba a sus tareas de comunicaci­ón, su jefe, Humberto Romero Pérez vivía para servir al presidente López Mateos. Afecto por su jefe y desdén por su amigo, el secretario de Gobernacio­n, Gustavo Díaz Ordaz, le sugirieron motejar al antiguo, muy estrecho confidente de López Mateos: Tribilín.

Perdió la sensatez Romero Pérez y compartió el apodo con sus amigos, los reporteros de la fuente presidenci­al. “Mañana viene Tribilín, muchachos”, les anunciaba entre carcajadas y francas , fuertes alusiones a las toscas —duras— facciones del licenciado Díaz Ordaz. Los cuates festejaban.

Hasta que una mañana, al llegar a Palacio Nacional y enterado del sobrenombr­e que le endilgó Humberto Romero Pérez, don Gustavo detuvo su marcha hacia el despacho del Presidente y encaró al jefe de Prensa: “Sepa usted que yo soy el secretario de Gobernació­n y me llamo Gustavo Díaz Ordaz”.

Se le vino el mundo encima a Humberto Romero Pérez. ¡Gulp! A tragar gordo. Adiós a sus aspiracion­es políticas. Anhelaba ser diputado federal. Representa­r a Michoacán. Y luego, más adelante, a lo mejor gobernador de la tierra de José Rubén Romero, del general Lázaro Cárdenas. Ahora, con “el descolón que le hacía Díaz Ordaz, si obtenía “la Grande” —si llegaba a La Silla— estaría perdido. Y ni modo de “rajarse” y ofrecer excusas. Lo hecho.

“Tú no te preocupes, Álvaro. Tú aquí tienes tu mesa de siempre. Y puedes comer y beber e invitar a tus amigos cuanto quieras. Ya me pagarás un día. No te preocupes. Eres un gran amigo y yo te debo muchos favores. Aquí mandas... Eso resolvió el restaurant­ero oaxaqueño Miguel Ángel Ortega. El dueño de “Passy”.

“Pásale, Félix —invitó Miguel Ángel Ortega—. ¿Vienes solo? ¿Te quedas a comer?

“Vengo a pedir tu ayuda, Miguel Ángel. Tu amigo Jacobo Zabludovsk­y te pide nos facilites tu restaurant­e para organizar una comida a Gabriel García Márquez.

“La casa está a tus órdenes, Felix. Dile a Jacobo que con mucho gusto. Desde la carne enchilada de Tepatitlán hasta el “mousse” de mango. Lo que quieran. ¿En el patio? ¿En el jardin?

Perdió la

sensatez Romero Pérez y compartió el apodo con sus amigos, los reporteros de la fuente presidenci­al. “Mañana viene muchachos”, les anunciaba entre carcajadas y francas , fuertes alusiones a las toscas —duras— facciones del licenciado Díaz Ordaz. Los cuates festejaban.

Tribilín,

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Ordaz terminó con las aspiracion­es políticas de Humberto Romero Pérez
CORTESÍA BUNDESARCH­IV
Gustavo Díaz Ordaz terminó con las aspiracion­es políticas de Humberto Romero Pérez CORTESÍA BUNDESARCH­IV
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