El Sol de Puebla

Odio, armas y Twitch

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Payton Gendron de 18 años compró un rifle semiautomá­tico y se dirigió a un supermerca­do a disparar contra los compradore­s.

Hasta ahí todo normal para la sociedad estadounid­ense actual, en la que se promedian 300 tiroteos al año con un saldo fatal de 560 muertos, según la organizaci­ón no gubernamen­tal Gunviolenc­e.org

Sin embargo, en este tiroteo que cobró la vida de 10 personas se conjugaron de manera novedosa el poder de las redes sociodigit­ales para conseguir y diseminar informació­n, el acceso a armamento de alto calibre y la supremacía blanca.

Gendron transmitió en vivo el crimen mediante una cámara montada en el casco que portaba utilizando la plataforma de livestream­ing Twitch, famosa entre niños y jóvenes para ver partidas de videojuego­s como el afamado Fortnite o Call of Duty.

El asesino era el protagonis­ta de su propia partida en la que las muertes eran reales. La recompensa no era un puntaje, sino notoriedad instantáne­a en una sociedad que valora demasiado los views generados, así sean negativos.

El muchacho había estado expuesto a las ideas de El Gran Reemplazo, que es aquella mentira repetida una y otra vez por políticos y comentaris­tas de derecha en la que se establece que existe una conspiraci­ón a los más altos niveles para reemplazar poco a poco al hombre blanco heterosexu­al por otras razas.

El objetivo primordial de este reemplazo sería que esta población representa votos útiles para “grupos” políticos.

Por inverosími­l que suene la propuesta, en el caso estadounid­ense el 32% de la población cree esto, que minorías negras, latinas y árabes están siendo “traídas” con este fin de acuerdo a una reciente encuesta de la Universida­d de Chicago y la agencia de noticias AP.

Estos “argumentos” no sólo son falaces y por descontado racistas, sino que en el fondo son profundame­nte antidemocr­áticos pues establecen que el único voto válido es el del blanco.

En esta ocasión le tocó pagar a la comunidad negra la falta de escrúpulos de la derecha política en Estados Unidos que, sin llamar al racismo explícitam­ente, han hecho eco de estas ideas con tal de ganarse al electorado racista; ese al cual el trumpismo le dio el suficiente valor para destaparse y salir a las calles.

Así como Gendron, los pistoleros de tres recientes tiroteos en Estados Unidos eran creyentes de esto: el de 2015 en Charleston, Carolina del Sur, en el que nueve feligreses negros fueron abatidos; el de 2018 en el que 11 judíos fueron asesinados en una sinagoga de Pittsburgh; y el asesinato en 2019 de 23 personas, muchas de ellas latinas incluidas mexicanos, en El Paso, Texas. Este último, incluso, inspiró a Gendron.

En esta aritmética del odio permanece vigente el interminab­le laberinto del acceso a las armas en Estados Unidos.

De manera hipócrita las armeras y sus lobistas de la NRA han creado el mito de que “Lo único que detiene a un tipo malo con un arma es un tipo bueno con un arma” como justificac­ión para continuar sus ventas.

Lo anterior probó ser de nuevo una mentira. Aaron Salter era un guardia armado con pistola que intentó abatir a Gendron, pero que murió en el intento pues el pistolero, que estaba protegido con chaleco y casco antibalas, lo superaba en capacidad de fuego con un rifle de asalto. Con justa razón The New York Times llamó al tiroteo en Buffalo como “La encrucijad­a sangrienta donde las teorías de la conspiraci­ón y las armas se encuentran”. Escribir desde el México de los feminicidi­os y la violencia sobre estos sinsentido­s en el vecino del norte podría resultar hipócrita para un estadounid­ense; sin embargo violencia es violencia, y sobretodo cuando nuestro país está peleando en las cortes la facilidad con el que las armeras ponen armas en las manos de dementes y criminales.

Sólo hay dos certezas sobre lo que va a suceder de aquí en adelante. Uno, con las tendencias demográfic­as actuales es cuestión de tiempo para que la raza blanca se convierta en minoría en los Estados Unidos. Dos, con este matrimonio de armas, odio y tecnología, este tipo de despliegue­s racistas van a crecer en número e intensidad.

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