Encerrarse media hora
Si fuera de nuestro interés buscar la espiritualidad, o al menos acercarnos a ella ¿en dónde comenzaríamos? Con toda seguridad podemos afirmar que la mayoría buscaría la espiritualidad en el interior de un templo, o quizás en un sitio apartado y preferentemente natural, o tal vez haya quienes, por limitaciones de tiempo y de dinero, intente acercarse a la espiritualidad en algún rincón apacible del hogar propio en el que un altar, aunque sea modesto, ha sido levantado. Continuando con estas ideas, la espiritualidad se buscará en silencio y en algún horario específico del día, quizás al amanecer o tal vez cuando la oscuridad impere, no faltando, claro está, elementos que favorezcan la solemnidad como lo son velas, inciensos y música relajante. Pero, ¿es lo anterior suficiente?, o ¿es necesario? ¿En dónde se encuentra lo sagrado?
La vida espiritual puede estar ligada con la religión, pero también existe sin ésta, pues la religión, antes que ser un camino de virtud, es una venda y una cuerda que subyuga a sus practicantes. La religión trata el tema de lo sagrado, de lo divino, pero más en un sentido político que espiritual. Por el contrario, la espiritualidad prescinde de todo dogma, no se apega a leyes ni a mandatos, ni tampoco está condicionada por amenazas ni castigos, en este sentido, la vida espiritual es el impulso que hace a las personas buscar una realidad situada más allá de los sentidos, de lo material, de lo físicamente perceptible.
Pero es precisamente la libertad de la vida espiritual la que juega en contra de la misma y esto es porque sus practicantes, al no tener claro de dónde asirse, terminan en un torbellino de ideas y de creencias infundadas que más que favorecer el desarrollo del ser, lo terminan pervirtiendo a un grado mayor del que se hallaba antes de iniciar en la búsqueda del progreso interior. La espiritualidad no tiene reglas, cierto, y es ecléctica en tanto que se alimenta diferentes tradiciones espirituales, pero es por esto mismo que sus practicantes caen en el peor de los errores: la superstición, de tal suerte que terminan viviendo en un caos sin precedentes.
La palabra ‘superstición’ nos llega del latín ‘stare’, que significa ‘estar de pie’, esto quiere decir que ‘superstición’ es una palabra hermana de ‘estatua’, que también significa ‘estar de pie’, pero la diferencia es que el supersticioso es el que está de pie por encima de algo, de ahí que tenga el prefijo ‘súper’, que significa ‘encima’ o ‘arriba’. Considerando lo anterior, el supersticioso es el que está encima de la razón, pero no porque la haya superado, sino porque ha perdido los pies sobre la tierra, cayendo con esto en el mismo error que las mentes religiosas: el fanatismo. Sí, el supersticioso y el religioso son semejantes en tanto que han perdido la cordura y es que ser espiritual, o buscar la espiritualidad, no significa de ninguna manera renunciar a la razón, ¿y es que no es acaso la naturaleza misma la evidencia más grande del pensamiento racional? Y esto es porque nada en la naturaleza está de más y todo, desde lo macro y hasta lo micro, tiene un propósito y un funcionamiento en la cadena del ser a la que todos pertenecemos. La naturaleza es racional y su orden interno es lógico, que no lo comprendamos es otro tema.
Los riesgos de la superstición podrían ser explicados a partir de las enseñanzas del chela Damodar Mavalankar, quien nació en India hacia la segunda mitad del siglo XIX y que dejó las comodidades de su casa para seguir los pasos de los grandes mahatmas, lo cual es entendible, pues la palabra ‘chela’, en el hinduismo, se utiliza en un sentido de ‘sirviente de los maestros’. Damodar Mavalankar se inició en la casta sacerdotal de los brahmanes cuando contaba con veinte años de edad, sin embargo, en esa misma década conoció Helena Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, y decidió abandonar la religiosidad por la espiritualidad. De los sendos escritos que Mavalankar nos legó, podemos citar el de “Contemplación” para entender los riesgos a los que conduce la superstición:
«Existe un malentendido general del término ‘contemplación’. Entre nosotros se mantiene la idea popular de que contemplar consiste en encerrarse durante media hora —o, a lo sumo dos horas— en una habitación privada y mirarse pasivamente la nariz, o una mancha en la pared, o, tal vez, un cristal.