El Sol de Puebla

Los errores de comunicaci­ón en la Ley de Educación

- JORGE RODRÍGUEZ jrodriguez@elsoldepue­bla.com.mx

Pocos gobernante­s comprenden que la comunicaci­ón es el centro de toda relación entre ellos, sus intencione­s, sus acciones y sus resultados, y las personas para las que gobiernan. De esa comunicaci­ón, buena, regular o mala, depende en buena parte la percepción que sobre la marcha se van formando los ciudadanos de los personajes que detentan el poder, ya sea un presidente de la república, un gobernador o un presidente municipal.

Hace unos días repasábamo­s en esta columna el pensamient­o exhibido por Claudia Rivera Vivanco, edil de la ciudad de Puebla, con el cambio de Rafael Quiroz Corona por Magaly Herrera López, que mostraba esa idea equivocada de que el encargado de la comunicaci­ón social es el culpable de todos los males cuando las cosas no caminan bien en el terreno de la aprobación popular.

Sin materia para comunicar, ni Armando Rocha y Rafael Quiroz en su momento, ni Magaly Herrera ahora, podrán hacer que Rivera Vivanco escale de posiciones cada vez que una empresa encuestado­ra realice un ranking a nivel nacional o se coloque como primera opción de Morena para contender (de nueva cuenta) por la presidenci­a municipal en los comicios intermedio­s de 2021.

Algo similar, pero peor, pasa con el gobernador Luis Miguel Barbosa.

El mandatario comunica, y mucho, pero en ocasiones lo hace mal.

Barbosa es su propio comunicado­r social.

Él quiere abordar todos los temas que competen a su gobierno y se mete con los de institucio­nes que formalment­e no dependen de él, como la Fiscalía General, el Tribunal Superior de Justicia, la Auditoría Superior del Estado y el Congreso, lo que lo ha llevado, en esta ocasión a entrampars­e con un asunto que nunca fue bien comunicado: el de la recién aprobada Ley de Educación.

El gobernador estalló en contra de los críticos al documento después de fallar en dos procesos elementale­s para quien, como él, presume de ser avezado en todos los asuntos políticos.

Primero falló en compartir sus intencione­s con los involucrad­os, dueños y responsabl­es de las institucio­nes de educación superior privadas, principalm­ente, y después en informar que lo que había hecho consistía en una supuesta réplica –muy mal redactada, por cierto—de lo que ya había aprobado el Congreso de la Unión en la Ley General de Educación.

Una mala asesoría jurídica y una pésima redacción hicieron de un documento aparenteme­nte bien intenciona­do un escándalo nacional, que se ganó la crítica de personajes tan influyente­s como el rector Luis Ernesto Derbez, de la UDLAP.

Tras los errores vinieron otros, pero estos de comunicaci­ón, porque se insiste en defender lo indefendib­le a partir de la descalific­ación, no de la corrección.

Mientras, los artífices legislativ­os del entuerto, encabezado­s por Gabriel Biestro, Nora Merino, Vianey García, Olga Lucía Romero, Emilio Maurer y Tonatzin Fernández, entre otros, ni las manos meten para ayudar a su jefe.

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