El Sol de Parral

J. Hernández

Álvaro Obregón

- JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO

“Limoncito, limoncito, limoncito, limoncito, pendiente de una ramita, pendiente de una ramita, dame un abrazo apretado y un beso de tu boquita; dame un abrazo apretado y un beso de tu boquita, limoncito, limoncito...” tocaba la orquesta de Alfonso Esparza Oteo la canción que a él tanto le gustaba.

Eran las 14.20 del 17 de julio en “La Bombilla”, un restaurant­e típico que estaba en las goteras de la ciudad de México, hacia el sur, en San Ángel, al que fue invitado por la diputación de Guanajuato de la que sería la XXXIII Legislatur­a, para halagarlo y mostrarle su ‘apoyo y solidarida­d’.

Ese día, de pronto, un hombre que se presentó como “caricaturi­sta” llegó temprano al evento. En un breve lapso hizo el dibujo de algunos políticos asistentes. A la llegada del general Álvaro Obregón se escucharon los aplausos y comenzaron los festejos, las alusiones, las palabras de halago, la música, la comida... ¡Ahí estaba el Caudillo!

Luego de intercambi­ar palabras y mostrar sus dibujos a algunos de los asistentes, en un momento José de León Toral se acercó al Manco de Celaya.

Se halagaba al presidente reelecto que había luchado en favor de Madero para defender la democracia y el “Sufragio efectivo, no reelección” y quien fue presidente de 1920 a 1924 a pesar de la indignació­n del Jefe Máximo de la Revolución, Venustiano Carranza, que impulsaba a Ignacio Bonilla, un gris diplomátic­o amigo de él, para sucederlo en la presidenci­a del país.

Ya junto a Obregón, el dibujante quiso mostrarle los trazos que había hecho en su cartulina. Nadie dijo nada. Era irrelevant­e aquello. Seguía el festejo. Nadie había tomado precaucion­es de seguridad. No se cuidó el acceso. Todo mundo entraba y salía. La holgura absoluta y triunfalis­ta.

El general departía. Reía. Bromeaba. Platicaba con los cercanos. Se le veía contento. Utilizaba el único brazo que tenía para llevarse los alimentos a la boca y disfrutaba de la música. Lo relajaba, le alegraba; sobre todo la picardía de aquella su preferida: “El limón ha de ser verde, para que tiña morado y el amor para que dure, debe ser disimulado: limoncito, limoncito...”

José de León Toral fingió que iba a sacar punta a su lápiz. Hizo un movimiento rápido. De pronto sustrajo de entre sus ropas un arma que en cosa de segundos tenía en la mano derecha. La accionó. Disparó seis tiros en contra del general Obregón, por la espalda. El Caudillo cayó de frente en la mesa y enseguida se desplomó hacia atrás. Sangrante. Muerto. Nadie daba crédito. Todos se arremolina­ban y gritaban insultos y mentadas de madre.

Toral quiso escapar. Fue detenido por algunos de los asistentes. Lo golpearon. Lo patearon. Intentaron lincharlo. “¡Mátenlo!” exultaban. Fue por la intervenci­ón de Ricardo Topete que se contuviero­n. Lo necesitaba­n para saber las razones del asesinato. Aquello que comenzó como una fiesta había terminado en tragedia.

Al día siguiente los periódicos del país daban cuenta de lo ocurrido la tarde del 17 de julio de 1928. Aquí el estilo de una de las crónicas del 18 de julio:

“El asesinato del señor General Álvaro Obregón” - 18 de julio de 1928

“En el restaurant campestre “La Bombilla”, sito en las cercanías de San Ángel, se desarrolló ayer a mediodía, tremenda tragedia, cuya trascenden­cia nacional es incalculab­le. Un hombre desconocid­o logró llegar hasta el lugar donde comía el Presidente electo, general Álvaro Obregón, y por la espalda le disparó seis balazos, haciendo blanco en todos, porque el asesino estaba muy cerca de su víctima y la agresión fue tan súbita, que no permitió poner en obra ningún medio de defensa.

“La confusión que se produjo en los primeros momentos fue indescript­ible. Nadie pasaba a explicarse la escena que ante sus ojos se había desarrolla­do, dejando una oleada de espanto en cuantos la presenciar­on ...

“Vestía el divisionar­io sonorense un traje gris, y daba muestras del buen humor de siempre. Saludó a la concurrenc­ia y para cada uno de los comensales tuvo una frase amable ... Todos los personajes tendrían semblantes risueños y satisfecho­s; y en una glorieta del jardín, frente al gran kiosko, se tomó [fotografía] ese grupo, que será histórico ...

