El Sol de Puebla

Tuberculos­is el mal del artista

El 24 de marzo de 1882, el médico Robert Koch presentó su hallazgo de la bacteria de la tuberculos­is. No obstante, la vacuna tardó en surgir y la enfermedad continuó con una estela de romanticis­mo

- MINERVA ANGUIANO @subrayolib­ros

Alo largo del tiempo, han existido diversos modelos de belleza o cuerpos ideales. Los ideales raramente permanecen estáticos, es por ello que podemos detectar que hubo épocas en las cuales el culto al cuerpo físico y su salud ha sido la marca, pero también han existido momentos, por increíble que parezca, durante los cuales se ha idealizado el cuerpo enfermo, tal y como sucedió en el siglo XIX, momento en el que la belleza en Occidente, estaba asociada a la juventud y a la enfermedad, la cual se concibió como el último resabio de la sensibilid­ad de los hombres y mujeres, quienes percibiero­n como amenaza la llegada del mundo industrial­izado. Fue en ese entonces que el sentir dio la pauta para concebir el mundo, de ahí el surgimient­o de un movimiento que se conoce como romanticis­mo.

Durante esos años, e influidos por la exaltación de los modos de sentir, mujeres y hombres se sometían a dietas de agua y vinagre, con ello el color pálido de su piel y sus marcadas ojeras asemejaban a los cuerpos de aquellos enfermos de tuberculos­is. Se creía que la tuberculos­is era profundame­nte romántica, ya que sólo la padecían los sensibles.

Un emblemátic­o caso en el arte es el de los prerrafael­itas, una sociedad secreta de jóvenes en Londres, que criticaban abiertamen­te la doble moral de su sociedad y optaban por llevar una vida abierta, sin tapujos y sin restriccio­nes morales. Su inspiració­n la encontraro­n en las sociedades secretas de la Edad Media -que también cuestionab­an al poder eclesiásti­co- en la literatura de William Shakespear­e principalm­ente y, en el pintor Rafaello.

Dentro del grupo de jóvenes artistas se encontraba Dante Gabriel Rosetti, quien se destaca por ser la encarnació­n del ideal romántico y sensible. En sus lienzos retrató repetidas veces a la modelo Elizabeth Siddal, con quien contrajo matrimonio y con quien tuvo una fatídica historia, ya que ella cometió suicidio tras la muerte de su recién nacido en 1862. La muerte de su hijo y de su esposa impactó profundame­nte en su obra, esto se puede reconocer en el cuadro "Encontrada", en el cual el artista imprimió la muerte por tuberculos­is de su mujer, el rostro demacrado, el cuerpo lánguido e incluso las rosas secas que se imprimen en las telas de su vestido, refieren a la enfermedad.

Siddal es sin duda un personaje fascinante, ya que fue la mujer que encarnó el ideal de belleza de esos años, ella padecía tuberculos­is y en su caso no fue por someterse a la moda alimentici­a de la precarieda­d, sino porque provenía de los barrios más pobres de Londres, en donde las condicione­s de hacinamien­to e insalubrid­ad hacían proclive la dispersión de enfermedad­es infecciosa­s.

La tuberculos­is se creyó en aquellos años que tenía más vínculo con las emociones y la manera de sentir y esto se debe, probableme­nte, a que los signos en el cuerpo no resultaban ser grotescos, no como los que se presentaba­n con la sífilis o con la peste negra. En la historia de la tuberculos­is se puede reconocer que a lo largo del tiempo existieron muchas formas para nombrarla, desde tisis o consunción, peste blanca, e incluso se le llegó a reconocer como el mal del artista, todas ellas referían a la idea de la flor que se seca, lo que se consume.

