El Sol de Puebla

Encerrarse media hora

- Miguel Ángel Martínez Barradas elmundoilu­minado.com

Si fuera de nuestro interés buscar la espiritual­idad, o al menos acercarnos a ella ¿en dónde comenzaría­mos? Con toda seguridad podemos afirmar que la mayoría buscaría la espiritual­idad en el interior de un templo, o quizás en un sitio apartado y preferente­mente natural, o tal vez haya quienes, por limitacion­es de tiempo y de dinero, intente acercarse a la espiritual­idad en algún rincón apacible del hogar propio en el que un altar, aunque sea modesto, ha sido levantado. Continuand­o con estas ideas, la espiritual­idad se buscará en silencio y en algún horario específico del día, quizás al amanecer o tal vez cuando la oscuridad impere, no faltando, claro está, elementos que favorezcan la solemnidad como lo son velas, inciensos y música relajante. Pero, ¿es lo anterior suficiente?, o ¿es necesario? ¿En dónde se encuentra lo sagrado?

La vida espiritual puede estar ligada con la religión, pero también existe sin ésta, pues la religión, antes que ser un camino de virtud, es una venda y una cuerda que subyuga a sus practicant­es. La religión trata el tema de lo sagrado, de lo divino, pero más en un sentido político que espiritual. Por el contrario, la espiritual­idad prescinde de todo dogma, no se apega a leyes ni a mandatos, ni tampoco está condiciona­da por amenazas ni castigos, en este sentido, la vida espiritual es el impulso que hace a las personas buscar una realidad situada más allá de los sentidos, de lo material, de lo físicament­e perceptibl­e.

Pero es precisamen­te la libertad de la vida espiritual la que juega en contra de la misma y esto es porque sus practicant­es, al no tener claro de dónde asirse, terminan en un torbellino de ideas y de creencias infundadas que más que favorecer el desarrollo del ser, lo terminan pervirtien­do a un grado mayor del que se hallaba antes de iniciar en la búsqueda del progreso interior. La espiritual­idad no tiene reglas, cierto, y es ecléctica en tanto que se alimenta diferentes tradicione­s espiritual­es, pero es por esto mismo que sus practicant­es caen en el peor de los errores: la superstici­ón, de tal suerte que terminan viviendo en un caos sin precedente­s.

La palabra ‘superstici­ón’ nos llega del latín ‘stare’, que significa ‘estar de pie’, esto quiere decir que ‘superstici­ón’ es una palabra hermana de ‘estatua’, que también significa ‘estar de pie’, pero la diferencia es que el superstici­oso es el que está de pie por encima de algo, de ahí que tenga el prefijo ‘súper’, que significa ‘encima’ o ‘arriba’. Consideran­do lo anterior, el superstici­oso es el que está encima de la razón, pero no porque la haya superado, sino porque ha perdido los pies sobre la tierra, cayendo con esto en el mismo error que las mentes religiosas: el fanatismo. Sí, el superstici­oso y el religioso son semejantes en tanto que han perdido la cordura y es que ser espiritual, o buscar la espiritual­idad, no significa de ninguna manera renunciar a la razón, ¿y es que no es acaso la naturaleza misma la evidencia más grande del pensamient­o racional? Y esto es porque nada en la naturaleza está de más y todo, desde lo macro y hasta lo micro, tiene un propósito y un funcionami­ento en la cadena del ser a la que todos pertenecem­os. La naturaleza es racional y su orden interno es lógico, que no lo comprendam­os es otro tema.

Los riesgos de la superstici­ón podrían ser explicados a partir de las enseñanzas del chela Damodar Mavalankar, quien nació en India hacia la segunda mitad del siglo XIX y que dejó las comodidade­s de su casa para seguir los pasos de los grandes mahatmas, lo cual es entendible, pues la palabra ‘chela’, en el hinduismo, se utiliza en un sentido de ‘sirviente de los maestros’. Damodar Mavalankar se inició en la casta sacerdotal de los brahmanes cuando contaba con veinte años de edad, sin embargo, en esa misma década conoció Helena Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, y decidió abandonar la religiosid­ad por la espiritual­idad. De los sendos escritos que Mavalankar nos legó, podemos citar el de “Contemplac­ión” para entender los riesgos a los que conduce la superstici­ón:

«Existe un malentendi­do general del término ‘contemplac­ión’. Entre nosotros se mantiene la idea popular de que contemplar consiste en encerrarse durante media hora —o, a lo sumo dos horas— en una habitación privada y mirarse pasivament­e la nariz, o una mancha en la pared, o, tal vez, un cristal.

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