Entre dos bandos
Muchos se identifican con la 4T y son menospreciados por críticos y opositores. Los intentan ridiculizar por coincidir con políticas públicas de Morena, aunque en algunos casos se pasa por alto las acciones de gobiernos anteriores con las que se pueden contrastar, no solo en las formas, sino en el fondo.
Por otro lado, los adoradores de AMLO son capaces de defender la postulación de Salgado Macedonio, las críticas del presidente al movimiento feminista o su negativa a usar cubrebocas, que está más cerca de ser una necedad que la posición de un hombre de estado.
Ambos bandos creen tener la verdad. Se sienten dueños de la verdad.
Por ejemplo, uno de los temas recurrentes ha sido la existencia del INE. Algunas preguntas que ponen sobre la mesa los simpatizantes de la 4T no deben dejarse de lado: ¿Cómo confiar en el instituto que en la elección de 2012 validó el uso de "tarjetas soriana" y que ni se enteró del dinero de Odebrecht para la campaña de Enrique Peña Nieto? ¿Cómo confiar en un instituto que en el 2018 dejó correr la sangre en una elección dispar (sobre todo mediáticamente) y que se terminó decidiendo por la enorme ola a favor de López Obrador? Cegarse ante los argumentos y descalificarlos es peligroso, porque impide mejorar el funcionamiento del instituto y defiende a capa y espada los errores que pudo haber cometido.
Por otra parte, los opositores a las políticas de AMLO no dejan lugar a dudas: todo lo que realice el gobierno está mal. Puede ser en materia energética, en la petición de vacunas al presidente de los Estados Unidos de América, en la decisión de cambiar de lugar el aeropuerto o en salvarle la vida a Evo Morales. En toda decisión de López Obrador se pierde un pedazo de patria y es un retroceso de la democracia. Todo es populismo, aunque olvidan que los grandes movimientos democráticos tienen precisamente los tintes populistas que tanto critican.
Quienes se asumen como liberales, como progresistas, como antilopezobradoristas, en realidad entienden la democracia de cierta manera y las decisiones de la 4T les parecen aberrantes, aunque no se sabe si sus ideas tendrían mejores efectos que los que conseguirá la 4T. ¿Acaso no será válido cuestionar si el aeropuerto era el gran negocio de Peña Nieto y compañía o si la COFECE es una institución intocada y gran baluarte de la democracia mexicana cuando multa con 35 millones de pesos a bancos que operan en México, por las mismas actividades por las que en Estados Unidos recibirían multas de decenas de millones de dólares?
La actitud de unos y otros demuestra que lo que estamos perdiendo es la posibilidad de una autocrítica democrática; la revisión verdadera de nuestro pasado y la creación de un país moderno. De acuerdo al discurso de algunos, este país funcionaba como reloj suizo, aunque escuchando a los obradoristas parece que no es cierto, sino que estamos en camino de funcionar así. La realidad es más cruda: sigue mostrando un país donde niñas de 16 años cargan el féretro de su amiga víctima de feminicidio, los adultos mayores siguen siendo tratados lastimosamente (en menor medida, pero bajo la misma tónica) o que millones de niñas y adolescentes han dejado la escuela como efecto colateral de la pandemia por el COVID.
La oposición trata de mostrar todos los yerros de la 4T y en eso nada hay de extraordinario; lo que parece inconcebible es que su única propuesta sea unirse porque el habitante de palacio es un peligro para México (exactamente el mismo discurso que plantean desde 2006).
Por otra parte, los lopezobradoristas son incapaces de exigir mejores decisiones y actos de gobierno. Solo un puñado de feministas de Morena han sido capaces de alzar la voz y manifestar su descontento. Algo que tendría que ser ordinario se vuelve extraordinario: estar en contra de la decisión de su líder de imponer un candidato impresentable en Guerrero.
Para quienes están en uno u otro bando, no hay términos medios: o se adora a AMLO o se le aborrece. Sin embargo, en el país se necesitan más soluciones y menos reproches.