El Sol de Puebla

El otro rostro de Quecholac

En el ex convento alberga uno de los tesoros más grandes, la historia del padre Juan Díaz, quien era confesor del conquistad­or Hernán Cortés

- ALBA ESPEJEL

Una mala imagen pública ha acompañado a este municipio debido al robo de gasolina, registrado principalm­ente en la zona centro del estado, pero más allá de ese fenómeno alberga riquezas histórico-culturales que se ofrecen a los visitantes, como estas grutas, localizada­s en el cerro El Chichipico, de donde se tomaba el agua para abastecer a los españoles en tiempos de la Conquista y la evangeliza­ción.

Quecholac es un municipio de la parte centro del estado de Puebla que se conoce por su riqueza en el campo y por los incidentes de seguridad que han ocurrido en su territorio en la última década, sin embargo, muy pocas personas saben que fue de los primeros territorio­s incluidos en el proceso de evangeliza­ción, que corrió a cargo de la Iglesia Católica después de la Conquista.

En sus calles hay restos de lo que fueron las órdenes religiosas de los dominicos, mercedario­s, agustinos y franciscan­os. Aquí vivió el evangeliza­dor más importante de la Conquista, el hombre que escuchó las confesione­s de Hernán Cortés.

Gabino Mendoza Gasca, historiado­r y cronista de Quecholac, compartió que uno de los atractivos más conocidos en este municipio es el antiguo templo mercedario, erigido en honor a la Señora de la Merced, que antiguamen­te se conocía como la parroquia vieja. Este espacio es una joya de la arquitectu­ra barroca.

El templo data del Siglo XVII y fue decorado con estuco. Tiene términos de relieve y lo que predomina es el arte barroco. Se pueden ver dos figuras que representa­n a los reyes católicos y la historia oral dice que ellos concediero­n a Quecholac este monumento por su importanci­a en la época colonial.

“Este templo es la cara representa­tiva de Quecholac, la cara bonita. Todos vienen a ver el templo mercedario porque se caracteriz­a también por su hermoso arco real, tiene una triple puerta y está bellamente decorado con alegorías nativas prehispáni­cas, pero también símbolos del cristianis­mo”, compartió.

La caracterís­tica de su arco es que además de estar enriquecid­o con relieves, la parte de enfrente que da hacia el parque principal de Quecholac es la misma que da para el templo. “Es una copia fiel, la exuberanci­a artística se nota”, expresó.

El templo actualment­e está en ruinas y al estar Quecholac en una zona sísmica, sufrió varias afectacion­es, ya perdió la bóveda y parte del campanario se ve con fisuras, pero, aun así, está fuerte y ya lo han revisado para constatar que no representa peligro.

Antes de este lugar, en donde todos los visitantes llegan a tomarse su foto, ya había otros templos desde la época de la evangeliza­ción española, que es cuando parte de los europeos propagaron la doctrina cristiana.

JUAN DÍAZ, EL EVANGELIZA­DOR MÁS GRANDE DE LA CONQUISTA

El ex convento franciscan­o, ahora conocido como el ex convento de Santa María Magdalena, fue cuna de la evangeliza­ción y gente de los municipios aledaños acudía en aquella época para recibir el bautizo. En su jardín central hay tumbas de las personas que ayudaron a edificarlo y en sus paredes hay pinturas del ave quechulli, que es por la que esta demarcació­n lleva el nombre Quecholac (“el lugar de los quechulli”).

Al entrar se ven retablos de madera cubiertos en tonos de oro y cada bloque es el tronco de un árbol. Las columnas son salomónica­s, es decir, que son una réplica del Templo de Salomón que fue conocido como el primer templo, de acuerdo con las escrituras.

Pero no sólo eso, el ex convento de Santa María Magdalena alberga uno de los tesoros más grandes de Quecholac, que es la historia del padre Juan Díaz. Fue él quien ofició la primera misa de la Nueva España y era el confesor del conquistad­or Hernán Cortés.

La historia dice que bautizó a más de un millón de “almas”, pero debido a que llegó a este lugar para evangeliza­r retiró varias de las deidades de los grupos originario­s de este territorio y los habitantes de Quecholac lo asesinaron a pedradas.

Cuando Hernán Cortés supo de su muerte pidió que se castigara a los culpables y que se les colgara en la plaza principal, la cual sigue siendo la misma hasta en estos tiempos. Sus cuerpos fueron exhibidos como escarmient­o para todos los que pasaban por esta zona.

En Quecholac se encuentra la indumentar­ia eclesiásti­ca del padre, incluso hay personas que han querido llevársela a Europa para exhibirla en museos, pero, hasta el momento, esto no lo han permitido algunos ciudadanos de este municipio.

A pocas calles de estos lugares también están los templos de los dominicos y de los agustinos, que al igual que los antes mencionado­s, en su interior albergan arte y una gran historia en sus paredes.

CERRO CHICHIPICO, ANTIGUAS GRUTAS EN DONDE NACÍA AGUA

Quecholac tiene un cerro llamado El Chichipico. En el pasado aquí estaban las grutas en donde nacía el agua y este líquido abastecía a todos los habitantes. Los españoles con su llegada trataron de edificar una construcci­ón para aprovechar el agua de los manantiale­s, pero como fue pasando el tiempo se acabó y hoy en día solo quedan las cuevas.

El lugar ya luce abandonado, está vandalizad­o y muy pocas personas saben la importanci­a que tuvo en el municipio. En su tiempo le decían “el cerro que emanaba vida”. Pese a ello, algunas personas lo ocupan para emborracha­rse y hasta para “echar novio”, de acuerdo con los vecinos.

No obstante, EL SOL DE PUEBLA pudo entrar y en su interior se observan los restos de las grutas. Las piedras lucen cortadas por el agua y hay un pequeño hoyo que deja que entre la luz natural. También hay plantas que se adhieren a las piedras y murciélago­s.

Más arriba está la cueva en donde los pobladores dicen que se fundó Quecholac. Muchas personas ya no acuden, pero en años anteriores le decían el cerro encantado. En este lugar abundan las tuzas, que son animales muy parecidos a los topos, y si no se tiene cuidado al caminar, se puede caer en uno de los hoyos que estos animales hacen.

TUVO SU APOGEO EN EL ÓNIX, FUERON CASI 50 TALLERES

Al igual que en otros municipios de Puebla, el ónix ha sido parte fundamenta­l para la economía local, pero muy pocas personas saben que Quecholac tuvo su apogeo en las artesanías de esta piedra, principalm­ente en las figuras de ajedrez.

El señor Roberto Venancio Galicia es artesano del ónix, tiene 64 años de edad y desde los nueve aprendió este oficio. Recuerda que los años buenos para esta actividad fueron de 1965 a 1980.

“Había muchos talleres y me invitaron a trabajar. Empecé puliendo ajedrez para que no quedara rasposo. Me gustó, de ahí no lo dejé y hoy soy de los poquitos que quedamos. El ajedrez y los collares es lo que más se trabajó, pero todo fue decayendo”, comentó.

En su opinión, la artesanía de ónix en Quecholac fue cayendo por la carestía de los materiales, además de que no hubo unión entre los artesanos. Llegó un momento en que había tanto taller que, en vez de aplaudirse sus logros, lo veían como competenci­a.

“Por tanta competenci­a algunos empezaron a vender más barato, para que se acabara su producto, y eso afectó. Entre nosotros mismos nos hicimos la maldad. Éramos casi 50 talleres o más. Hoy sólo somos tres”, expresó.

Gracias al ónix, el señor Roberto pudo sacar adelante a su familia: esposa, hijos y nietos. Subraya que debido al ónix vivió y vive. Está muy agradecido con este mineral.

Esto es sólo una pequeña parte de la historia de Quecholac, un municipio que tiene muchas cosas buenas, una gran historia y es un lugar digno de conocerse.

Quecholac es uno de los municipios poblanos localizado­s dentro del llamado Triángulo Rojo, una zona denominada así por la incidencia de actos delictivos relacionad­os con el robo de gasolina, que se gestó en el estado a principios de la década pasada

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BIBIANA DÍAZ
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/BIBIANA DÍAZ El ex convento de Santa María Magdalena fue cuna de la evangeliza­ción y gente de los municipios aledaños acudía para recibir el bautizo

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