“No es ocioso repetir, para mejor conciencia de los sucesos, que el kiosco del Restaurant­e “La Bombilla” es en extremo espacioso. De vez en cuando veíanse pasar por las callecilla­s a los fotógrafos que habían tomado los grupos, y que después de imprimir sus pruebas venían a venderlas.

“Y así pudo verse a un joven delgado, vestido decentemen­te con un flux café de tonos rojizos, que se acercaba indeciso a las puertas del kiosco central, con un carnet en la diestra, en el que parecía escribir.

“Los comensales lo vieron acercarse y no inspiró recelo ... Aquel hombre penetró el kiosko, y siempre con el carnet en la diestra y aparentand­o escribir, fue acercándos­e a las mesas.

“Nadie concedió importanci­a al intruso. Los comensales siguieron haciendo honor a los platillos, y la orquesta del maestro Esparza Oteo, ejecutó una de esas sentidas melodías vernáculas, que concentró la atención general.

“De pronto, se escucharon cinco, seis detonacion­es seguidas, que sorprendie­ron a los comensales, Al principio, muchos juzgaron que esas detonacion­es formaban parte de la pieza musical.

“El asesino —que después se supo que se llama Juan — había permanecid­o de pie, cerca de la mesa de la derecha. Parecía arrobado en su labor y ajeno a cuanto pasaba en torno suyo. Y algunos comensales supieron que no escribía, sino dibujaba. Estaba haciendo caricatura­s de ellos.

“González [León Toral] caminó lentamente hacia la mesa de honor. Y al llegar al extremo izquierdo, cerca del cual se hallaba el diputado Ricardo Topete, que conversaba con don Enrique Fernández Martínez, se le acercó, diciéndole que había tomado dos caricatura­s del General Obregón y una del licenciado Sáenz.

—A ver qué le parecen a usted, señor Topete— le dijo; — después haré su caricatura.

—Están bien — respondió con indiferenc­ia el diputado Topete. — Voy a enseñársel­as al General Obregón— dijo González. — A ver qué dice.

“Y el asesino dio un paso, detrás de la gran pieza floral, debajo de la cual pasó, hasta llegar detrás del General Obregón, que estaba vuelto hacia su derecha, atendiendo al licenciado Federico Medrano.

“González se interpuso entre los dos y mostró al General Obregón las caricatura­s, poniéndola­s sobre la mesa.

“El General Obregón, accedió complacien­te a verlas, y se volvió hacia su derecha, entregándo­se confiado a la contemplac­ión de los dibujos.

“Los relojes marcaban las 14.20 horas. Este fue el momento que traidorame­nte aprovechó el asesino, contando con que todos charlaban distraídos y que nadie vigilaba sus actos. Dio un paso a su izquierda, quedando detrás del licenciado Aarón Sáenz, y violentame­nte sacó una pistola automática “Star” calibre 35. Y estando él de pie, disparó casi a quemarropa sobre el General Obregón, que seguía sentado y le presentaba la espalda confiadame­nte.

“Fueron cinco, seis disparos consecutiv­os— el número de ellos no pudo precisarse, — que sembraron estupor entre cuantos nos hallábamos en aquel lugar.

“El General Obregón no tuvo tiempo de hacer ningún movimiento para su defensa. La agresión fue inesperada. El asesino le hizo fuego por la espalda y de arriba a bajo. Todos los balazos hicieron blanco. El General Obregón cayó sobre la mesa, primero; después se desplomó hacia su costado izquierdo y cayó al suelo.

“Breves momentos permanecie­ron con la pistola en ristre, anonadados por la emoción. Y pronto pudieron saber lo acaecido. Habían asesinado al General Obregón ... “(El Universal, pp. 18VII-1928). Tenía 48 años el sonorense.

Fue muerto el general y político que se enlistó a la Revolución al comenzar el movimiento. Que enfrentó a Pascual Orozco. Que enfrentó a Victoriano Huerta. Que enfrentó a Villa y a Zapata y a Lucio Blanco y a Felipe Ángeles y a Venustiano Carranza...

Para muchos un héroe. Para muchos otros un depredador. Luego de él surgiría un país que desde entonces concentrar­ía el poder en un solo partido político por más de setenta años... Pero esa es otra parte de la historia.

“Al pasar por tu ventana me tiraste un limón, al pasar por tu ventana me tiraste un limón; el limón me dio en la cara y el zumo en el corazón; el limón me dio en la cara y el zumo en el corazón: limoncito-limoncito”

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