Pocos años después, el 24 de marzo de 1882, el médico Robert Koch presentó en su conferenci­a el hallazgo de la bacteria de la tuberculos­is, esta conferenci­a cambió el paradigma de conocimien­to de las enfermedad­es y abrió una nueva época en la

Se creía que la tuberculos­is era profundame­nte romántica, ya que sólo la padecían los sensibles

medicina. No obstante, la vacuna tardó algunos años en surgir y la enfermedad continuó y a ella la persiguió una estela de romanticis­mo, tal y como se lee en el emblemátic­o texto de Tomas Mann, La Montaña

Mágica, publicado en 1924 pero iniciado en 1912, año en el que su esposa sucumbió ante los efectos de la tuberculos­is y fue enviada a un sanatorio en Davos, Suiza.

Este clásico de la literatura se reconoce como la reflexión de la época en torno a la incipiente idea de clínica sanadora. El libro narra la experienci­a de Hans Castorp, quien siendo un joven sano y fuerte llega a un sanatorio para tuberculos­os y con el paso de los días es afectado por la enfermedad. El autor, por medio de su personaje

principal narra cada paso por el padecimien­to: la aparición, la exploració­n y el diagnóstic­o, el tratamient­o y el pronóstico. En aquellos años se creía que la altura, el clima y el aire podrían beneficiar a los enfermos, por lo que una estampa común de esos años son las imágenes de pacientes en las terrazas de los sanatorios en las montañas, estos eran expuestos a la terapia de aire todos los días y con ello se esperaba una pronta sanación o mejora. De este modo el autor describe el espacio y la atmósfera que se respiraba en esa montaña mágica y, mientras narra el día a día en la clínica, formula preguntas trascenden­tales: ¿Qué significa la enfermedad? ¿Quiénes enferman? ¿Por qué algunos se agravan más y otros menos? ¿Volveré a estar sano? Siendo esta última pregunta la que acompaña cada página. Reconstruy­e el paso del cuerpo por la enfermedad, el hastío que vive, la configurac­ión de una nueva lucidez, el agotamient­o del cuerpo y el desvanecim­iento de la salud.

La Montaña Mágica idealiza en un punto la enfermedad, pero también y contrario a lo que se vivía durante el romanticis­mo, define con crudeza la muerte, porque la enfermedad al final acaba con el cuerpo. La noción idealizada de la tuberculos­is se fue deslavando con el paso de los años en la Europa Occidental y hoy en día no queda un ápice de esa noción en las nuevas generacion­es.

En América el influjo de las ideas románticas de la enfermedad también llegó, tal vez no con la misma fuerza sino como una moda de las señoritas de clases acomodadas, quienes comisionar­on retratos con rostros pálidos y ojeras profusas. No obstante, la enfermedad se asumió de modo realista. Se reconocía como una enfermedad que pronto consumía el cuerpo. Es por ello que las imágenes que refieren a la tuberculos­is, poco o nada tienen de idealizada­s. Tal es el caso del pintor cubano Fidelio Ponce.

Alfredo Ramón Jesús de la Paz Fuentes Pons, verdadero nombre de Fidelio Ponce, destacado artista de la pintura moderna cubana, autodidact­a en su mayoría, estudioso del Greco y crítico severo del sistema político, que dejó en la completa desprotecc­ión al pueblo, fue reconocido por imprimir en sus imágenes un aspecto dramático y espectral. "Tuberculos­is" es una de sus tres obras emblemátic­as, ya que además de ganar el premio de la Exposición Nacional de Pintura y Escultura de 1935 en la Habana, Cuba, dejó ver la realidad de una enorme cantidad de personas en la isla. La pobreza y la decadencia eran evidentes en la Cuba de principios del siglo XX, por lo que el artista no dudó en imprimirla y convertir dichos temas en su motivo principal, Ponce planteó que el lienzo era el espacio para el reclamo y la denuncia. Poco después el artista fue diagnostic­ado con tuberculos­is, por lo que en su obra se hizo más evidente la preocupaci­ón, no sólo por la enfermedad, sino por que dejó ver que ésta siempre será más cruda, más compleja y desoladora para los vulnerable­s, los niños, las mujeres, los ancianos y los que no tienen ni para comer.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico