Cambios a obra de Dahl traicionan su esencia
El nuevo contexto propuesto en las ediciones en inglés eliminan cualquier sensibilidad y las referencias históricas, asegura la escritora Elisa Corona
Roald Dahl es uno de los autores de literatura infantil más populares de la historia. Sus libros se han vendido en más de 300 millones de ejemplares y se han traducido a 63 idiomas. Obras como Los Gremlins, Matilda y Charlie y la Fábrica de Chocolate han sido adaptados a películas taquilleras a nivel global.
La tristeza, la ira, el acoso escolar, la depresión son temas constantes en su prosa, que puede ser leída por un niños de 10 años o un anciano de 65. Por eso ha calado tanto en la opinión pública la serie de cambios que han hecho de buena parte de la obra del Dahl, quien falleció hace 30 años. “Es una censura absurda”, acusó el escritor Salman Rushdie. “Demencial lo de la reescritura de Roald Dahl. Los imbéciles abundan”, lanzó la escritora Rosa Montero.
Todo ha sido decisión de la editorial Puffin Books, la empresa The Roald Dahl Story Company —encargada de los derechos del autor y propiedad de Netflix— y la consultora Inclusive Minds.
En varios libros de Dahl ya no hay —o se suavizaron— personajes gordos o feos. El bullying también se ha maquillado. Las referencias a Rudyard Kipling en Matilda (1988) desaparecieron; ahora es Jane Austen. Los zorros en El súperzorro (1970) ahora son zorras. Esos solo son algunos de los más de un centenar de cambios.
“El fenómeno (de este tipo de censura o edición) no es nada nuevo. Sucedió desde ediciones en español su obra permanecerá intacta
los hermanos Grimm, cuyos cuentos populares fueron modificados en sus ediciones posteriores con enseñanzas morales. Esos son los libros de los hermanos Grimm que ahora conocemos”, observa en entrevista Eduardo Huchín, editor de la revista cultural Letras Libres y autor de libros como ¿Escribes o trabajas? (2004).
En el caso de Roald Dahl —cuyos cambios solo han sido autorizados en inglés, no en español—, la censura es “particularmente grave” porque el mismo autor británico se burlaba de la narrativa inocentona de algunos cuentos infantiles, asegura Huchín. “En su libro Cuentos en verso para niños perversos, Dahl hacía sus propias versiones de cuentos como La Caperucita o La Cenicienta muy a su estilo humorístico, burlándose de las buenas maneras. Por eso considero que es una traición a su obra querer hacer estos cambios para adaptarlo al mercado actual”.
Si ya no hay personajes gordos o feos, por citar un ejemplo, ¿cómo transmitirle al lector la tristeza o el enojo por el que pasan estas personas cuando se enfrentan a una sociedad que, guste o no, todavía tiene prejuicios hacia lo distinto?
"La censura nunca será la opción si de lo que se trata es de poner sobre la mesa cómo queremos mejorar la sociedad. Lo que sí es opción es mantener la discusión abierta. El caso de Roald Dahl es ridículo porque lo único que se logra es trastornar el contexto literario. El nuevo contexto propuesto elimina cualquier sensibilidad y elimina referencias históricas. Todo esto obedece a una campaña moral que no le corresponde a la literatura", observa en entrevista la narradora, ensayista y traductora Elisa Corona, autora del libro Niños, Niggers, Muggles: sobre literatura infantil y censura (2015).
La especialista considera que todos llevamos un censor dentro: ¿a quién no le gustaría eliminar lo que no le gusta o le incomoda? Es pertinente recordar que quien quiere censurar quiere poder y control sobre el otro.