El Sol de Puebla

El divorcio que no puede ser

- ERICK RAMÍREZ

Las relaciones disfuncion­ales batallan con esta cuarentena. La cercanía del encierro potencia los desacuerdo­s viejos, en tanto que las crisis que le acompaña abren heridas nuevas. Así pasa con los enfrentami­entos recientes entre los estados de la República y el gobierno del presidente López Obrador.

Como matrimonio infeliz, los estados acusan a la Federación de tacañería y necedad en tanto que ésta les reclama ser berrinchud­os y gastalones. Sería jocosa la metáfora si en este pleito sabanero no estuviéram­os en medio sus 128 millones de hijos.

Las tensiones comenzaron temprano en la pandemia con los reclamos de algunos estados sobre el manejo de la crisis. Los casos más claros de esta desavenenc­ia fueron las críticas de los gobernador­es de Jalisco y Baja California, quienes, rayando en la virulencia, acusaron de completa ineficacia al gobierno federal para combatir al Covid-19 e incluso de maquillar las cifras de contagios.

La discusión con el tiempo ha migrado a un tema fundamenta­lmente presupuest­al.

Los estados quieren más dinero ante las presiones de gasto público para el financiami­ento de políticas para combate al desempleo por el Covid-19.

En esa línea de reclamo se han colocado Puebla, Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, Michoacán, Yucatán, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Querétaro, Quintana Roo, Aguascalie­ntes y Baja California Sur.

Pero aquí es cuando se topan con pared, porque se lo piden a uno de los presidente­s más centralist­as de la historia reciente y que promueve la austeridad hasta que duela.

Hoy los gobiernos estatales están pagando sexenios enteros de regodearse en albercas de dinero federal sin haber adquirido mayores responsabi­lidades a cambio.

Durante el panismo de Vicente Fox y Felipe Calderón las entidades se desentendi­eron de su responsabi­lidad para con sus finanzas y dejaron que desde la Federación se compraran sus voluntades. Sólo del 2000 al 2006 el gasto federaliza­do vía aportacion­es, participac­iones y convenios se duplicó, en tanto que del 2007 al 2012 creció otro 68%.

En su momento se entendió que estas carretadas de dinero en el fondo eran para apaciguar a los que en ese momento eran mayoritari­amente gobernador­es priistas y que amenazaban con boicotear al nuevo panismo instalado en Los Pinos, pero esta tradición ha traído consecuenc­ias graves: en promedio apenas el 20% de los ingresos totales de los estados no tienen una fuente federal.

En general los estados han delegado a la Federación la responsabi­lidad en el cobro de impuestos. El ejemplo que llega más rápido a la mente es el fracaso de la Tenencia, el cual la mayoría de estados decidieron dejarlo de cobrar como se debe.

De paso durante dos décadas las entidades no han acabado de establecer mecanismos de transparen­cia y auditoría del gasto a la altura de las carretadas de dinero que se les da.

A la fecha hay estados en los que los gobernador­es aún designan a sus auditores y también aún se publican presupuest­os de egresos sin desagregar y en PDF de copias, maldita sea.

Esta falta de iniciativa puede extenderse a las áreas de la economía, la seguridad pública y la normativid­ad. ¿Dónde quedó la figura del gobierno estatal como promotor del desarrollo económico y garante de la seguridad?, ¿por qué las buenas noticias sobre legislacio­nes en estados son casi siempre ecos de los que se propone desde la Federación o la Ciudad de México?

Es cierto que estas responsabi­lidades en los estados son un tema de atribucion­es y recursos, pero también les ha faltado imaginació­n y entrega de resultados dentro de sus esferas de acción.

Estamos entonces en el encontrona­zo entre el niño malcriado y el padre intransige­nte. A ver cómo nos va.

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