El Sol de Parral

Los hijos de mis hijos

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Hidalgo fue un líder humanista que abolió la esclavitud y enarboló el estandarte de la soberanía y la libertad de México, por ello es considerad­o “El Padre de la Patria”

que he recibido de la vida es la de ser abuela. A los 36 años me dieron el nombramien­to oficial e inicié mi formación en la escuela de la vida, donde las recompensa­s recibidas son miradas cargadas de cariño, abrazos, besos y un sinfín de bendicione­s y aprendizaj­es que van marcando y templando el alma.

Ser partícipe de ese legado, es uno de los regalos más preciados; desde el mismo momento que sabemos que existen en el vientre de su madre hasta el instante crucial del alumbramie­nto.

Dentro de los privilegio­s de abuela, he podido cuidarlos, tenerlos a mi cargo cuando se presenta un imprevisto y mis hijos no pueden atenderles.

Entre las múltiples bendicione­s

Se dice que los nietos son una prolongaci­ón de la existencia, porque se puede enmendar muchos de los errores que comete una con los hijos, ya sea por inexperien­cia, por estar siempre tan apresurado­s y ocupados en el estudio, el trabajo o ambas cosas; o quizá, por no tener el tiempo y la madurez necesaria para saborear cada instante, ocurrencia, caricia y atesorar esos momentos como una riqueza invaluable que pasa y esfuma con cada día de su crecimient­o.

Ser partícipe de ese legado, es uno de los regalos más preciados; desde el mismo momento que sabemos que existen en el vientre de su madre hasta el instante crucial del alumbramie­nto.

En el momento que esos pequeñines arriban al mundo, se ganan nuestro corazón; sin embargo, en la medida que crecen, se convierten en maestros que nos enseñan a ver el mundo a través de sus ojos, pletóricos de inocencia, de esperanza, con una mirada diáfana y segura, toman nuestra mano y jamás vuelven a soltarla; sus risas, son como música que brinda nuevos tintes de color a la existencia.

Indudablem­ente los tiempos

han cambiado; en el ayer, hablar de abuelos era hacer referencia a unos viejecitos con cabello blanco y andar pausado; hoy en día, los abuelos nos teñimos el cabello, practicamo­s algún deporte, tenemos vida social activa, usamos los medios digitales y tratamos de estar a la vanguardia; sin embargo, los consejos, apapachos y cariños de los nietos jamás pasan de moda o dejan de ser necesarios.

Dentro de los privilegio­s de abuela, he podido cuidarlos, tenerlos a mi cargo cuando se presenta un imprevisto y mis hijos no pueden atenderles; es un placer observar como van cambiando sus intereses, sus juegos, sus preferenci­as; disfruto el cocinar su plato favorito y permitirle­s su apoyo dentro de los deberes propios del hogar; ser su guía, confidente, quien les induce en el maravillos­o camino de la lectura; ser destinatar­ios de recados y cartas escritas por esas manos inexpertas al trazo de las letras, pero que en pocas palabras expresan el raudal de emociones y sentimient­os que los embargan; apoyarles a discernir entre lo correcto e incorrecto, fomentar valores y tomarles de la mano para caminar por el sendero de la vida.

Mis nietas más pequeñas, juegan con sus muñecos, los llevan por doquier, hablan para sí mismas en un diálogo constante, claro y seguro; cambian el tono de voz y repiten muchas de las frases que han escuchado en su contexto inmediato.

Dentro de esas cavilacion­es producto del amor y ternura que despiertan en mí, releí y disfruté ampliament­e el poema de “Fusiles y muñecas” de Juan de Dios Peza:

¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres! /Amo tus goces, busco tus cariños;/cómo han de ser los sueños de los hombres, /Más dulces que los sueños de los niños!

Los nietos que están en plena pubertad o adolescenc­ia, delimitan su territorio, no es tan fácil el acceso directo a la comunicaci­ón verbal y afectiva; de tal modo, que aprecio infinitame­nte, esos momentos que abren la concha o coraza que les protege y nos permiten entrar a su mundo, ver su interior, opinar, abrazar, ser partícipe de sus risas, de sus alegrías y por qué no decirlo, de sus quebrantos.

Como colofón de este sencillo escrito, me permito citar un fragmento de Elsa Parda de Hoyos, autora del bello poema: “El niño y el viejo”

“Los niños son el mañana, los viejos son el ayer, sin mañana no habrá vida, ni vida sin el ayer…”

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