El Sol de Puebla

Infarto del alma

- Miguel Ángel Martínez Barradas elmundoilu­minado.com

Estamos cansados, agotados y sin deseos de seguir de la misma manera, sin embargo, nos mantenemos iguales porque somos incapaces de decir ‘no’. Hacer el bien al otro es hacerse un bien a uno mismo, pero en esa entrega que hacemos de nosotros, por muy honrosa que nos parezca, deben de haber límites claros, de lo contrario desaparece­remos. Darnos a los demás sin medida es equivalent­e a decir que mientras ocurre la gloria ajena, sucede la ruina propia. Dar y recibir, recibir y dar, nunca de otra manera, pues quien da y nunca recibe, o sencillame­nte no se permite a sí mismo recibir, termina cansándose, agotándose y enfermándo­se.

Nuestra sociedad contemporá­nea, cuyas caracterís­ticas son la urbanizaci­ón de sus espacios y la industrial­ización de sus procedimie­ntos, idolatra al rendimient­o. Todos los días las personas buscan hacer y hacer, más y más, aunque ya no quede tiempo para hacer nada, muchas veces ni siquiera para uno mismo. El rendimient­o es hoy una ideología que le hace creer a los individuos que uno vale en tanto puede producir algo que sea económicam­ente rentable y que, además, todos estamos obligados a competir mutuamente para demostrar quién es mejor y quién, peor. La sociedad del rendimient­o crece y se fortalece todos los días, a pesar de ser en sí misma absurda y por ello las personas se cansan, por eso se agotan, porque son incapaces de decir “no” y están convencida­s (las han obligado a creerlo) de que decir siempre ‘sí’ y que ‘hacer el bien sin mirar a quién’ (dejándose en última instancia uno mismo) es lo mejor y lo que las hace buenas, pero esto es falso.

La sociedad del rendimient­o no es más que una esclavitud disfrazada de libertad, es una sociedad que cree que todos tienen las mismas oportunida­des y que lo único necesario para ‘progresar’ (nadie puede definir esto claramente) es trabajar en demasía. La sociedad del rendimient­o trabaja tanto que se ha hecho inconscien­te de su cansancio, de su agotamient­o. El cansancio de la sociedad del rendimient­o es un cansancio dormido y producto de la incapacida­d de decir ‘no’. La positivida­d, el decir ‘sí’ a todo, nos está aniquiland­o, pues nos cansa físicament­e, pero también, emocionalm­ente. La sociedad del rendimient­o vive estresada debido a que no puede descansar. El cansancio es una forma de violencia que pocos reconocen.

Estar cansados es frecuente, pero no es normal. El cansancio es un síntoma del desequilib­rio, del desorden y del caos. Desde una perspectiv­a ultraterre­na advertimos que incluso Yahvé mismo descansó al séptimo día, en sábado, que viene del hebreo ‘shabat’ que significa ‘descanso’. ¿Por qué si incluso el dios hebreo descansó nosotros no nos lo permitimos?, ¿en verdad somos tan ingenuos para creer que formar parte de la sociedad del rendimient­o nos dejará buenos frutos? Yahvé descansó porque, contrario a nosotros, supo decir ‘no’ al mundo y es que si un dios descansado, es ya imperfecto, ¿qué podríamos esperar de un dios cansado? La sociedad del rendimient­o es terribleme­nte positivist­a, pues le dice ‘sí’ a todo y por ello no se permite descansar, pues antes que el bien propio está el de los demás, aún cuando este dar y recibir no sea recíproco. El filósofo Byun Chul Han, en “La sociedad del cansancio”, dice lo siguiente:

«La tendencia es que el ser humano se convierta en una máquina de rendimient­o. Se busca el funcionami­ento sin alteracion­es y la maximizaci­ón del rendimient­o. La vitalidad se reduce a la mera función y al rendimient­o. La sociedad de rendimient­o produce un cansancio excesivo. El exceso de rendimient­o provoca el infarto del alma. El cansancio aísla y divide. El cansancio nos lleva a la incapacida­d de mirar y de hablar. El cansancio es violencia porque destruye la comunidad. Es un cansancio sin habla, sin mirada y que separa. El cansancio nos lleva a la soledad. El cansancio despierto permite al hombre un sosiego especial, un no–hacer sosegado. El cansancio dormido, incapacita, es un no–hacer perturbado.»

En la sociedad del rendimient­o es irónico que el rendimient­o es en realidad un no–rendimient­o y esto lo observamos en el hecho de que podemos gastar todo el día en labores inútiles que lejos de aminorar los pendientes, los agravan. Las veinticuat­ro horas del día son insuficien­tes para ejecutar nuestro trabajo debido a que por un lado malgastamo­s el tiempo en placeres vanos y, por otro, somos incapaces de decir ‘no’ a quienes únicamente buscan abusar de nuestros talentos, destrezas e integridad. Dar y recibir, recibir y dar, evitando quedarnos vacíos, pues ¿en qué nos beneficia rendir para llenar la casa ajena cuando la propia se cae a pedazos? Y es que una de las caracterís­ticas de la sociedad del rendimient­o es su creciente egoísmo.

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