El Sol de Puebla

Mejor hablamos de lo que no afecta la salud

Soñar, reír, imaginar, ser positivo, no amargarse la vida, no discutir sandeces, alejarse de los malhumorad­os, alejarse del peor de los males que es creer que los males no tienen remedio; o como decía Confucio: si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo

- Guillermo Pacheco Pulido

Hay que dejar a un lado lo que hace daño y mejor entretener­se con diversas lecturas.

Hay objetos o hechos que son importante­s en la vida, pero que estimo a veces no los conocemos ni sabemos su origen. Por ejemplo, ¿por qué se dice que las cigüeñas son los que traen de París a los niños o niñas recién nacidos?

Esta leyenda se dice tiene dos orígenes: una, porque en el mundo se tiene la percepción que las cigüeñas son las aves que más cuidan a sus hijos; y otra razón, la de que en la región de Alsacia en Francia, las cigüeñas llegan de África y se colocan o anidan en los techos de las casas. Que un día las personas vieron partir a un par de cigüeñas del techo de la casa en donde nació su niño. Se dijo que las cigüeñas habían traído al niño desde Paris a la casa mencionada. Se señaló a Paris porque dicen que es la ciudad del amor.

DESIERTOS

Los desiertos son como son porque esas zonas del planeta tienen unas caracterís­ticas geológicas que impiden la lluvia. Para ser considerad­a desértica, una región debe recibir una precipitac­ión inferior a 250 mm de lluvia al año; pero en realidad los desiertos que nos vienen a la mente reciben bastante menos agua: en el Valle de la muerte del Oeste de Estados Unidos, por ejemplo, no caen más de 50 mm anuales, y en las zonas más áridas del desierto chileno de Atacama no se recuerda que haya llovido jamás.

Esa escasez de lluvias propia de todos los desiertos puede tener diversas causas. Hay desiertos, como el de Gobi, en Asia Central, que lo son porque se hallan tan alejados de cualquier mar que el aire que les llega carece por completo de humedad. En algún caso lo que sucede es que una gran cordillera actual literalmen­te de “paraguas”. Es el caso de los desiertos del oeste norteameri­cano, situados a la sombra de la lluvia, pues los vientos cargados de agua procedente del Pacifico se ven obligados a ascender las montañas costeras, y durante esa elevación el aire se enfría y descarga casi toda su humedad en forma de lluvia y nieve en la vertiente occidental. Ese aire ya “exprimido” desciende por la vertiente oriental en forma de vientos secos. En otros casos el calor de la región seca es tan extremo que, si alguna nube de esperanza, nunca mejor dicho, llega a estas tierras resecas, su lluvia prometida acaba convirtién­dose en lluvias fantasmas, pues el agua caída de las nubes se evapora en aire cálido y seco antes de llegar al suelo. En esos casos, como en los desiertos de Namib, en el sur de África o de Atacama, al oeste de Sudamérica, las responsabl­es son las corrientes frías del océano: la humedad que llevan los vientos se pierden en forma de niebla al pasar sobre el agua fría del mar y apenas queda nada de ella para condensars­e en lluvia. Por su parte, los desiertos africanos del Sahara o los de Australia, que son los mayores del mundo, situados en zonas de presión atmosféric­a permanente­mente elevadas, de modo que las masas de aire seco que descienden desde las alturas no contienen ninguna humedad.

EL SUELDO DE LA IGNORANCIA, ¡QUIEN LO TUVIERA!

Marcelino Menéndez y Pelayo (18691912) fue filólogo, historiado­r y miembro de la Generación del 98. Mientras trabajaba en la Biblioteca Nacional, alguien le formuló una consulta que no pudo satisfacer. Irritado, ese alguien le recriminó al ilustre sabio que debería saberlo porque el Estado le pagaba para que lo supiese. Sin perder la cortesía, el afable Menéndez le respondió:

Disculpe usted. El Estado me paga por lo que sé. Si fuese a pagarme por lo que no sé, no bastarían todos los tesoros de España.

Jaime Luciano Balmes y Urpía, (1810-1848), más conocido como Jaime Balmes, filósofo y teólogo catalán, solía repetir: “Cambiaría todo lo que sé por lo que no sé”.

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